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Columna destacada | Argentina |

Secretismo, judicialización y plutocracia política argentina

Por Emilio Cafassi.

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Poco más de una semana atrás, comenzó a adquirir mayor efervescencia el debate político argentino con consecuente aceleración de las intervenciones mediáticas y también judiciales, cuya relación es estrecha y complementaria, particularmente en la falacia y la impunidad. Faltando menos de un mes para la definición de las alianzas y precandidaturas que competirán en las elecciones de octubre, vio la luz una primera fórmula presidencial que generó sorpresa. En verdad se trata de una de las que deberán ratificarse en el sistema de internas, institucionalmente previsto para tal fin: las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), un engendro que disuelve la participación de la militancia en la elección de las candidaturas dentro del conjunto de la ciudadanía. El instituto fue aprobado por unanimidad parlamentaria durante el kirchnerismo. Lamentablemente Uruguay tiene un sistema idéntico aunque no obligatorio, lo que no quiere decir que, a diferencia de la otra orilla, no haya competitividad al interior de los partidos ni que, en el caso del Frente Amplio (FA), las precandidaturas no fueran sometidas a la decisión de un nutrido congreso y una compleja “orgánica”.

No obstante, la razón de la sorpresa mediática argentina no fue el hecho de haberse anticipado al resto de los previsibles competidores, sino el lugar en el que la expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, se posicionó por propia voluntad en la fórmula, comunicándoselo personalmente al elegido al tiempo que le solicitaba mantenerlo en secreto hasta el sábado siguiente. Pidió a Alberto Fernández (jefe de gabinete durante los 4 años de gobierno de Néstor Kirchner y algo más del primer año de la sucesión de su esposa) ser la cabeza que ella acompañaría como vice.

Es el resultado y no el procedimiento lo que explica la sorpresa, porque en Argentina a nadie puede sorprender que -aún en una fuerza que se autodefine progresista- la decisión la tome una sola persona (a lo sumo en consulta familiar) descontando luego que sus militantes, o más precisamente seguidores, acompañen entusiastas la decisión inconsulta. Es uno de los varios factores de despolitización de la sociedad argentina y del progresismo en particular. Porque si bien el fundamento de la inclusión de este procedimiento era evitar que los candidatos fueran elegidos a dedo sustituyéndolo por un sistema de selección participativo que iría a mejorar la calidad de la democracia, las instituciones y los dirigentes que las conducen, en la práctica, la totalidad de los candidatos depende del “regio” dedo que ungirá candidaturas luego de secretas cavilaciones, con nula participación de militante.

En cualquier caso, no es ni el único factor de deterioro de la dinámica política ni tampoco el más significativo. Adquiere significación inocultable el hecho de que, salvo muy honrosas excepciones (casi en su totalidad situadas en la anoréxica izquierda, prácticamente testimonial), la dirigencia es millonaria. No sólo la dirigencia política sino también de organizaciones de la sociedad civil y particularmente de la representación sindical. Algunos -pocos- con fortunas previas a su aparición en las instituciones (como el actual presidente Macri y su gabinete de CEOs), mientras la mayoría se enriquecieron en pocos años mediante incognoscibles -aunque intuibles- mecanismos de apropiación de caudales.

Muy raramente se explicitan, como -a muy escasos días de la muerte de su padre- tuvo ocasión de sincerarse el presidente Macri, confesando que el hacedor del inmenso patrimonio del que disfruta como heredero lo hizo pagando coimas a funcionarios del Estado, en sus orígenes miembros de las dictaduras militares, a cuya obra pública aportó los servicios empresarios. Dado que jurídicamente se han seguido pasos similares a los brasileños sancionando una “ley de arrepentidos”, ya hay decenas de empresarios (históricos y recientes) confesos coimeros. El enriquecimiento no es sólo de la dirigencia, sino además de las amistades próximas y los entornos familiares entablando relaciones estrechas y pactos impunes entre las élites y los poderes tanto fácticos como institucionales. Sin embargo no debería concluirse que los lazos ocultos y los mecanismos de enriquecimiento estén exentos de disputas, traiciones y ferocidades.

Personalmente he sido víctima de la misma sorpresa ante la candidatura, cosa que revela que mis limitaciones analíticas no difieren de la media de la sociedad y la prensa, a lo que añado el hecho de no haberle dado importancia a la discursividad del ahora ungido, posiblemente por la sucesión de variantes políticas en ocasiones diametrales desde las que ha ido apareciendo en su importante carrera. No muy diferente de la mayoría de los dirigentes peronistas que acostumbran a pendular por la atracción del poder, pero en este caso con una muy acelerada cicatrización de las heridas que los traidores pases de bando y las acusaciones, adjetivadas críticas y denuestos producen inevitablemente.

Pero al asombro por el rol que ocupará, se me sumó la curiosidad cuando los diarios publicaron el video del primer reportaje en la puerta de su casa, sacando a pasear a su perro. Inmediatamente reconocí el barrio de Puerto Madero, el más reciente y caro de Buenos Aires, donde habita la casi totalidad de los nuevos ricos y fue adquiriendo un hálito de concentración de corruptos, aunque resulte sólo una leyenda. Donde no existe propiedad por valor inferior a los 7.000 dólares el metro cuadrado. Según el diario La Nación la vivienda no le pertenece, sino que se la presta un amigo millonario que también fue integrante del gobierno kirchnerista.

En modo alguno puede inferirse nada deshonesto por ello, aunque tampoco el raro préstamo ayude a desmentirlo.

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