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Editorial

Pelotas que van al área

Opiniones atrevidas a ocho días del Plenario Nacional

Por Alberto Grille.

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Es obvio decir que el mundo cambió desde aquellos tiempos en que creamos el Frente Amplio. Reconozco que unos pocos jóvenes y otros no tan jóvenes creen que con ellos empezó el mundo y que hace 50 años cazábamos dinosaurios con boleadoras. Pero como esos jóvenes no son tan jóvenes, algunos lucen calvas, curten panzas y arañan los 50, lejos de enojarnos nos estimula, porque el diablo sabe por diablo y más sabe por viejo.

El mundo cambió, pero aunque no faltan voces que digan otra cosa, siguen existiendo la oligarquía y el imperialismo, y este último es aún peor que 50 años antes porque es muy sensible al peligro y el peligro lo embravece. Miren, si no, lo que está haciendo Biden en Ecuador y orejeen cuán parecido es al energúmeno de Trump.

Si el Frente Amplio nació para luchar contra el imperialismo y la oligarquía y estas siguen existiendo y son aún más voraces, no hay razones para que nuestro Frente abandone su carácter antioligárquico y antiimperialista.

Merece un homenaje Graciela Villar, que se animó a decirlo.

Todos los frenteamplistas somos contestes en que el Frente es una fuerza de cambio y justicia social, progresista, democrática, popular, antipatriarcal y antirracista.

Sin perjuicio, podríamos calificarla además como libertaria y ambientalista.

Se ha definido como coalición y movimiento, postula la unidad y la diversidad ideológica y procura organizarse para construir una sociedad más justa y solidaria.

Esta construcción plural propone la unidad en la diversidad y el acatamiento por sus integrantes de las decisiones adoptadas de acuerdo a los estatutos y reglamentos vigentes.

Programáticamente, adopta el ideario artiguista como doctrina política y también en su proyección económica, política, social y cultural.

La igualdad, la libertad la seguridad de los ciudadanos, la vigencia de los derechos humanos y la lucha contra el despotismo en el marco de un proyecto nacional, integrador y latinoamericano son parte sustancial del ideario frenteamplista, pensamiento en que la estrategia está dictada por el carácter de los enemigos absolutos, la oligarquía y el imperialismo, y cuya táctica es la de la unidad de acción, la de la acumulación, la de la solidaridad y la amplitud.

En términos futbolísticos y parafraseando a Washington Tabárez, la táctica consiste en potenciar nuestras fortalezas y neutralizar las fortalezas del enemigo. En política escribía Rodney Arismendi, en sus Anotaciones sobre la Táctica, que de lo que se trata es de “quién aísla a quién”.

No debería olvidarse, adonde apunta el norte de la brújula que señala que el objetivo final es la transformación radical, revolucionaria y democrática de la sociedad, deseándola, tal vez, ideal pero libre y sin clases.

Se supone que en esto estamos de acuerdo todos los frenteamplistas, de arriba y de abajo, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, enamorados y desencantados.

También estamos de acuerdo en que en los cambios que han ocurrido en nuestro país en los últimos 15 años, el Frente ha jugado un papel gravitante para bien en las muchas cosas que están mejor y para mal en algunas cosas, comportamientos y decisiones en que cometimos errores que las provocaron o no hicimos lo suficiente para eliminarlas o minimizarlas.

Parece evidente que, aunque algunos estén más o menos satisfechos con lo que hicimos, ninguno de nosotros está conforme con lo que estamos haciendo, aunque hay miradas diferentes y énfasis distintos que conducen a desencuentros entre nosotros, desfiguran nuestra imagen y hacen perder fuerza y eficacia a nuestro accionar.

El Frente Amplio, para transformar este país, tiene que volver al gobierno y para lograrlo es necesario comprender las causas por las que se perdieron las elecciones, realizar un intento de síntesis colectiva y alcanzar acuerdos tácticos, estratégicos y programáticos.

Nadie debería esperar el tiempo de una autocrítica a cuchillazos que devele nuestras miserias porque, por suerte, eso nunca va a ocurrir.

Sin embargo, hay cosas en las que estamos casi todos de acuerdo. Es casi indiscutible que el desgaste de 15 años de ejercicio del gobierno, la escasa renovación de los cuadros en la administración, la pérdida del empuje de los primeros años, la debilidad programática luego de las primeras reformas y la falta de nuevos proyectos que motivaran a la sociedad fueron algunas de la causas de la derrota electoral.

Yo pienso, en lo personal, que el principal error es haber menospreciado el rol impresionante que juegan los medios de comunicación, la propiedad de ellos y su concentración monopólica, el modelo comercial y las redes sociales en la construcción de la hegemonía cultural y el sentido común y el papel que la oligarquía otorga a la comunicación y la propaganda en la construcción del poder en el sistema liberal capitalista.

Pienso, además, que ese error se sigue cometiendo por aquellos dirigentes que creen beneficiarse de las coberturas en los medios hegemónicos y les suministran información privilegiada, sin percibir que estos son funcionales a algunas de las deformaciones que son dominantes en la fuerza política, tales como la vanidad, el individualismo y la personalización, la ambición por ocupar cargos o puestos de poder, la desaparición de la cooperación como forma de generación de pensamiento político común y la diferenciación dentro de la alianza, para ser más preciso, para la división.

Tales prácticas han dado paso a la fragmentación de nuestra fuerza, fragmentación que desdibuja el carácter unitario de la fuerza política, hacen el juego a la derecha y se expresan en la cantidad de grupos y grupúsculos sin diferenciación ideológica y sin significación política cuya única finalidad es ocupar un lugar en la cola del reparto.

Creo que el Frente Amplio y sus dirigentes, conste que hay honrosas y contadas excepciones, lejos de haber procurado debilitar el sistema de medios hegemónicos, han contribuido a fortalecerlo y creo además que si no se corrige esta conducta errática, ayudando a los medios progresistas, contribuyendo a acordar la cooperación entre ellos, apoyando la creación de nuevos espacios de comunicación popular y apoyándose en las nuevas tecnologías, se pone en peligro cualquier propósito de reconquistar el gobierno en el país.

Tampoco el tuvimos respuestas eficaces a la demanda de la vivienda, ni fuimos exhaustivos en la lucha multifactorial contra la pobreza, la exclusión social y la desigualdad, ni pudimos elaborar una política consensuada y de principios para democratizar las Fuerzas Armadas, debilitando la influencia de Estados Unidos en ellas e incorporándolas a una visión artiguista, republicana y democrática, ni construimos un programa para reformar la educación, jerarquizando la calidad y el prestigio social de la enseñanza pública, ni una respuesta clara que permitiera generar confianza en la población en lo referido a la seguridad, ni una reforma impositiva que castigara menos a las capas medias y exigiera, sin ser confiscatoria, una más fuerte contribución de los más ricos. Debo confesarlo, me hubieran gustado más unos gobiernos frenteamplistas menos timoratos y más de izquierda, más participativos y atentos a las demandas populares, gobernando con la gente y para la gente, un ventarrón que no dejase en pie ni las raíces de los árboles.

No quiero omitir el problema de la ética pública y su denuncia, no solo en el manejo de los recursos del Estado y la corrupción, también en el gasto prescindible y sin evaluación, el clientelismo y la conformación de una burocracia estatal de amigos y correligionarios que el Frente ha criticado desde su origen y que lo transformó en un partido del Estado en que buena parte de su estructura política y financiera estaba integrada o conformada por funcionarios públicos.

Por último, destaco nuestras falencias en lo que debería ser para los frenteamplistas como una religión: no siempre respetamos el apego estricto a la verdad, la transparencia y la sensibilidad social. Conste que me cuesta encontrar excepciones.

 

¿Dónde estamos hoy?

El FA se ha constituido en un gran partido y es la fuerza política más numerosa y potente del país, la que ha sorteado múltiples dificultades y acumulado una experiencia de luchas en los más diversos terrenos.

Sin embargo, eso no se ha reflejado en la fortaleza en su organización. El Estado se ha tragado al partido y ese ha debilitado política, organizativa y financieramente.

La fuerza política no estuvo a la altura, menospreciando la crítica de los propios frenteamplistas y sólo acompañando los logros del gobierno sin participación, sin creatividad, sin renovación y sin procurar alianzas que pudieran continuar el proceso de acumulación.

La organización debiera prefigurar la alianza del movimiento popular, social y la fuerza política y su fortalecimiento deberán enlazarse con los vínculos estrechos que establezcan con los movimientos sociales, ambientalistas y de género, los más desposeídos y las capas medias.

Me parece a mí y a otros muchos que hay que profundizar en el plano de las ideas porque mucha gente, como yo, parece creer que la fuerza política debe estar más a la izquierda.

El Frente debiera crear una fuerte cúpula capaz de conducir con acuerdos sólidos el conjunto de las acciones de la fuerza política. En ella deberán estar los principales referentes, sin perjuicio de existan organismos políticos, programáticos, operativos y técnicos que sean auxiliares de la presidencia.

Yo sugerí la semana pasada algunos nombres que bien pueden ser otros. En esa conducción también deben estar representadas las bases, que son la otra pata de la coalición sin la cual perdería su esencia, y debería ser paritaria o tener una fuerte presencia femenina entre sus integrantes.

Lejos de subestimar la existencia de las bases de Montevideo y el interior y su protagonismo en las decisiones fundamentales de la fuerza política, creo que la democratización del Frente Amplio y el protagonismo de los frenteamplistas en la conducción y en su vida interna están intensamente determinados por sus bases, los comités, locales y funcionales, en Montevideo y en el interior.

El Frente Amplio debiera relanzar los comités como espacios barriales de comunicación política, social y cultural dando protagonismo y espacio de participación y conducción a los jóvenes.

Debe estimularse la participación de los jóvenes en la orgánica, en las comisiones centrales y en la elaboración programática, porque debemos ser una oposición inteligente, audaz y propositiva con nuevas propuestas para las políticas públicas, diseñadas en debates programáticos y colaborando fuertemente con los parlamentarios y aquellos frenteamplistas que son nuestros representantes en los distintos organismos del Estado.

Dejo para el final el interior y los estudiantes. Creo que hay que poner una especial atención en el interior, donde deben construirse y fortalecerse los comités departamentales, en los que deben intensificarse los contactos con trabajadores, productores, comerciantes y donde hay que replantearse con nuevas miradas una estrategia y propuestas programáticas para el diseño innovador de políticas públicas que pongan el centro en un modelo de descentralización en que el interior, las alcaldías y los municipios adquieran una relevancia fundamental. Asimismo, el Frente Amplio no puede dejar de pensar siempre en las capas medias y los pequeños y medianos productores y en la producción familiar, y en que acompañen los cambios en el proceso de la producción agropecuaria procurando que tales cambios no signifiquen extranjerización y concentración de la producción y la riqueza.

En lo que refiere a los estudiantes, nadie se acuerda de ellos y pienso que es ahí donde se percibe mayor debilidad y más potencialidad. Tenemos que ayudar a fortalecer el movimiento gremial estudiantil, ayudarlos a construir organización, a generar propuestas culturales y eventos juveniles fuera de la órbita comercial, de manera que sean protagonistas los jóvenes estudiantes de todos los barrios y de todos los departamentos del interior para promover un fuerte movimiento juvenil nacional por la educación pública y por los derechos de su generación.

Por  último

Hay todo un amplio sector del Frente Amplio que reclama más democracia en la fuerza política. Estos compañeros recuerdan que un número más o menos pequeño de los frenteamplistas participan en la orgánica y proponen la elección abierta de su presidente. Sin discutir la idea fundamental, parece necesario entender que vivimos una situación excepcional, luego de una derrota electoral y política, en condiciones sanitarias que han hecho difícil el análisis de los hechos y con perspectivas futuras que hacen necesaria una respuesta contundente, una reorganización de nuestras fuerzas y la elaboración de estrategias adecuadas para el nuevo momento político. Es imprescindible un presidente de consenso que sea respetado por todo el sistema político, merezca la confianza de todo el Frente y sea capaz de negociar acuerdos y crear equipos para enfrentar las difíciles circunstancias que se nos vienen. Si no lo encontramos, no hay excusa porque el 1º de junio abandonará el cargo Javier Miranda y hay pocos días para decidirse a encontrar uno y dejarse de embromar con comités de tres que no solucionará nada. Por favor, compañeros, no puede ser tan difícil ponerse de acuerdo, no hay uno, hay media docena de compañeros con las características que yo propongo y dos o tres que estoy seguro que obtendrían el consenso necesario. Insistir en hacer elecciones en estas circunstancias me parece irreal y un poco tozudo porque el resultado no será, por el solo hecho de que se hagan elecciones, mejor.

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