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Editorial

Razón y corazón

Por Leandro Grille.

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Caras y Caretas Diario

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A exactamente un mes de las elecciones de octubre, dos tendencias parecen invariables: Daniel Martínez va a salir primero, lejos de su seguidor inmediato que será Luis Lacalle Pou, y va a haber segunda vuelta. Esto último no puede sorprender a nadie, porque salvo en el primer período de Tabaré, luego de la devastación del gobierno de Jorge Batlle, siempre ha habido balotaje, desde que se implementó este sistema de elección de autoridades.

Aunque los medios y muchos analistas den por sentado que el Frente no obtendrá mayoría parlamentaria, es una afirmación sin base de sustentación científica. Es una manifestación de deseo contrabandeada como pronóstico razonable y no surge de las encuestas, entre otros motivos porque de las encuestas de opinión en este período histórico concreto de Uruguay lo único que surge es un orden de prelación que, leídas con generosidad, ofrecen una relativa noción de distancia entre competidores. Hoy, en base a ellas, podemos decir que Martínez lidera cómodo, pero que no le alcanza para ganar en primera vuelta, que Lacalle entrará al balotaje, pero que probablemente el Partido Nacional haga su peor elección de los últimos 35 años y que Ernesto Talvi ha completado con éxito la obra de convertir al Partido Colorado en una expresión al margen del ejercicio del poder, a pesar de haber gobernado un siglo desde el inicio de su esplendor con el primero de la estirpe de los Batlle hasta la declinación con el último exponente de ese linaje. El ascenso de Guido Manini y su Cabildo Abierto no representa, en mi opinión, la emergencia de un nueva ultraderecha a tono con el fenómeno epocal representado por Donald Trump o Jair Bolsonaro, sino el corrimiento definitivo del voto colorado más conservador hacia un liderazgo de talante nostálgico atravesado por la disciplina y la estética militar, con todo lo popular, austero y recio que un militar representa en el imaginario de una parte de la sociedad.

Si, como postulo, el Partido Colorado se ha repartido electoralmente en dos fracciones de dimensiones similares, entonces es muy apresurado sostener que el Frente Amplio, que comparece otra vez sin rupturas, no alcanzará la mayoría absoluta, toda vez que la sobrefragmentación del sistema político favorece a la hora de la asignación de bancas a las colectividades que se mantienen unidas.

El balotaje de noviembre, que tendrá lugar por la desmesurada exigencia de nuestro sistema electoral -con números similares en Argentina o Bolivia, que votan en la misma semana, Martínez sería electo en primera vuelta- que hace pesar en el conteo hasta los votos en blanco, enfrentará al tipo más simpático de la política uruguaya, Daniel Martínez, con el dirigente más rechazado de todos, Luis Lacalle Pou. Cualquier observador imparcial del mundo diría que en una justa entre dos, en la que el primero arranca con una ventaja superior a los diez puntos, y en la que el desafiante es el campeón nacional de los resistidos, la elección está prácticamente definida. Pero acá, lo más probable, es que si el Frente Amplio no llega a la mayoría parlamentaria, así sea por un voto, todo el concierto de medios y analistas dedicará el mes de noviembre a destruir la moral de los frenteamplistas y a inflar de esperanza a los derrotados. La idea será instalar una victoria de la oposición en el plano de la cabeza de los uruguayos, para que luego esa certidumbre sembrada contra los datos se convierta en una realidad en las urnas. Buscarán que el votante exitista, ese que se comporta como una veleta que sigue la marea popular, se vuelque hacia los opositores, no por mérito de un desempeño concreto, sino por la virtud de una estrategia de mar de fondo, en que todo el que no vota al Frente, vota en contra del Frente Amplio sin importar lo que se les ofrezca.

Esa estrategia, que va a ser la estrategia principal de campaña, tiene una profunda limitación: asume equivocadamente que los uruguayos y uruguayas que votan distinto del Frente Amplio prefieren al neoliberalismo a la continuidad política de la izquierda. Y eso es mentira en todos los partidos, pero fundamentalmente es mentira en los partidos menores, incluyendo al partido de Manini Ríos. El neoliberalismo es un dogma económico que, donde se ha aplicado, ha conducido al desastre. La mayoría de los millones de uruguayos que lo padecieron no quieren volver a eso nunca más y a los cientos de miles que no lo recuerdan o no lo comprenden, es necesario ponerlos al tanto. Ningún asalariado civil o militar, salvo una casta minúscula, se beneficiaría de un gobierno neoliberal diseñado por tecnócratas a sueldo de los ricos para favorecer a banqueros, empresarios poderosos y voraces transnacionales.

Desnudar el carácter neoliberal del programa de Lacalle Pou es la tarea de la hora. La gente intuye su carácter clasista y los intereses que defiende hasta en los detalles más íntimos de su modo de vida, y por eso la inmensa mayoría lo rechaza. Pero la operación de maquillaje y de ocultamiento  será feroz. A partir del 28 octubre, si el Frente no alcanza una mayoría indescontable, el pueblo uruguayo será sometido a un verdadero juego psicológico que habrá que desarmar pieza por pieza con la razón y el corazón. El triunfo está ahí nomás, al alcance de la mano. Y hoy, pese a quien pese, es lo más probable.

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