Del otro lado, países como India, Sudáfrica, Egipto y Emiratos Árabes Unidos optaron por una respuesta más moderada. En comunicados escuetos y declaraciones indirectas, expresaron su “profunda preocupación” por los acontecimientos, sin señalar de forma directa a Washington. Pretoria, por ejemplo, pidió una “resolución pacífica del conflicto”, en línea con su tradicional política exterior de no alineamiento.
Esta ambivalencia no es casual: la mayoría de estos países mantiene estrechos lazos económicos con Estados Unidos y temen represalias en forma de aranceles, sanciones o pérdida de acceso a mercados estratégicos. En este contexto, el silencio de Etiopía e Indonesia —dos miembros recientes con importantes poblaciones musulmanas— resalta aún más.
Una incorporación simbólica con proyección estratégica
Irán fue formalmente admitido como miembro de los BRICS en 2024, junto con Egipto, Etiopía y los Emiratos Árabes Unidos. Esto significa que, en 2025, su posición dentro del bloque sigue siendo incipiente en términos operativos, pero simbólicamente poderosa. Como uno de los principales productores de hidrocarburos del mundo y aliado estratégico de Beijing, Teherán aporta a los BRICS una dimensión energética crítica, en particular para China, que busca diversificar sus suministros frente a las presiones occidentales. Su adhesión fue leída por muchos analistas como una señal de que el grupo no solo buscaba ampliar su peso económico, sino también reforzar su capacidad de articulación política en regiones tradicionalmente dominadas por Washington. En este contexto, la inclusión de un país sancionado y en conflicto abierto con Estados Unidos no fue solo una decisión diplomática: fue una declaración de principios sobre el tipo de orden global que los BRICS aspiran a construir.
Sin embargo, los acontecimientos recientes ponen en evidencia los límites de la alianza. Más allá del discurso antioccidental, los intereses de los miembros del BRICS+ no siempre convergen: algunos priorizan la estabilidad económica y el acceso a mercados globales, mientras otros buscan reconfigurar el sistema internacional desde la confrontación geopolítica.
La paradoja de la multipolaridad
Lo ocurrido en Irán revela una de las paradojas fundamentales del BRICS+: su fuerza simbólica como bloque que cuestiona el liderazgo occidental contrasta con la dificultad de articular una política exterior común. A pesar de representar el 36% del PIB y casi la mitad de la población mundial, el grupo aún carece de mecanismos efectivos de coordinación diplomática o de defensa mutua.
La respuesta a la ofensiva de Trump podría marcar un punto de inflexión. Si bien los BRICS+ han logrado avanzar en cooperación financiera, comercial y energética, su capacidad de actuar como un actor geopolítico cohesionado aún es limitado en un mundo en transición: multipolar, pero todavía muy lejos de ser multilateral.
__________________
*Crismar Lujano, periodista. Panelista de La Pizarra.