Los ministros rindieron cuentas ante el Parlamento el pasado lunes sobre un proceso que generó dudas a la oposición e incendió la pradera.
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El llamado a sala o interpelación es un mecanismo previsto en el art. 119 de la Constitución, que prevé la posibilidad que cualquiera de las cámaras convoque a uno o varios ministros con el fin de realizarles preguntas sobre su gestión. Para que ello ocurra se requiere el voto de al menos un tercio de cualquiera de las cámaras, es decir, es un mecanismo que favorece el control horizontal del gobierno.
La mecánica de estos eventos es muy sencilla. Una vez votado el llamado a sala, con los temas que se quiere analizar y designado el miembro interpelante, el presidente de la cámara en cuestión coordina con el ministro la fecha de realización de la instancia, dentro de las dos semanas siguientes a la aprobación del mismo.
El interpelante debe formular preguntas fundadas sobre el tema acordado y el o los ministros deben responder. Posteriormente, el presidente de la cámara abre la exposición, en la cual los miembros del cuerpo tienen un máximo de 30 minutos en el Senado o 15 en la Cámara de Diputados para exponer sus ideas sobre las respuestas del ministro. Al cierre del debate, la cámara en cuestión debe adoptar una resolución que exprese si las respuestas ofrecidas fueron o no satisfactorias.
Un poquito más de historia
Hasta 1973, una resolución que declarase la insatisfacción parlamentaria por las respuestas vertidas por el ministro resultaba una señal muy fuerte de desaprobación a la gestión del mismo. Por esa razón, los Ministros solían renunciar a su cargo. Saladitos de muestra para ir haciendo boca, como decía mi abuela, el Escribano Pedro W. Cersósimo, entonces ministro del Interior, renunció porque el interpelante Wilson Ferreira Aldunate demostró que el jefe de Policía de Montevideo había usado fondos de la institución para festejar su cumpleaños.
Sin embargo, cuando en 1985 el Parlamento votó una declaración de insatisfacción con el entonces ministro del Interior en recordada interpelación del diputado Yamandú Fau, cuando era del Frente Amplio, se impuso una nueva interpretación del acontecimiento: si el Parlamento quiere sacar al ministro, deberá utilizar el mecanismo de la censura ministerial (artículos 147 y 148 de la Carta vigente). Hasta aquí la historia.
Vamos a lo nuestro
Cuando el lunes 15 de agosto, se puso en marcha el engranaje del llamado a sala, la presidenta del Senado, Beatriz Argimón, ya manifestaba que esto había que hacerlo rápido. El presidente quiere que vengan enseguida. Lo hacen para tapar lo de Charles Carrera. Y fue rápido nomás.
A las 15 horas del pasado lunes, estaba todo dispuesto para comenzar la interpelación. Los ujieres de sala apuraban la entrada de sillones, sillas y mesas una vez finalizada la sesión ordinaria que había tenido lugar.
El primero en llegar fue el miembro interpelante. Mario Bergara llegó solo, se sentó en su banca munido de un fajo de hojas A4 que ordenó prolijamente en su mesa y esperó. Estaba listo.
La presidenta del cuerpo llegó enseguida con un L’Oreal Total Blonde envidiable, tailleur de pantalón y chaleco azul, camisa blanca y chaqueta a cuadros que se ponía y sacaba según el calor del debate. Minutos después empezaron a llegar los demás senadores. La senadora Bianchi hizo su pequeña mudanza de siempre: libros, carpeta y mantita a cuadros creyendo que la tenida sería larga.
15.16 quedó abierto el acto. 15.17 entró el ministro Heber, con mochila de cuero marrón al hombro, pantalón y saco azul, camisa blanca y corbata a rayas. Se sentó al lado de la senadora Bianchi. A las 15.19 llegó el canciller Bustillo, con impecable traje gris, camisa blanca, corbata muy british azul con motitas rojas, acompañado por un bibliorato azul que imaginamos le habían armado prolijamente en el ministerio. A los 10 minutos estaba desparramado en su mesa, y arrancó a escribir y no paró.
Un capítulo aparte merece la entrada de los asesores de Heber y Bustillo autorizados por el cuerpo. Eran muchos y solo se había previsto una mesita con cuatro sillas. Me acordé enseguida de una frase que un amigo solía repetir en situaciones similares: “O sobran culos o faltan sillas”. Conclusión, algunos de dorapa y los subsecretarios Maciel y Ache sentaditos, y los directores generales también. Peor suerte corrió Santiago González, director de Convivencia Ciudadana, que siguió el devenir de la sesión desde la barra, mezclado con el enjambre de periodistas que a esa hora seguían la interpelación.
A su ingreso a Sala, la subsecretaria Carolina Ache, sorprendió por su buen gusto. Un estilo más de cóctel que preparada para una maratónica sesión. Vestido al cuerpo, azul Francia, blazer negro y unos stilettos Louboutin con un tacón de más de 12 centímetros que atraparon la mirada de esta cronista, que no dejaba de pensar que con esos tacos come una familia tipo durante un mes.
Las exposiciones del miembro interpelante y los ministros se desarrollaron tranquilamente. El tono de las mismas fue amigable. No hubo demasiadas sorpresas. Hubo sí algunos hechos graciosos, no funcionaron a tiempo los Powerpoint que llevó Heber, lo que escribió Bustillo durante toda la maratónica sesión, cuando el que respondía todas las preguntas era Heber o cuando el ministro del Interior se inclinó atrás de los hombros de Maciel para ver cuánto le faltaba para terminar su exposición.
A las 18.57 se pidió un cuarto intermedio para dar paso a sendas conferencias de prensa de la coalición de gobierno primero y después de la bancada del Frente Amplio. La sala Zelmar Michelini estaba repleta de periodistas de todos los medios, incluyendo los canales que estaban preocupados porque era la hora de salir al aire. El senador Da Silva miraba desesperado contabilizando que los medios televisivos estuvieran todos.
La suerte de la interpelación a esa altura estaba echada. Heber a viva voz había anunciado que había sangre, poca, pero había. Habían separado del cargo al subdirector de Identificación Civil, Alberto Lacoste. Cerrá y vamos, ese era el rumor en el ambulatorio.
La cantina suele ser un lugar de encuentro. Y el Poder Legislativo no es la excepción. En el subsuelo del histórico edificio funciona la del Senado. Allí apuraba una generosa media luna el senador Camy, compraba algo para llevarse a su despacho Pacha Sánchez y compartían amablemente una mesa los cabildantes Domenech y Lozano. Todos coincidían en que había que tomar los recaudos necesarios y prepararse para una tenida larga. El senador emepepista apostó al mate. El de Alianza Nacional se jugó por los alfajores para sobrellevar la noche. Los de Cabildo eligieron comer tranquilos mientras arriba seguía el cuarto intermedio y las conferencias pasaban de la coalición a los frenteamplistas.
A las 20.05 se reabre la sesión. Una hora y pico que permitió cumplir con el horario de los informativos centrales y a todos comer algo para pasar la noche. Heber volvió a sala con una Coca sin azúcar en la mano y arrancó el debate. Se fueron sucediendo uno a otro los expositores de las distintas bancadas. Hubo algún grito que otro para despertar a la barra que cada vez quedaba más ralita, hasta que en la madrugada hizo su exposición de siempre la inefable senadora Bianchi. Bastaba ver la cara de Heber. No podía más. El final, sin sorpresas. Insatisfacción para la bancada interpelante y aprobación por parte de la coalición. Cerrame la ocho…
Textos: Juana de la Barra