La intolerancia en tres capítulos (Primera parte) 1- Siempre he manifestado mi rechazo a la intolerancia política sobre la que aún quedan recuerdos frescos para los que ya estamos en la tercera o cuarta edad. Este año que comienza se cumplen 50 años del asesinato de Líber Arce, el mártir estudiantil con nombre de consigna contra el que disparó un policía cuando repartía volantes en las inmediaciones de la Facultad de Veterinaria el 14 de agosto de 1968. Lo que vino después de la muerte de Líber fue, para los jóvenes de la época y para sus padres, madres y abuelos, una película de terror. El gobierno de Pacheco Areco fue paradigmático, con su secuela de violencia, represión, muerte de estudiantes, prisiones, intolerancia, ajuste económico en perjuicio de la enseñanza, los trabajadores y jubilados, y en beneficio del capital financiero, los bancos, los terratenientes y las grandes empresas, preferentemente multinacionales. Tal vez, si miramos un poco más lejos de nuestro horizonte y más cerca en el tiempo, la restauración neoliberal de los gobiernos de Macri, en Argentina y Temer en Brasil se parece mucho a los años previos a la dictadura uruguaya, cuando, además de Jorge Pacheco Areco, gobernaron Bordaberry, el Partido Colorado en pleno y el herrero- aguerrondismo que hoy tiene su continuidad política en el sector que conduce Luis Lacalle Pou, que parece ser mayoría en el Partido Nacional. Sin exagerar ni un poquito, la intolerancia de la oposición actual, tanto de blancos como de colorados, por momentos me hace acordar al pachequismo. Esta persistencia en los agravios, que es pan de todos los días en las redes sociales, pero que también se revela en los discursos y editoriales de los dirigentes políticos de la derecha y en la manipulación de los titulares de los medios de comunicación masiva, lleva oculto en su vientre la violencia y nos adelanta lo que puede venir si llega el momento de la remake conservadora. Me parece que la “posverdad”, la realidad que se impone mediante la manipulación de los hechos y las conciencias, no la inventó Trump, la inventamos en Uruguay y hace muchísimos años. Hace pocos días cometí la imprudencia de hacer una broma en “feibu”. El exvicepresidente Luis Hierro López divulgó un editorial que sería publicado en el ¿semanario? de su partido, Correo de los viernes. En la mencionada nota se refería a las “estupideces” que decían el ministro Ernesto Murro y Raúl Sendic, refiriéndose a los llamados “cincuentones”. Murro y Sendic son para Hierro López la expresión más elocuente de la irresponsabilidad institucional, la pobreza intelectual y la estupidez humana. Todo a costa de la plata de los contribuyentes como es habitual en “los bolches y los latas”. Recordé en mi comentario que hay quien ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, diciendo que cuando Luis Hierro era vicepresidente los niños comían pasto. ¿En qué momento se me ocurrió hacer mención a semejante extremo que sólo está reservado a los camellos de los reyes magos? Ni siquiera mi aclaración de que había sido una broma de mal gusto y mis felicitaciones a Luis, a su esposa Lygia y a su hija Antonia, por haberse esta recibido de Arquitecta, pudieron detener la oleada de repudio de 30 o 40 fanáticos de Luis que me dijeron mentiroso, estúpido, pluma de cuarta, mercenario y cómplice de la subversión tupamara. Hasta el propio Luis me dijo que lo de la basura era una gran mentira y que si no la bancaba, me borrara. Pero esto es solamente una pequeña anécdota personal que no tiene más valor que el reconocimiento del odio que se ha generado en, al menos, esta fracción del Partido Colorado, que hace tres períodos que está lejos de las mieles del poder y no se resignan a reconocer que están como el cardenal de pecho amarillo, en vías de extinción. Yo lo digo con propiedad porque siempre he estado en contra de los escraches, aunque también siempre he estado a favor de la polémica y la lucha ideológica. No me olvido de que en una oportunidad en que mis compañeros frenteamplistas fueron a escrachar a Tabarecito Hackembruch en su casa de Las Piedras, yo fui a acompañar a mi amigo y adversario, codo con codo, sin rencores, sin odio, sin reproches. No me acuerdo de haberlo visto a Luis Hierro en esa ocasión de este lado de “las piedras”, en que, junto a Tabaré, estábamos yo y los colorados. Así que no me duelen prendas. Si a alguien le cabe duda de que estos mensajes de fanatismo terminan teniendo efecto en la sociedad, o por lo menos en parte de ella, tenemos una prueba irrefutable en lo que ocurrió hace pocos días, nada menos que en vísperas de Navidad, en un barrio trabajador como Jacinto Vera. Ahí se quemó, en medio de abundantes y costosas explosiones pirotécnicas, aplausos, exclamaciones eufóricas y a veces un poco histéricas, la enorme efigie de un judas con la cara y el nombre del exvicepresidente Raúl Sendic, cuya gestión y su conducta política puede merecer un sinnúmero de comentarios y opiniones Realmente, la noticia de que se procedió a quemar en efigie a una persona que todos conocemos, que es un ser humano de acá a la vuelta, que tiene madre e hijos, me produjo casi una sensación de horror y bastante vergüenza. Agrego de paso que llevaba el logo de Ancap, que también se quemó, y que cada cual interprete esto como quiera. Está claro que no juzgo la opinión que cada quien tenga sobre Raúl Sendic, su gestión al frente de Ancap, sus estudios terciarios y sus compras con la tarjeta corporativa. Por el contrario, creo que son legítimas todas las opiniones y que todos tienen el derecho de expresarlas. Pero no voy a ser tan nabo de no percibir que semejante incendio tiene un simbolismo político que no puede confundirse con una travesura infantil. No importa si el año pasado se quemó a Trump o el otro se quemó a Putin, o el anterior a Fidel, como dicen algunos nabos en las redes sociales. Tampoco si alguna vez se quemó a Mujica, porque como todos saben el Pepe sale ileso de cualquier incendio. En verdad, yo viví muchos años en la calle Cufré, en Jacinto Vera (casas de lata por fuera y por adentro de madera) y si bien todos los años presencié las cinco o seis grandes fogatas que año a año se incendiaban en el barrio, nunca me detuve a averiguar si se había encendido un muñeco. El protagonista indiscutido para los miles de asistentes a tales ceremonias era el fuego, como lo era la pirotecnia que iluminaba el cielo. Yo no me como la pastilla cuando me dicen en los informativos de la tele que van a sacrificar a Sendic en la hoguera. A fin de cuentas, hace bien poco tiempo vimos en las guarimbas venezolanas rociar con nafta -en tiempo real- a un morocho que andaba por la calle del aristocrático barrio de Los Palos Grandes y prenderle fuego arrimándole una antorcha, mientras un grupo de forajidos festejaba la hazaña. Hace más de 60 años, cuando éramos botijas, quemábamos judas como una barata celebración más, sin otra significación que un fuego de artificio. No recuerdo que nadie prendiera fuego a Hitler, ni a Perón, ni a Stalin, ni al dictador Gabriel Terra, ni a Baldomir, ni a Nardone, ni a Herrera ni a Luis Batlle. Es más, el muñeco la inmensa mayoría de las veces era sólo una excusa para pedir “un vintén” y casi siempre los trapos y las estopas que le daban forma terminaban en la basura porque los padres no nos dejaban jugar con fuego para evitar que nos “meáramos en la cama”. El origen de estas fiestas pirómanas es por lo menos dudoso. Si se trata de una fiesta, como pudiera ser en Nochebuena, se podría asociar con las fiestas de San Juan que el 21 de junio marca el comienzo del verano europeo. Pero esto del judas tiene otra semiótica que me hace recodar más las hogueras de la inquisición de fines de la Edad Media o comienzos de la Edad Moderna, en que se ajusticiaba a las brujas, los magos o los adivinos muchas veces en nombre de Dios. Este ritual con ribetes misóginos, que casi siempre castigaba mujeres, costó la vida de entre 100.000 y un millón de personas en un miserable tributo a la fe. Tal vez, el sacrificio más notorio fue el de Juana de Arco, que luego de la más fantástica y patriótica gesta bélica en la que, siendo casi una niña de origen campesino, comandó las tropas francesas contra la invasión inglesa, fue condenada a la hoguera por bruja, por hereje o por lesbiana, siendo rehabilitada 25 años después de su muerte por el papa Calixto III y siendo hoy, 500 años más tarde, santa, heroína, mártir, símbolo de la unidad de Francia y patrona de Francia Pero en Uruguay, en 2017, en vísperas de una de las principales celebraciones cristianas, un grupo bien organizado -porque el judas estaba bien hecho y los fuegos artificiales eran muy costosos- armó un enorme muñeco con la efigie de un conciudadano, el exvicepresidente de la República Raúl Fernando Sendic, y lo quemó, como si literalmente estuviera vivo y lo estuvieran matando con supremo sufrimiento. Así son ellos, y todos lo sabemos. Si mis nietos hubieran estado allí aplaudiendo semejante expresión de “pánico moral”, habría muerto de vergüenza. Evidentemente, la derecha de Uruguay, la misma que se sintió identificada con Claudio Paolillo cuando escribió un editorial llamando a la guerra sin cuartel contra el Frente Amplio utilizando un discurso de Winston Churchill contra los nazis, está muy enferma, y la causa no es otra que los buenos resultados de la gestión del Frente Amplio en el gobierno y el reconocimiento de sus evidentes debilidades, entre ellas la de no estar capacitados para ejercer el gobierno. Razonémoslo y saquemos cuentas. Cepal: Uruguay primero siempre 2- Caras y Caretas ya comentó los pronósticos económicos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que dan a Uruguay como el país económicamente más estable y con mejores cifras de la región. Resulta que poco después de publicar el informe Perspectivas de la Economía Mundial, de octubre de 2017, Cepal, dependiente de la Organización de Naciones Unidas (ONU), publicó el 20 de diciembre el documento Panorama Social de América Latina 2017, que el diario El País comentó titulando ‘Uruguay: el mejor de la clase en desigualdad y pobreza’, que es un comentario restringido, pero veraz de lo que contiene y expresa, basado en cifras y realidades vitales concretas. El documento Panorama Social de América Latina 2017 tiene 200 páginas y se subdivide en una presentación, una introducción, cuatro capítulos, una bibliografía y los cuadros numéricos y gráficas explicativas correspondientes. El texto señala que “tras más de diez años de caída en la mayoría de los países de la región, los niveles de pobreza y de pobreza extrema crecieron en 2015 y 2016. Para 2017, en tanto, quedarían ‘estables’”. Señala que la pobreza fue creciendo en la región en 2014 y 2015 hasta alcanzar 30,7% en 2016. Uruguay sacó la mejor nota, 9,4%, de la población que era pobre en ese año, mientras que Honduras tuvo el peor desempeño, con 65,7%. En lo relativo a la extrema pobreza o indigencia, Uruguay también tuvo la mejor nota. El promedio de la región creció hasta llegar a 10% en 2016, mientras que en Uruguay se situó en 0,3%. Honduras fue otra vez el peor de la clase con el último puesto en la lista: 42,5% de su población era indigente. El informe destaca que tanto la pobreza como la indigencia afectan mayoritariamente a niños, adolescentes, jóvenes, mujeres y a las personas que viven en zonas rurales. Los analistas económicos de El País escribieron: “Uruguay también estuvo a la cabeza a la hora de mirar qué sucedió con la desigualdad en la región. Cepal destaca que si bien cayó entre 2002 y 2016 en el promedio de los países, el ritmo de esta contracción ‘ha disminuido’ en los últimos años. En concreto, el coeficiente de Gini (cero es la ausencia total de desigualdad y uno la desigualdad máxima) era de 0,538 en 2002 y pasó a 0,467 en 2016. En Uruguay, el índice de Gini el año pasado llegó a 0,391 […] Guatemala, con 0,535, tuvo el peor resultado de la región”. Destaquemos especialmente este punto, porque Cepal señala que la desigualdad es “uno de los rasgos sobresalientes de las sociedades latinoamericanas” y que “su superación es un desafío clave para el desarrollo sostenible”, así como que los índices de desigualdad de ingresos en la región “se encuentran entre los más altos del mundo”. El documento de Cepal estudia también los sistemas jubilatorios de la región y lo que llama “Autonomía económica de las mujeres”. Señala que “es innegable que contar con ingresos es una condición básica y necesaria para cualquier persona adulta dentro de la sociedad, pero la cantidad y estabilidad de estos ingresos es crucial para hablar de autonomía”. Según el inobjetable diario El País, el informe señala que “la proporción de mujeres sin ingresos propios es mucho mayor que la correspondiente a los varones. En América Latina, en promedio, 29% de las mujeres mayores de 15 años no accede a ingresos propios, según el relevamiento de Cepal. En el caso de los hombres, en tanto, este guarismo baja a 12,3%. Uruguay es el país que presentó la menor proporción de mujeres sin ingresos propios (13,4%)”, que llega a 50% en Guatemala. Según el informe de Cepal y el análisis que sobre el informe escribió El País, Uruguay es el país que ostenta mejores indicadores sociales y menores índices de desigualdad, particularmente en lo atinente al sexo femenino, en América Latina y el Caribe, lo cual nos hace suponer que su primacía debe extenderse a otras regiones si se efectuaran las comparaciones correspondientes. Así lo vio Cepal y así lo vio El País.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARME