Leídas a la distancia, las palabras de Néstor Kirchner engloban el clima de época que se inauguró post estallido 2001 aunque también sirven para graficar el actual devenir de la política económica de la Argentina, en un contexto donde el yugo del Fondo Monetario Internacional (FMI) aprieta cada vez más fuerte.
¿Cuál fue el modelo económico de Néstor? En principio, haber puesto a la economía bajo el ala de la política. Allí reside el gran hito que fue pagarle al FMI, en una jugada conjunta con el por entonces presidente de Brasil, Luis Inacio Lula Da Silva. Con la utilización de una parte de las reservas internacionales del Banco Central, se canceló la totalidad de la deuda con el organismo multilateral (9500 millones de dólares).
Antes de la llegada de Néstor a la Casa Rosada, los presupuestos de la administración pública eran dictados por el FMI. Desembarazarse del Fondo resultó ser el principal gesto político de independencia económica.
“Negociar con dignidad y firmeza pero primero siempre tiene que estar la Argentina”, arengaba el patagónico. Esa dureza (que me hacía recordar al endurecerse siempre sin perder la ternura jamás del Che) se forjó desde la árida, ventosa e inhóspita Río Gallegos, bien al Sur del Sur del país, en la provincia de Santa Cruz.
En 2003, antes de su llegada al Gobierno nacional, la deuda externa representaba casi el 120 por ciento del PBI. Estaba claro que había que desendeudar al país. Porque las políticas de sujeción económica siempre estuvieron asociadas a la llamada restricción externa y a los procesos de endeudamiento violentos, como ocurrió durante la última Dictadura Cívico Militar o el menemismo. De ese total de deuda, la nominada en moneda extranjera era del 80 por ciento del producto. Siete años después, había bajado a sólo el 17,6 por ciento. La política de desendeudamiento tuvo dos hitos marcados, la renegociación con los llamados holdouts, primero en 2005, en la presidencia de Kirchner y luego una segunda instancia de negociación en 2010, bajo el mandato de Cristina Fernández. Entre ambos procesos, hubo una quita del 65 por ciento.
El Perón que es derrocado en 1955 se había negado a firmar un acuerdo con el FMI, en un contexto de post guerra. El Fondo es un instrumento del imperio para decidir sobre los procesos internos de los países. Por eso Néstor le hizo honor a esa tradición política del primer peronismo, mucho mejor que cualquier otro dirigente que se preciara de peronista. Tampoco fue casual que Macri, como representante de la peor estirpe del poder económico local, iniciara un nuevo ciclo de endeudamiento externo.
La acumulación de reservas fue la estrategia principal para lograr un sostenimiento del peso acorde a las necesidades productivas del país. Con un peso fuerte se potenció el rol productivo de la Argentina, sumado al sostenimiento de las pequeñas y medianas empresas. El flujo de las exportaciones (y la limitación de las importaciones sobre algunos productos) potenció la acumulación de divisas en el Banco Central. Se pasó de tener 9000 millones de dólares a más de 51.000 millones de dólares.
Este proceso de acumulación devino, luego, en la fuerte discusión sobre el rol del Banco Central en la economía. La crisis internacional demostró que los bancos centrales no eran independientes de los procesos económicos. De esta manera, se creó un fondo para cancelar los intereses de la deuda, instrumento que redujo fuertemente el famoso Riesgo País y permitió encarar el segundo tramo del canje con los holdouts.
Que la economía quedase subordinada a la política fue lo que le permitió al “kirchnerismo” hacer de la inversión pública una política de Estado. Cuando el incremento del gasto público era (y es) criticado por el establishment local e internacional, sobre todo por parte del FMI –aunque con la pandemia morigeraron estas críticas-, tanto el Gobierno de Néstor como el de Cristina fortalecieron el rol del Estado en la economía con obra pública, inversiones en infraestructura, y bienes de capital. En 2003, la inversión pública representaba el 1,2 por ciento del PBI, mientras que en 2007 era del 3,4 por ciento. Y tras el último año de mandato de Cristina, había llegado a casi 5 puntos del producto.
Néstor caminaba por la calle como cualquier mortal. El día después de la derrota electoral de medio término en 2009, participó de una asamblea pública organizada por el colectivo de intelectuales de Carta Abierta, en Parque Lezama. Sentado como uno más, arengaba para que la desesperanza no le ganara a la militancia.
Su cuerpo era tan bravío como el viento que lo forjó. Tampoco quiso bajarse del primer acto masivo organizado por la agrupación La Cámpora, conducida por Máximo Kirchner y otro conjunto de referentes. Le puso cuerpo y sentido a la política. Hasta que un 27 de octubre no aguantó más.
“Somos conscientes de estar transitando un momento histórico fundamental y estamos decididos a ser protagonistas de este cambio de época. Nos han educado durante mucho tiempo para la impotencia, para el no se puede, nos quieren hacer creer que lo nuestro nada vale, que no tenemos la capacidad o la constancia para valernos como nosotros, como país. Nos quisieron meter en el alma la certeza de que la realidad es intocable, nos quieren convencer que son tan grandes las dificultades que es mejor que nada cambie. Quieren hacernos creer que no hacer nada nuevo es la única opción realista.
Creemos, sin embargo, que nuestro futuro será hijo de nuestra capacidad para articular respuestas colectivas y solidarias de nuestro compromiso con la defensa del interés conjunto. Intentando superar el infierno en que caímos, sabemos que estamos recuperando la esperanza y que debemos adueñarnos de las herramientas para construir nuestra autonomía.” En 2005, cuando nos sacamos de encima al Fondo, Néstor ya avizoraba todas las batallas por venir.