Vladimir Putin sacó una carta que dejó a Occidente sumido en el estupor: el mandatario ruso reconoció por decreto la independencia de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, en el Donbás.
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Seguidamente, Moscú ordenó el despliegue de tropas rusas en la zona para “mantener la paz” y agregó un decreto llamado “de amistad y reconocimiento mutuo” con el cual, como se trata de territorios reconocidos como “independientes”, abre la posibilidad a una intervención militar de mucha más amplitud.
En las capitales europeas predomina la certeza de que, desde un principio, Putin tenía preparados sus decretos y que estuvo jugando con el calendario para ganar tiempo y situarse en una posición de fuerza. Fuera de las sanciones, Occidente poco puede hacer contra los pasos dados por Moscú, a menos que arme a Ucrania o firme algún acuerdo de cooperación militar que puede desembocar en una guerra entre potencias nucleares.
Los comunicados, además, reafirmaron la reanudación de las negociaciones diplomáticas en torno al conflicto en el Este de Ucrania, así como una amplia mesa donde se abordaría el tema de una nueva arquitectura de seguridad en Europa, uno de los temas más sensibles para la parte rusa porque implica el fin de la extensión de la Alianza Atlántica hacia los países del Este de Europa.