En Uruguay la derecha viene dando un giro discursivo peligroso. Por un lado, piden bajar las tensiones y el nivel de confrontación política, pero, por otro, sus acciones van en un sentido totalmente opuesto. Varios dirigentes del Partido Nacional se encuentran inmersos en esta lógica.
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El endurecimiento de los planteos y los ataques no es una novedad para las derechas regionales y mundiales. Forma parte de las estrategias desarrolladas en las campañas electorales, pero incluso va más allá de eso. Constituye una forma de hacer política y, por tanto, representa una construcción social y política de anclaje cultural profundo. Milei en Argentina, Vox en España o la derecha ultraconservadora en Israel, son sólo algunos de los ejemplos de las derechas desbocadas que obtienen su rédito no por ser “políticamente correcta”, sino, por el contrario, por mostrar un discurso que aparenta ser disruptivo o antisistema.
Los discursos de polarización aumentan la confrontación política y exacerban los primitivismos. Es una manera de anular formas elementales de pensamiento crítico, porque simplifica las opciones. En ese terreno es donde aparece la ventaja de las derechas. Su maquinaria electoral, los grandes medios de comunicación y difusión cultural, terminan en la mayoría de los casos por inclinar la balanza hacia las opciones más conservadoras.
El aterrizaje de esta estrategia global de la derecha tiene su principal expresión en algunos referentes del Partido Nacional. Destacadas figuras nacionalistas han tomado este camino peligroso, posiblemente inspirados en los triunfos electorales que han alcanzado estrategias similares. Probablemente este escenario que ya se manifiesta en Uruguay tenga en los próximos meses, fruto de la campaña electoral, un recrudecimiento.
En la estrategia del Partido Nacional hay al menos 5 figuras que se destacan en el desarrollo del guion. Lacalle Pou, Álvaro Delgado y Javier García son las principales puntas de lanza en el Poder Ejecutivo. Mientras que Graciela Bianchi y Sebastián Da Silva lo hacen desde el Senado.
El objetivo consiste en atacar permanentemente al Frente Amplio, a las fuerzas populares como el Pit-Cnt y, especialmente, bombardear la imagen de los principales candidatos que tiene la coalición de izquierda, Yamandú Orsi y Carolina Cosse. El caso más emblemático y reciente posiblemente sea el “simulacro” armado por el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, cuando buscó increpar, en medio de cámaras y micrófonos, al intendente de Canelones, Yamandú Orsi. No fue un “acting” más sugerido por la agencia de publicidad. Esta acción no sólo representó una provocación, tal vez buscando algún tipo de reacción que dejara mal parado al intendente canario, sino que además buscaba mostrar un presidente “bien parado” y con la autoridad incuestionable, justamente en el momento en que más cuestionada estaba su imagen por la ciudadanía uruguaya, luego del nuevo escándalo que explotó en Torre Ejecutiva por la entrega del pasaporte al narcotraficante Sebastián Marset.
Siguiendo con el guion sugerido, el presidente Lacalle Pou volvió a mostrarse en tono “desafiante” cuando, en la cena anual del CED (Centro de Estudios para el Desarrollo), había reclamado al Frente Amplio y a sus principales candidatos presidenciales que fijaran postura sobre la seguridad social. Lacalle Pou dijo: “Si la ciudadanía les da la posibilidad de ser gobierno, tienen que decir qué van a hacer con la reforma de la seguridad social”, y remarcó que “no es plebiscito sí o plebiscito no”.
Pero los ataques a Orsi apuntan en varios sentidos más. Hay un notorio esfuerzo desde el Partido Nacional y de sus agencias de publicidad para construir la idea de que el actual Frente Amplio es el peor de la historia. O que la coalición de izquierda se encuentra sometida a las aventuras políticas de la izquierda radical. Álvaro Delgado y Martin Lema han repetido en múltiples oportunidades prácticamente la misma frase: “Este es el peor Frente Amplio, el Frente Amplio más radical. El Frente Amplio que durante estos tres años se ha dedicado a criticar todo sin proponer nada, donde el único programa que tiene es criticar las acciones del gobierno actual sin ofrecer alternativa”, había expresado el entonces secretario de la presidencia de la República. El machaque sobre esta noción apunta a generar la idea de un Frente Amplio inexperiente, incapaz de liderar una oposición política y, por consiguiente, mucho menos capacitado para conducir los destinos del país en caso de alcanzar nuevamente el gobierno. Pueden contarse por decenas las declaraciones de dirigentes de la coalición de gobierno en este sentido.
En una dirección similar apuntan para criticar a Orsi, cuando repiten a coro que el precandidato del FA se radicalizó y que ya no es el hombre del diálogo. En referencia a declaraciones de Yamandú Orsi sobre el caso Marset, el ministro de Desarrollo Social, Martín Lema, expresó: “A mí no me queda claro qué pasa con Orsi, si se disfraza de moderado o si los radicales se lo llevan puesto”. Graciela Bianchi, una de los principales referentes del Partido Nacional en cuanto al despliegue de la estrategia de confrontación, no pierde oportunidad para sembrar el miedo apelando a recursos tan vetustos como la guerra fría. Su verborragia sin fin incluso la ha llevado a realizar papelones internacionales, cayendo en el ridículo. La senadora, en sintonía con lo repetido por Lema y Delgado, dijo hace pocos meses atrás que “este FA está representado, mandado, conducido por los sectores más radicales de la izquierda uruguaya, que no son democráticos. Ni el MLN-Tupamaros, ni el Partido Comunista, ni el Partido Socialista ortodoxo”, aseguró la legisladora del Partido Nacional.
Pero, por si fuera poco, en su afán “pedagógico”, advirtió al pueblo uruguayo sobre la necesidad de dejar “de ser inocentes. El uruguayo tiene que perder la inocencia. A nosotros nos parece que las cosas que pasan en otros países no van a pasar en Uruguay, y pueden pasar y, de hecho, está pasando. Por ejemplo, el narcotráfico…”, dijo la senadora.
Como se dijo más arriba, otra de las preferidas por los ataques nacionalistas es la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse. A la precandidata frenteamplista buscan mostrarla como una mujer autoritaria y terca. Obviamente que, además, atacan sistemáticamente la gestión de Montevideo, al punto de que uno de los principales ejes de las críticas sea una ciclovía. Lo que en otros países del mundo es recibido con beneplácito por los efectos positivos que tienen las mismas en el ordenamiento del tránsito, en la protección de ciclistas y en la promoción de medios de transporte amigables con el medio ambiente, en Uruguay la derecha lo utiliza como caballito de batalla para erosionar.
Al igual que lo ocurrido con el Frente Amplio en general y con Orsi en lo particular, la recolección de firmas en torno al plebiscito promovido por el Pit-Cnt, Fucvam y varias organizaciones sociales y políticas más, es otro de los puntos predilectos de los ataques sistemáticos. Para el caso de Carolina Cosse lo que se pretende es hacer énfasis en lo radical de sus posturas, o de cómo es “manejada” por los sectores supuestamente más “peligrosos” de la interna frenteamplista.
En este sentido, Álvaro Delgado había expresado: “Cosse jugó con fuego, en pos de un cálculo interno, de la interna del Frente Amplio, condicionado por el Partido Comunista, el Partido Socialista y el Pit-Cnt, puso en juego la estabilidad del sistema de seguridad social de hace 30 años”. Y finalizó ironizando: “A partir de ayer Carolina Cosse no solo es la candidata del Frente Amplio, sino también es la candidata del Pit-Cnt, quedó claro”.
No es casualidad que se pretenda mostrar y sobredimensionar los supuestos radicalismos de ambos precandidatos frenteamplistas o de la propia coalición de izquierda. La instauración de las campañas del miedo, históricamente utilizadas por los sectores conservadores, han operado como freno a los avances sociales y populares a lo largo de décadas. En la actualidad es un arma que sigue generando réditos a nivel mundial. Este año de elecciones nacionales, Uruguay tiene la oportunidad de demostrar que el miedo y la descalificación como herramienta política tienen poco lugar. El país no solo se merece un debate político programático profundo, sino que además lo necesita.