La frontera de México y Estados Unidos mide más de 3.000 kilómetros y comunica a una inmensa cantidad de población en una simbiosis típica de las fronteras. Las fronteras son esencialmente sitios de encuentro, son franjas en las que dos pueblos se encuentran. Muchas veces confundimos límite con frontera, más allá de que son construcciones modernas, nacidas en estos casos con los Estados nacionales; el límite es una línea jurídica caprichosa, mientras que la frontera es un concepto cultural, nacido justamente de esa línea caprichosa, pero no definida por esta esencialmente. Piénsese en los límites de Uruguay con Brasil y en las fronteras que se han desarrollado a partir de eso, representado por el portuñol, pero definido por una enorme gama de usos y formas típicos de la frontera, más allá de que las fronteras pueden ser sitios en los que el desarrollo del delito (sea Chuy, Ciudad del Este o Tijuana) se potencie gracias a una cierta confusión de autoridades y laxitud.
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En el caso de México y Estados Unidos, más allá de la lucha denodada de los estadounidenses por frenar esas comunicaciones -amén de la inmigración ilegal-, se pueden encontrar esos usos y formas típicos de la frontera. Esa lucha denodada está representada fielmente por el tristemente célebre muro que Donald Trump pretende culminar durante su mandato.
En los últimos días, el presidente ha tuiteado en reiteradas ocasiones sobre el muro, su finalización y sobre todo que será México quien lo deberá pagar. El presidente escribió en Twitter hace unos días: “A menudo he dicho: ‘De una manera u otra, México pagará por el muro’. Esto nunca ha cambiado. Nuestro nuevo tratado con México (y Canadá), el T-Mec, es tan superior al anterior, muy costoso y antiestadounidense Tlcan, que sólo con el dinero que ahorramos, ¡México está pagando por el muro!”.
El problema principal del republicano es que el Congreso no da luz verde al proyecto -y con ello los fondos- para construir su tan mentado muro. Poco después, también a través de Twitter (la herramienta preferida del presidente para comunicarse con su país), declaró: “O construimos [terminamos] el muro o cerramos la frontera”.El enojo venía a colación de que el Senado no votó el presupuesto para el muro, que ascendería a 5.000 millones de dólares.
La consecución del muro por parte de Trump, que fue una promesa de campaña, golpeó fuertemente en la opinión pública mundial, dejándolo como una especie de xenófobo con poder. Pero vale preguntarse quién inició la construcción del muro y qué razones lo llevaron a ese inicio, pues no fue Trump quien lo hizo.
El muro fronterizo -lo de muro es meramente figurativo, dado que es una serie de vallas, barreras de contención, detectores de movimiento, alambrados, torretas artilladas, sensores electrónicos, entre otras cosas- actualmente se encuentra en zonas fronterizas como San Diego, Arizona, Sonora, Nuevo México o Baja California. Su construcción comenzó en 1994 durante la administración del demócrata Bill Clinton, con el objetivo expreso de frenar la inmigración ilegal al país del norte. De 1994 hasta hoy ha crecido durante las administraciones tanto republicanas como demócratas. Trump sólo pretende culminarlo. Quizás la hipocresía y el doble discurso nos ha llevado a obviar el hecho de que ese muro crecía y poca gente se percataba de su existencia. Este no es el muro de Trump, sino el muro de una forma de ver el mundo que una parte de la clase política estadounidense de los dos partidos principales comparte, y nosotros colocamos al poco ortodoxo presidente como una especie de chivo expiatorio para descargarnos en él. No sólo de la clase política, sino que parte de la población, aquellos que optaron por el empresario mediático para la primera magistratura, apuntala esa idea, representada por el eslogan de campaña de Trump “Make America great again”.
Un ejemplo de ese pensamiento de grandeza, de nacionalismo exacerbado y de obvia superioridad, que llevado al extremo sabemos dónde culmina, es la propuesta de algunos ciudadanos de juntar el dinero para ayudar a su presidente a terminar la construcción del muro. De la misma forma que “A Morena lo traemos todos”, pero con medios más modernos, Brian Kolfage comenzó una campaña de GoFundMe denominada “We the people will fund the wall”. Una página web es la que recibe los donativos de los ciudadanos comprometidos con su presidente. En pocas semanas, desde el 16 de diciembre, la idea de Kolfage ha recaudado más de 18 millones de dólares de más de 300.000 personas (y contando). La idea es recaudar 1.000 millones.
Kolfage es un militar retirado, héroe de guerra, quien perdió extremidades en combate lo que le valió la condecoración del “Corazón púrpura”. ¿Qué moviliza a Kolfage y los suyos a esta quijotada? ¿Por qué pretende apoyar económicamente a un presidente millonario?
“Como veterano que he dado tanto, tres extremidades, me siento profundamente comprometido con esta nación para asegurar que las generaciones futuras tengan todo lo que tenemos hoy. Demasiados estadounidenses han sido asesinados por extranjeros indocumentados y demasiados indocumentados se están aprovechando de los contribuyentes de Estados Unidos sin ningún medio para contribuir a nuestra sociedad”.Podemos ver claramente dónde está “el otro” y quién es “el otro” en este párrafo. Para estos ciudadanos, Trump ha cumplido casi todas sus promesas de campaña, salvo esta, por culpa justamente de los congresistas.
“Como la mayoría de los ciudadanos estadounidenses que votaron para elegir al presidente Trump, votamos por él para que América sea grande de nuevo. La promesa principal de la campaña del presidente Trump era construir el muro. Y como ha cumplido con casi todas las promesas hasta el momento, este proyecto de muro aún debe completarse”, escribió el militar retirado en la página que recibe las donaciones.
De esta forma, podemos inferir algunas cosas. Primeramente, el muro no es producto de la locura de Trump como parece emerger de los titulares de la prensa. En segundo lugar, el muro ya existe y es parte de una política de Estado estadounidense, originada hace muchísimos años, de frenar la inmigración ilegal. En tercer lugar, si la desquiciada idea de Trump no es la idea de Trump, sino una política de Estado apoyada por una parte importante de la población, ¿no deberíamos decir algo?¿Acaso de pronto los paladines de la democracia y la libertad a nivel global son exactamente iguales que los fantasmas que pretenden combatir?