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Casa del Partido Nacional

Patrimonio o Manicomio

Por Juan Raúl Ferreira.

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El día del patrimonio es una linda, aunque nueva tradición. Es lindo y extraño ver cómo lugares que están abiertos todo el año congregaron largas colas. La gente  quería no solo visitarlos, sino que fuera ese día. De a poco se irá borrando “la utilización sesgada” de la fecha, que también la hubo.

Merece ser patrimonio la Casa del Partido Nacional. ¡Si esas paredes hablaran! Abierta al público, no se dijo a los visitantes qué era realmente esa casa ni cómo llegó a ser la sede partidaria.

En el año 71 asumió el primer Directorio “de unidad” partidaria. Antes, Casa de los Lamas, era sede y propiedad del PN Independiente (hoy ocupada por una lista) y la casona de J.C. Gómez, del herrerismo. Las autoridades del 71 fueron integradas por “notables”, aunque algunos no tanto. Presidía Aparicio Méndez. Pero fue la autoridad que impugnó las elecciones de 1971 por fraudulentas.

Durante la dictadura, la sede fue entregada a una “autoridad interventora”. Figuraban dirigentes del herrerismo, que siguieron siéndolo en democracia, como el diputado herrerista González Álvarez. El gobierno de Jorge Batlle pidió su desafuero por corrupción. Pero, tras el retorno democrático, la Casa del Partido cayó en un limbo jurídico.

Wilson pasó a presidir un partido sin sede. El Directorio funcionó sucesivamente en la Casa de los Lamas (hoy ocupada por el Ministerio de Defensa), luego en la Sala Verde del Palacio Legislativo (que había sido su despacho) y en su propia casa después de caer enfermo.

Desde que asumió la presidencia, Wilson inició negociaciones para recuperar la Casa del Partido, a la que en toda su vida, había ido una sola vez. Fue cuando denunció el fraude y a la salida (tengo el recorte de prensa conmigo a su lado) dijo: “Sabemos que hay blancos baratos que se quieren vender”, refiriéndose a la sector herrerista a Bordaberry.

Llegó a un acuerdo con la entonces ministra de Cultura, Adela Reta. La casa propiedad de una SA que había dejado de existir. El Estado la expropiaría, conservando la propiedad; el usufructo sería de la autoridad partidaria jurídicamente legítima. El tiempo no le dio para verlo.

Las llaves de la misma fueron entregadas el mismo día que murió, en medio del funeral en la Catedral Metropolitana. Un militante llegó a tiempo a abrir sus puertas y hacer sonar las sirenas, cuando sus restos pasaron a su frente, rumbo al Palacio Legislativo. Nunca presidió una sesión en la vieja casona, hasta entonces, de uso del herrerismo.

Desde entonces, ha habido una autoridad única de la colectividad con sede en esa casa. Nada de esto aparece en el relato que se brindó a los visitantes el Día del Patrimonio. Era como si Wilson hubiera “vivido” la casa. Tiene, eso sí, muchas cosas suyas donadas para que se le recuerde.

Soy responsable de ello, por haber donado todas las cosas suyas que allí lucen, las que están señaladas como tales y las que no. Un retrato pintado, la silla donde presidió desde su casa hasta su muerte, un busto y un sillón de cuero, que simplemente se usa como sillón. Todo eso doné.

El retrato fue solicitado por el Directorio a diez años de su muerte, por “no tener recursos para encargar uno”. Lo doné con gusto. El sillón sillón era el de mi escritorio. Muerto mi padre, tuve el honor de heredar su pequeño escritorio con silloncito y todo, que había comprado en un remate en Londres.

Para evitar comparación con antecedentes, al donarlo, pedí específicamente, que “no se clavara al piso”. No quería que fuera memoria estática, como ocurrió. Prefería que se asociara a un pasado que hiciera síntesis cada día. Que se usara, que estuviera viva. Se le agregó un sobrerrespaldo, para darle más señorío (cuando la gracia era precisamente su sencillez). Que fuera ocupada y no clavada. Se clavó.

El retrato, así como una obra hecha de la mujeres de Paysandú en 1867, para conmemorar los dos años de muerto Leandro Gómez, están bien cuidados. Claro, era esperable, quitaron la placa que señalaba que yo lo había donado. El busto de Wilson fue movido: primero de la sala del Directorio al descanso superior de la escalera y finalmente al salón del piso de abajo.

El silloncito de cuero negro de dos cuerpos también lo usaba en Londres para recibir. Este no solo no dicen quién lo donó; tampoco de quién fue. El sillón donde recibía Wilson en el exilio es un mueble más. No resaltan su valor histórico. Quizás sea porque nunca fue donado. Lo llevé cuando allí tenía un despacho y cuando me fui, lo pedí y se lo quedaron.

Hay muchas cosas en esa casa que son parte de la historia. Pierden su rumbo cuando la autoridad que allí se ejerce no sigue los pasos de la historia.

 

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