Por Germán Ávila
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Esta iniciativa fue impulsada inicialmente por los presidentes de Chile, Sebastián Piñera, y de Colombia, Iván Duque; luego se sumaron Jair Bolsonaro como mandatario de Brasil, Mauricio Macri por Argentina, Martín Vizcarra por el Perú, Lenín Moreno del Ecuador y Mario Abdo Benítez de Paraguay.
Esta iniciativa nace con la intención no sólo de hacerle contrapeso a Unasur, sino de buscar su liquidación por completo; sin embargo, es importante darle una mirada con un poco más de profundidad a las razones que culminan en la creación de un órgano multilateral surcontinental.
La aparición de Prosur llega con la declaración inaugural de Piñera que señala la necesidad de crear un organismo con “un compromiso claro con los principios de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos”, y lejos del “ideologismo” con el que señalan a la Unasur.
Los principales medios del mundo han señalado el nacimiento de Prosur como la formalización del Grupo de Lima; un espacio que aísle al gobierno venezolano y se mueva en sintonía con el gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, es importante ver que aparatos más grandes como la OEA ya tienen esta tarea, pues su papel se ha limitado de manera casi exclusiva durante los últimos años a hacer lobby contra el gobierno de Maduro, y su existencia tiene como única razón de ser la salida del mandatario del gobierno.
Entonces, si ya hay organismos multilaterales que están haciendo la tarea de allanar el camino para la intervención militar en Venezuela, ¿cuál es la necesidad de crear otro?, o ¿por qué simplemente no se sumaron a Unasur, lo coparon y le dieron la vuelta para alinearlo con los intereses norteamericanos en la política exterior regional?
Durante los años más crudos del conflicto en Colombia, la guerrilla construyó varias carreteras que comunicaban las zonas más profundas y servían, además de mover tropas insurgentes y pertrechos, para sacar los productos que los campesinos cultivaban, e incluso, cuando llegaba el ejército, servían para que estos mismos se desplazaran. Sin embargo, cuando una de estas carreteras era descubierta por el Estado, la destruían por completo; controlar las obras hechas por “el enemigo” nunca fue una opción.
Hoy lo que ocurre es un fenómeno similar a nivel continental; destruir la obra de los gobiernos alternativos en materia de integración es la única opción posible, pues además de “aleccionar” y evitar confusiones sobre la orientación del organismo, busca construir un modelo de integración regional nuevo, distinto y donde lo que prime sea una concepción económicamente neoliberal sustentada en un neofascismo crudo pero maquillado por los medios de comunicación funcionales al poder.
Uno de los fenómenos identificables de lo que los estudiosos del pensamiento contemporáneo llaman la “posverdad” es la negación de la misma ideología desde sus propios argumentos ideológicos; Bolsonaro y Duque representan lo más atrasado del fascismo latinoamericano, acompañados de ultraneoliberales consumados como Piñera, mezclas de todo lo anterior como Abdo Benítez y el representante de una vergonzosa transición como Lenín Moreno; sin embargo este bloque se presenta como una opción “no ideológica” para la integración latinoamericana.
Pero esta situación ocurre en un momento difícil de la historia, donde la ultraderecha neoliberal avanza sustentada en discursos de cualquier tipo que lleven a la clase media a reafirmar la tara capitalista que se puede vivir “mejor” que los demás, que la fortuna material está a la vuelta de la esquina y apelando al arribismo individual que hoy toma forma de construcción colectiva.
Por eso la gran ausente de las últimas justas electorales es la derecha democrática, la derecha liberal que buscaba el crecimiento de una burguesía en expansión e intentó darle la vuelta a la creación de marcos normativos que la beneficiaran a partir de ganar el favor de amplios sectores de la sociedad que asumían su papel de beneficiarios incidentales del crecimiento de otros.
Entonces el discurso que se posesionó es el que tiene sus más insignes representantes en los gobiernos signatarios del Prosur, y lo que está hoy en juego es la consolidación de un proyecto que tiene su tarea más inmediata en el golpe de Estado contra Venezuela, pero que no encuentra su techo en él.
Lo que hay de por medio es la búsqueda de la consolidación de un área común hecha a la medida de los Estados Unidos; la derecha aprende de sus errores y sabe que cuando en los 90 propuso la creación de un Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), los desequilibrios propios producto de la enorme diferencia en términos de desarrollo hicieron que la idea no cayera muy bien en varios sectores, incluidas algunas burguesías locales que veían en la libre competencia contra la producción subsidiada de EEUU o Canadá un enorme peligro para sus sectores.
Hoy la fórmula ha sido perfeccionada y lo que se ve en apariencia es una iniciativa autónoma de los países de la región, liderada por el sistema político, que contrario a lo que parece es el más estable del continente, al menos a nivel internacional: Colombia.
Colombia puede haber sido el principal productor de droga en el mundo, tener un conflicto interno de más de 50 años o unas condiciones sociales propias de un polvorín que en cualquier otro lado hubiese estallado con la mitad de lo que ha sufrido este país; pero la institucionalidad y la gobernabilidad de la derecha no han estado en un riesgo real jamás y ahora que el único movimiento armado con alguna opción de poder (aunque fuese local) ya no está en la escena, dicha estabilidad se asegura con mayor facilidad, pues la izquierda, aunque crece, difícilmente se consolida como opción de poder por debilidad propia y por la brutal violencia ejercida en su contra.
Esta nación ha sido señalada como la Israel de América; nada más lejos de la realidad; Israel es, en medio del horror en que se ha construido, una nación desbordante de iniciativa colonial a la que sus fronteras casi no pueden contener; Israel es una aliada poderosa de Estados Unidos, Colombia no; Israel es el administrador de los planes coloniales imperiales en Medio Oriente, Colombia es el vigilante del patio trasero de los norteamericanos, el papel de la Israel de Suramérica caería mucho mejor en Brasil, de no ser porque aún no ha logrado apaciguarse lo suficiente la voz interior que vio en algún momento la alternativa política y no se resigna a perderla.
Para este caso se ha puesto como un escollo a salvar una de las grandes debilidades continentales del proceso brasilero durante la década del progresismo, y es que sus metas integradoras estaban en el concierto global, no en el regional, pues donde el papel del gigante suramericano hubiese consolidado una presencia como la que tuvo Venezuela en el escenario continental, su giro a la derecha habría golpeado con mucha más fuerza la región.
Sin embargo, este parece ser un equívoco que el gobierno de Bolsonaro tiene toda la intención de superar; durante las pocas semanas de su gobierno, se ha pronunciado acerca de la inutilidad que ve en Mercosur, firmó la creación de Prosur y ofreció en varias ocasiones su territorio como plataforma logística para una intervención armada en Venezuela; en otras palabras, la presencia brasilera en el continente parece ser mucho más activa que antes.
La situación venezolana ha servido no solamente para que Estados Unidos busque intervenir de manera directa en el control de los recursos naturales de la región, sino para consolidar un bloque ideológico por la reedición de la doctrina Monroe, para lo que ha implantado mediáticamente una especie de paternidad colectiva sobre Venezuela, en la que todas las naciones están obligadas a tomar una posición, forzadas a condenar al gobierno venezolano so pena de ser a su vez condenadas como aliadas o cómplices.
Todo el discurso que se ha construido a partir de la realidad venezolana niega la realidad regional a favor de la consolidación del proyecto neoliberal; la crisis de Haití o Argentina, la brutal represión y persecución contra la oposición en Colombia, la corrupción institucional en Perú y Chile, o las reiteradas mentiras que se han recreado con el fin de reforzar los preconceptos que persisten como versiones válidas de los hechos pese a haberse demostrado su falsedad, muestran que la tarea de Prosur apunta hacia la construcción del bloque de países que, arrogándose la propiedad sobre “lo correcto”, redefina las relaciones entre los países de la región.
Uno de los grandes avances diplomáticos de Unasur fue la declaración de la región como territorio de paz, buscando la solución concertada de los conflictos internos en los países. Este punto, entre otros, es parte de lo que Prosur busca desmontar, las dictaduras de la mitad del siglo XX en adelante se encargaron de controlar por la fuerza cualquier brote de “pensamiento alternativo” a nivel interno. La nueva versión de las dictaduras no apela a los golpes militares sino a los judiciales, recurre al montaje jurídico acompañado del linchamiento mediático pero, sobre todo, abre la puerta a la posibilidad de intervención externa en aras de “restablecer el orden y la democracia” entre vecinos.
Hace algunas semanas se cumplieron 11 años de la masacre de Sucumbíos, Ecuador, donde un operativo lanzado desde Colombia ingresó de manera ilegal en el territorio de su vecino y bombardeó el campamento donde se encontraban el jefe subversivo Raúl Reyes y varios estudiantes mexicanos y civiles ecuatorianos. Esta acción, que marcó la ruptura de las relaciones entre los dos países durante varios años, fue un pequeño ensayo de intervención transfronteriza al estilo “primero disparar y después preguntar”.
La acción ocurre de esta manera en vez de desarrollar un contacto entre las autoridades de los dos países que permitiera, según la normativa ecuatoriana, adelantar las acciones correspondientes; tiene que ver con el antagonismo ideológico entre los presidentes de la época, Álvaro Uribe, por Colombia, y Rafael Correa, por Ecuador. Esta es la muestra de que hay ciertos permitidos según de quién vengan, pues si Venezuela hubiese desarrollado un operativo militar en territorio colombiano que terminara en la muerte del golpista Pedro Carmona y otras 20 personas que se encontraban con él, el escándalo habría sido épico.
La correlación de fuerzas hoy en la región está inclinada a la derecha, eso no es un secreto, lo siguiente que hay que tener claro es que el enemigo declarado de Prosur, en la medida que se consolide, no sólo será Venezuela, Cuba o Nicaragua, sino cualquiera que no se pliegue de lleno a su apuesta; un posible cuarto gobierno del Frente Amplio en el Uruguay deberá tener claro este panorama: la creación del Mecanismo de Montevideo, como espacio defensor del diálogo en momentos en que los vientos de la guerra soplan con más fuerza en el continente, es una muestra más de que la supervivencia de Unasur es un compromiso con la defensa de la autonomía regional, pero principalmente con la defensa de la vida.