La frase del título fue dicha hace algunos meses, en una de sus curiosas volteretas, por el senador Jorge Larrañaga, líder del ala del Partido Nacional que se pretende wilsonista, aunque no rescate nada sustancial de la propuesta del fallecido caudillo blanco; tiene economistas neoliberales al frente de su programa económico y en las elecciones pasadas aguantó hasta la proscripción que sobre su nombre impuso el candidato Luis Alberto Pompita Lacalle Pou, cuya propuesta anhela situarse a la derecha de Bordaberry, de Francisco Franco, de Macri y de Atila. Hay varios hechos que confirman la veracidad de esta afirmación, que, por otra parte, se vuelve singularmente importante porque la alianza blanquicolorada opositora podría tener chance de ganar las próximas elecciones e imponer un programa a lo Macri/Temer en Uruguay. La afirmación de Larrañaga es discutida por algunos de los que sostienen la posibilidad de armar un arco opositor, pero hay demasiadas evidencias que muestran que aunque a veces lo disimulen, “los blancos no están preparados para gobernar”. Yo agregaría: ni ahí. Hay numerosos ejemplos que hemos señalado en muchas de estas notas, pero tal vez la muestra más clara de la incapacidad de gobernar el país por parte de Pompita Lacalle Pou o Jorge Larrañaga (o de Verónica Alonso, llegado el caso) esté expuesta por las múltiples dimensiones de lo que vamos a denominar el “caso Bascou”, en referencia al intendente de Soriano, Agustín Bascou, a sus acciones al frente del gobierno municipal, a las condenas que recibió y al tratamiento que las mismas han recibido por parte de los tres sectores del Partido Nacional. Antes, unas reflexiones previas. Las formas de actuar en política El profesor de Ciencias Políticas, Óscar Bottinelli -no el analista de encuestas o el opinólogo-, autor de varios libros sobre su especialidad, tituló el domingo pasado su reconocida columna dominical ‘No se aprende en cuerpo ajeno’, señalando que “el Partido Nacional llega tarde y de atrás en el caso Bascou”. Bottinelli piensa que “en los últimos dos años el Frente Amplio [FA] escribió un gran tratado sobre cómo no debe hacerse política”. Esta afirmación es, a mi entender, incontrovertible, aunque la fundamenta en diversas razones con las que no siempre estamos de acuerdo. Pero discutir tales causas es harina de otro costal. Bottinelli afirma además que el resultado final de esa sucesión de hechos es que el FA “ha venido pagando con la pérdida de uno de cada tres o cuatro votantes frenteamplistas” y remarca que “la pérdida no se produce por los votantes de última hora, de los no comprometidos; la pérdida se produce en los que padecieron la dictadura o son hijos de los hogares que la sufrieron, y padecieron ser frenteamplistas cuando serlo implicaba como mínimo serios inconvenientes”. Yo pienso que tal hemorragia no ocurre, como sugieren algunos otros politólogos -y tal vez el mismo Bottinelli-, por el centro del espectro político, sino por la izquierda. Aunque esto parece ser motivo de una discusión aún no resuelta. Tras destacar la intervención del Tribunal de Conducta Política y sus consecuencias, el talentoso “profe” dice que “el FA dejó lecciones para sí mismo y para el sistema político, aprendió bastante en cuerpo propio y primordialmente comprendió que esa sucesión de episodios ponían la vara más alta en la medición de la conducta de los políticos y administradores”. ¿Y el Partido Nacional? A continuación, Bottinelli se refiere con mucha precisión a los episodios desencadenados por la conducta de Agustín Bascou, que, como intendente del departamento de Soriano, compró combustible para automóviles, camiones, camionetas y motos en la estación de servicio de su propiedad. Esta situación motivó juicios, descargos y acusaciones, pero el fallo de la Junta de Transparencia y Ética Pública (Jutep) fue categórico y dejó al intendente sin oxígeno”. Bottinelli señala que “el Partido Nacional como conjunto” cometió más errores que el FA, “en particular el sector al que pertenecía el intendente [Alianza Nacional, sector que lidera Jorge Larrañaga, N. de R.] que se jugó a su defensa a ultranza”, priorizando la unidad, el apoyo a los compañeros y amigos por encima de la ética. El segundo señalamiento de Bottinelli es que “la Comisión de Ética del Partido Nacional fue la contracara del Tribunal de Conducta Política del FA; fue altamente benévola con el indagado, hasta con un planteo minoritario de exoneración de toda culpa. Sorprendió a propios y extraños. El Directorio partidario levantó la apuesta, aunque levemente y lejos de las demandas ciudadanas, de los propios, no sólo de los ajenos. Y el presidente del Directorio, por las suyas, se arriesgó y fue un poco más allá, más en consonancia con el sentir popular”. Vale recordar que el tema de la ética pública es especialmente sensible en el Partido Nacional desde que, durante el gobierno del expresidente Luis Alberto Lacalle, ocurrieron múltiples episodios de corrupción que adquirieron dimensiones escandalosas en la medida que implicaron a numerosos jerarcas blancos y relevantes figuras del Partido Nacional -no sólo del herrerismo-, algunos de los cuales terminaron en la cárcel y otros zafaron por un pelito. En el caso de Bascou no se recordaron las tan invocadas imágenes sagradas de los líderes partidarios, como los generales Manuel Oribe, Leandro Gómez y Aparicio Saravia, el mismo Luis Alberto de Herrera (“de una probidad ejemplar y sin tacha”, al decir de su eterno enemigo, Carlos Quijano) y Wilson Ferreira Aldunate, que siempre -más allá de cualquier cuestionamiento- estuvieron asociados a una ética implacable, que los diferenció histórica y orgullosamente del Partido Colorado, y fue uno de sus mayores blasones (eran “los fiscales de la nación”), hasta que el gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera dio por tierra, o por el barro, para siempre, con la “austeridad” y el buen nombre de los blancos. Quiero que conste que en esta oportunidad, la excepción fueron los restos de lo que fue el Movimiento Nacional de Rocha, siempre tan implacables con las defecciones en la ética ajena como permisivos con la propia. Como Caras y Caretas en su momento, Bottinelli señala que Pompita o sus asesores (por aquello de que “el quemado con leche ve la vaca y llora”) acertaron en el tratamiento que exigía el asunto del intendente, que habría usado el interés público en beneficio del suyo privado. Dice el experimentado politólogo: “Antes, el líder mayoritario -aunque es probable que se haya equivocado en los tiempos y en las formas, quizás- dio la señal de alerta, de entender que la vara está más alta en el juzgamiento que la gente hace de los políticos. Un puñado de dirigentes nacionalistas, también en solitario, se desmarcaron de la defensa incondicional y fueron criticados por ello”. Omite decir Bottinelli que, tal vez, eso no sea todo. Hay una pequeña trampita que, hasta que lo publicó Caras y Caretas en su portal web, estaba oculta. Llamaba la atención semejante tozudez de Larrañaga en la defensa de la honestidad de Bascou y tanta honradez republicana de Pompita, reclamando que el jefe comunal se apartara del cargo. Lo que permanecía en la oscuridad, salvo para los especialistas, es que la renuncia de Agustín Bascou a la Intendencia de Soriano supondría su sustitución por Carlos Aunchayn, un militar retirado perteneciente al sector Aire Fresco del Partido Nacional y electo en una acuerdo departamental entre las dos ramas más importantes en que se divide la interna blanca. Me permito señalar que lo que también está haciendo Pompita es tomar una revancha histórica sobre los dirigentes blancos que permanentemente le enrostran al lacallismo sus “historias recientes” (la de Focoex, el Banco Pan de Azúcar y tantas otras), en nombre de una ética política que no debe interesarles demasiado, si es que les interesa en algo la cosa pública como forja del bien común. Señalemos de paso que la alicaída senadora Verónica Alonso también se apresuró a pedir la renuncia de Bascou, pero que aquí también está su deseo de “matar” políticamente a Larrañaga, su competidor por la vicepresidencia de Pompita. Y Larrañaga, que vio las jugadas, pero no la magnitud del desastre, ni se preocupó por el tema de fondo; siguió la pelea con esa porfía que lo hace sentirse “guapo” y que en este caso tenía la intención de conservar la Intendencia de Soriano en momentos en que sus intendentes sueñan con un espacio propio o coquetean con Verónica Alonso . Por eso dice Bottinelli: “En cambio, la fracción a la que pertenecía el intendente, al igual que hizo el FA, empezó por jugar un ping pong con su principal adversario sobre quién tiene más culpa y a quién le cae más el sayo. El Partido Nacional, casi todo, impidió un juicio político en la Junta de Soriano”. Todos jugaron mal, por motivos menores, y aumentaron la enemistad feroz que los separa, particularmente a Larrañaga de Lacalle Pou, desde hace ya muchos años. Al llegar este punto hay que hacer una distinción que es vital en esta cuestión. Dice Bottinelli: “Pero así como el FA cometió el cúmulo de errores señalados al comienzo, el Partido Nacional no se quedó atrás y desencadenó en San José una sucesión de hechos de alta desprolijidad que exhiben lo que ha sido un tradicional problema entre los blancos: que cada tanto cada fracción considera que su mayor enemigo es la otra fracción del mismo partido, en un nivel de confrontación de tintes bélicos”. Entre los blancos -si es que esta gente mantiene algo de lo que llevó al brigadier general Manuel Oribe a poner sobre una vincha blanca su lema “Defensores de las Leyes”- las peleas son a muerte, y por las cosas más banales. Conozco gente veraz que me cuenta que en el Cilindro Municipal, mientras se procesaba el fraude de las elecciones de noviembre de 1971 (“hay más votos que votantes”, decían, porque se contaron, entre otras cosas, las listas de Pacheco por el régimen vigente y por el plebiscitado, que incluía la reelección), vio a militantes y dirigentes herrero-aguerrondistas romper alegremente votos a favor de Wilson. Como buenos herreristas, les importaba más la derrota del adversario interno que la del ajeno, aunque también es verdad que tenían mucho más que ver con Pacheco y Bordaberry, de quienes tantos de ellos fueron socios en democracia y en dictadura, que con el hombre que quería la reforma agraria y la nacionalización de la banca. Es por ese germen de discordia interna que afecta a los blancos más que a ninguna otra fuerza política que la conclusión de Bottinelli tiene resonancias proféticas: “Por todo ello es muy importante la defensa de la unidad partidaria, pero ahora la ciudadanía no tolera que la necesaria y reclamada unidad partidaria se desarrolle a partir de barrer la basura debajo de la alfombra. Son tiempos, aquí y en el mundo, en que hay niveles elevados de exigencia ética. Sin duda muchos quedaron obnubilados por el afecto, y ello es natural. Pero eso vale para la vida privada, no para la vida pública. Allí o se opta por los afectos o se opta por la responsabilidad”. En esta batalla que culminará en noviembre de 2019 tienen fundamental importancia la gestión, la ética, el desprendimiento de ambiciones personales y la unidad. El FA debe ofrecer las tres cosas en grado de excelencia. ¿Las está ofreciendo hoy? Yo creo que va a ofrecerlas, y convoco a los frenteamplistas todos a bregar por estos valores, que son fundacionales en nuestra fuerza política. También debemos convencernos, y convencer al pueblo uruguayo, de que más allá del programa conservador y reaccionario que ya hemos comentado, “el Partido Nacional no está preparado para gobernar”.
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