Uruguay aún procesaba el cambio de la orientación política del gobierno cuando, a través de las cadenas internacionales, llegaban noticias de un nuevo virus que andaba causando estragos por el Oriente.
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La “batalla informativa”, dada desde y entre lejanas salas de redacción, hurgaba en la casi impenetrable precaución científica para dar a conocer las causas del virus y si habría de desatarse una nueva pandemia mundial; surgieron con fuerza en esas mismas salas de redacción opinólogos y analistas, conocedores de lo desconocido, a los que no se le escapaba mencionar que el combate al nuevo virus en China era una consecuencia de la gradual confrontación entre la nación de oriente y el gobierno de Donald Trump.
Prensa y virus
Mientras la Covid-19 nos resultaba ajena y lejana, una parte de la prensa en Uruguay se preparaba a formar parte de la fiesta del nuevo gobierno, mientras otro periodismo, al igual que con las causas y consecuencias del nuevo virus, intentaba romper el hermetismo informativo sobre el proyecto de la anunciada Ley de Urgente Consideración.
Pasaron los caballitos con sus jinetes el 1º de marzo por avenida Libertador; dos días después el ministro Larrañaga lanzaba un mediático y masivo operativo policial contra las bocas de pasta base y unos pocos días después el gobierno, ante el inexorable avance de la pandemia, decretaba la emergencia sanitaria y el aislamiento social.
Informar sobre las medidas sanitarias a tomar, conocer el avance del virus, cómo gestionaría el nuevo gobierno la crisis sanitaria, fue el primer punto de la agenda de todas las salas de redacción.
No era nada original y exclusivo de Uruguay, pero debía acondicionarse a su escala.
Las voces del universo científico uruguayo se dividieron entre los que adhirieron al nuevo gobierno y sus directivas sanitarias y quienes se reservaban al margen de razonable duda, sobre todo cuando en el Ministerio de Salud Pública, el nuevo ministro entró como un elefante en un bazar.
El nuevo gobierno, adoptando una actitud que en muchos lugares del mundo era motivo de alarma sobre usar la pandemia para un tono gradualmente autoritario, rápidamente empezó a gobernar en un formato mediático, conferencias de prensa mediante y diarias, sin mucho margen de maniobra para la prensa independiente.
El aislamiento social, la gente confinada en “su cueva” y con hambre de informarse, profundizaba el nivel de responsabilidad de la labor periodística y de comunicación de ofrecer información de calidad y de brindar herramientas a la población para poder discernir entre tanto relato contradictorio y enfrentado.
Esa responsabilidad se hacía evidente, además, con un gobierno que por un lado no abría instancias de negociación al resto de la sociedad, al tiempo que sostenía un relato de delegar la responsabilidad de decidir libremente el individuo su manejo de salud comunitaria.
La enorme mayoría de los trabajadores de la prensa y de la comunicación debieron trabajar desde sus hogares sumándose al teletrabajo.
Los que debían trabajar en territorio asumían los riesgos de contagiar o ser contagiados en una imperiosa necesidad de amplificar voces acalladas en los grandes medios, como los ocupantes de terrenos, o chequear la veracidad de determinadas informaciones.
Lo popular
El movimiento sindical y las organizaciones sociales, expectantes ante las medidas del nuevo gobierno que había anunciado durante la campaña electoral un programa económico recesivo, debían resolver el conflicto de lograr movilizarse respetando las medidas sanitarias.
No es que a los dirigentes populares se les ocurriera exponer irresponsablemente a los trabajadores ante la pandemia, pero el discurso oficial era fuerte en ese sentido y había logrado imponerlo en buena parte de la opinión pública.
En el medio de una ola masiva de trabajadores enviados a seguro de paro, despidos (de los que no escaparon cientos de trabajadores de la prensa), aumento de las tarifas públicas, miles de familias acudiendo a las ollas populares, al presidente Lacalle se le ocurrió ironizar con una movilización realizada en Israel, respetando el distanciamiento social y las medidas de prevención de usar tapabocas; no hay como provocar el orgullo de la gente.
Antes que las organizaciones sindicales y sociales volvieran a ganar las calles, la gente respondió a la crisis social con la respuesta de organizar ollas populares.
La gran prensa presentó como novedad y espíritu caritativo lo que forma parte de las mejores tradiciones de nuestro movimiento popular; la comunicación fue un elemento vital para difundir días y horarios de funcionamientos de las ollas y organizar la recepción solidaria de alimentación.
Si para cierta tribuna internacional, el gobierno uruguayo es un “ejemplo” en el manejo sanitario de la pandemia, el movimiento popular uruguayo es un ejemplo de solidaridad y también de responsabilidad.
En abril de este año, varios colectivos y organizaciones sociales convocaron a la primera concentración pública contra la votación en el Parlamento de la Ley de Urgente Consideración.
Cientos de personas ganaban las calles por primera vez desde la declaración de aislamiento social, y aun cuando los resultados en el manejo sanitario por parte del gobierno aun no le permitía sacar pecho.
A partir de allí, distanciamiento social, alcohol en gel y tapabocas mediante, la gente volvió a ganar las calles; caravana del Pit-Cnt el primero de mayo, paros generales parciales y actos, multitudinarias marchas pidiendo la renta básica de emergencia, de los trabajadores públicos, de los friyeros del frigorífico Canelones, de la enseñanza, de la construcción.
Pandémico
Bajo el signo de este gobierno la democracia se detiene en las puertas de entrada de bancos, cuarteles, ministerios, empresas públicas y privadas y en las puertas de algunos despachos parlamentarios.
La pandemia como excusa en la restricción del acceso informativo, en la reducción de los lugares en las mesas que deberían ser de diálogo real, de negociación, condicionan el rol de los periodistas, los comunicadores y los movimientos sociales.
En una sociedad donde fuertemente se vuelve a imponer la visión de los sectores mas poderosos, el rol de la prensa independiente es fundamental, y no solo alcanza con gozar de determinados niveles de libertad de prensa, libertad que no es solo de opinión y difusión; el financiamiento que hace perdurable y sostenible al medio de comunicación, esta dentro del concepto de libertad de prensa y de una sociedad democrática que vela por la comunicación y el acceso a la información.
El desarrollo en las tecnologías de la comunicación permite que ademas de las organizaciones sindicales y sociales desarrollen sus propias unidades de comunicación e individuos que publican y difunden en las redes.
Un trabajo lo más articulado posible de esos esfuerzos con la prensa independiente profesional parece ser el único camino transitable ante la concentración de los grandes medios de comunicación, dependientes y al servicio de los poderosos intereses económicos.
Un ojo y oído dispuesto a informar y comunicar haciendo foco en los territorios, en sus barrios, en sus locales comunales y sindicales, en los distintos emprendimientos que van desde merenderos, ollas, mercados populares de subsistencias, huertas comunitarias, teatros y cines barriales, radios comunitarias, centros culturales, alertas feministas.
El otro ojo y oído hurgando información allí donde se la retacea u oculta, tomando y amplificando la voz de quienes justifican la impunidad, haciendo foco en quienes toman y ejecutan las medidas económicas en contra de las grandes mayorías.
La pandemia como excusa corre el riesgo de devolvernos como especie a las cavernas, donde hay una tarea fundamental para no vivir mirando unicamente la proyección de las sombras.