¡No lo creo! Para dejar bien en claro los fundamentos de las dudas del ministro de Educación y Cultura, examinemos las mismas.
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Resulta que para Da Silveira, hombre de alabada formación en los temas educativos, hay cifras que no cierran.
No importan las mismas, sino la notoria diferencia que descubrió en los números referidos a los niños que hacían uso del comedor escolar. Cuando, a raíz de las medidas de distanciamiento social, cerraron las escuelas y se pasó a suministrar comida mediante el régimen conocido como “de bandejitas”, resultó que eran menos los anotados.
Las mismas eran suministradas a los padres que se hubiesen anotado para pasar a recogerlas, aquellos padres cuyos hijos comían en la escuela y al cerrarse esta, tendrían derecho, previa anotación, a recoger las bandejitas para sus hijos.
Lo que asombró al ministro fue la diferencia notoria entre el número de niños que almorzaban en la escuela cuando se suministraba allí y aquellos que se anotaron para recoger las viandas.
“Eureka”, pensó este genio de la pedagogía. “Todos los que no se anotaron para las bandejitas estaban haciendo comer a sus hijos en la escuela pudiendo darles de comer en la casa”.
“¡Garroneros!”, ya que la única explicación que puede habérsele ocurrido tiene su raíz en la desconfianza hacia los pobres. ¡Por no decir su aporofobia! Ese sentimiento, muy común en quienes han sacado alguna ventajita en su vida, de que “el que puede, saca ventaja”. Sobre todo si son pobres y el Estado los ayuda de alguna manera. O son trabajadores que se esfuerzan poco, lo menos posible, protegidos por sindicatos de comunistas profesionalizados en la tarea de volver las cosas difíciles para los patrones. En defender “atorrantes” que no se sienten comprometidos con la empresa.
En tanto, estos esforzados patriotas, con la “malla oro” puesta, luchan para sacar adelante el país.
No se le ocurrió ninguna otra explicación posible para esa discordancia entre el número de niños que comían en la escuela cuando esta funcionaba y el número mucho menor de padres que se anotaron para ir a retirar la bandejita cuando las clases cesaron. Para Da Silveira, la simple constatación de la diferencia señalaba a las claras que un número considerable de padres hacían comer en la escuela a sus hijos pudiendo alimentarlos en su casa. Un razonamiento con tantos supuestos cargados de prejuicios que desnudan su pensamiento. El mismo que la derecha ha tenido toda la vida. Desde niño he escuchado acusar a los pobres de “emborracharse con la Asignación Familiar”, utilizando, a veces, a algún notorio beodo para generalizar.
Veamos ejemplos que podrían explicar mejor la diferencia.
Madre, jefa de hogar, con dos hijos cursando el primer ciclo. Vive en Piedras Blancas en un apartamentito a los fondos, que es lo que puede pagarse.
Trabaja en el Centro, pongamos, cerca de su ministerio e inscribió a sus hijos en la Escuela Chile, donde los deja antes de entrar al trabajo y los retira cuando termina su horario.
Viernes 13 de marzo, coronavirus, distanciamiento social, cierre de las escuelas… ¡nueva realidad!
Podría anotarse para recibir bandejitas, pero, si tiene suerte y se mantuvo en actividad, tiene un problema nuevo que resolver: dónde dejar a los nenes. Tendrá que ingeniarse para dejar a los niños al cuidado de alguien solidario y cumplir su horario en el Centro.
¿Qué hace? ¿Pide para salir del trabajo a mediodía, recoger las bandejitas y llevarlas a Piedras Blancas para regresar luego al trabajo?
Son alrededor de tres horas entre ida y vuelta. ¿Será tan comprensivo el patrón? Porque no es por un día, sino por tiempo indefinido.
Y no está como para forzar la mano con el trabajo.
¡Peor aún! Si la pasaron al Seguro de Paro, tiene tiempo para estar con los niños, pero gana menos y las bandejitas están en el Centro y ella, en Piedras Blancas.
¿Tres horas y dos boletos para ir y venir? ¿Y los gurises, en ese lapso? ¿Tal vez le sirva más arrimarse a una olla o saltarse una comida y remediar con mate y pan viejo? ¿O tortas fritas? Ese universal remedio en las apretadas.
¿Habrá tenido en cuenta el ministro que hay 200.000 personas comiendo salteado?
Las cosas no son lineales y no todos los niños concurren a la escuela del barrio. Muchos lo hacen en la que les queda a mano a quien los lleva de paso para entrar a trabajar. Y los recogen a la salida. Pasó con mis nietos. En esa escuela.
¡Piense, ministro! ¡Imagine! No todas las vidas son fáciles. No todos los presupuestos familiares son holgados.
No se crea… ¡una comida en la escuela puede ser el punto de equilibrio!
Puede ser, estoy seguro de que puede ser cierto eso de que algunos padres se alivian el presupuesto evitando el almuerzo de los niños en casa.
¿Está mal? ¿Deberían sacrificar otros gastos para evitarle esa “carga” a su ministerio?
Si esa es su idea, no solamente es egoísta, ¡da asco!
Así que, en tanto, su sueldo no es “gasto”, sino justa retribución. “Inversión”, diríamos, ya que su sapiencia rendirá ingentes beneficios a la educación y a la cultura.
Ahorrarse un almuerzo del nene es una estafa.
Digo yo: Para usted, ¿la educación es “gasto” o “inversión”? ¿“Gastamos” en la escuela pública?
¿O “invertimos” en tener una población alfabetizada y con la capacidad de seguir aprendiendo y creciendo intelectual, moral y cívicamente?
Estoy pensando en la escuela vareliana. En la que imparte educación laica, gratuita y obligatoria. En la que nos iguala con el compañero de banco. En la que nos ha hecho y debe seguir haciendo ciudadanos de un país por el cual sintamos orgullo.
Seré franco: desconfío de esas cuasiverdades como la que usted esgrime. Son el fruto de una mente reaccionaria. De una firme creencia de que existen unos pocos para gobernar y manejar las cosas y, por debajo de ese grupo selecto, una masa que debe dejar gobernar y esperar para recoger las migajas que caigan del banquete de los poderosos.
¡Que ese es el orden natural! ¡El único posible!
Desconfío de que sus dudas, sus posverdades, se queden en eso. Usted piensa que hay que economizar en comida y lo hará en el Presupuesto. Si fuese generoso y tuviese una visión de la realidad y del futuro, debería pensar absolutamente al revés.
En primer lugar debería reconocer que hoy en día los dos miembros de la pareja deben trabajar para sostener el presupuesto familiar.
Que ya no existe la familia tradicional. El “caserón de tejas” que cobija tres generaciones y en la cual siempre se encuentra la solución para llevar a los niños a la escuela.
Porque ahora hay que llevarlos e ir a buscarlos ya que esto no es una pacífica aldea.
Debería darse cuenta de que la mejor inversión que puede hacerse en el país es la educación.
Tiempo completo, almuerzo y merienda para todos en locales adecuados y con una dedicación docente reforzada.
¡Hay que invertir en ciencia y tecnología! ¡Nuestro principal rubro debe ser “inteligencia”! ¿Fueron frases de campaña electoral o son convicción firme?
Ministro, usted piensa, como toda la derecha, que los pobres, a lo sumo, son un mal inevitable.
Que son pobres porque no se esfuerzan en mejorar y únicamente se ocupan de sacarles ventajas al gobierno y a las patronales.
Este año no puede hacer mucho porque todavía están vigentes los rubros presupuestales del Frente Amplio, pero se ajustarán los tornillos para 2021.
Basta con usted. Ni espero convencerlo ni espero avergonzarlo. Se siente “superior”. Siente que por fin las cosas volvieron a su sitio y es hora de terminar con el libertinaje del Estado benefactor.
Este, el que usted y todo el gobierno están restableciendo es “el orden natural” y se dedican a ello. ¡Se acabó el recreo!
Me queda un mensajito para el Dr. Larrañaga que se mostraba muy satisfecho en la foto con Uriarte al dejar instalada una comisión que se encargará de conducir la lucha contra el abigeato.
Para esa sagrada lucha, el Ministerio del Interior dedicará su mejor esfuerzo: una dirección nacional, personal y vehículos. ¡Drones! Y patrullaje constante. Además de reclamar las más pesadas penas para los cuatreros.
Sabe, Dr. Larrañaga, siempre desconfié de las cifras al voleo y de las definiciones imprecisas.
¿De qué estamos hablando? ¿De los ladronzuelos que carnean ajeno y venden la carne que pudieron robar? ¡Los hay! ¡Nada tan desolador como ver una animal sacrificado! Muchas veces animales de raza. ¡Próximos a sus propietarios por los planes que encarnaban!
¡Sí, señor! Hay que perseguirlos, detenerlos y penarlos.
Ahora, ¿también hablamos del cuatrerismo con papeles? Me refiero al masivo. El que hace maniobras fraudulentas ocultando marcas y cambiando caravanas. El que no roba la carne de uno o dos animales, sino tropas enteras. Que pacíficamente suben a los camiones y son trasladadas al campo del comprador “distraído” que no verificó si todo era legal.
También aquí nos encontramos con el pensamiento prejuicioso. Con la mirada “tuerta” de la derecha que se indigna con el robo chico y no se entera de la estafa grande.
Me gustaría tener, bien detalladitas, las cifras de los animales muertos y despojados de su carne “en el campo”. Tener una estimación del costo de los animales sacrificados, incluido el “lucro cesante”, y el desánimo de los propietarios. Para compararlo con el costo del aparato represivo a formar. Con el valor de los animales “desparecidos” burlando los embargos que pesaban sobre ellos. O con “falsa identidad” por manejos con las caravanas.
Lo que está mal, ¡está mal! Y robar está mal.
¡Debe ser prevenido, perseguido y penado!
¡Sí, señor! Como todo delito.
Pero estimo que también está mal lloriquear por una vaca o un novillo sacrificado en el campo y a medio descarnar y no decir nada del gran abigeato.
¿O será que cuando es grande, no es delito, sino “negocio”?