En el mes de octubre, en mi barrio, buscaban a un joven desaparecido de 22 años. Una mañana cualquiera, por una charla «de almacén», supe que habían encontrado su cuerpo en el arroyo Pando, Ciudad de la Costa, y que se manejaba la hipótesis del suicidio porque luego de irse de su casa, él le dijo a alguien de su entorno algo como que pasaría «a mejor vida», así lo contó una de las vecinas que participaba en la charla y que dijo conocer a su familia. La teoría de la autoeliminación se confirmó, pero, como en la mayoría de estos casos, el contexto real y los motivos quizá no los alcancemos a conocer nunca. Solo quedan los relatos y las conjeturas, pero esa suerte de «aviso» del joven es un elemento que debería interpelarnos, sobre todo luego de escuchar durante mucho tiempo diferentes mitos en torno al suicidio, como «la persona que de verdad se quiere matar no avisa» o que «quien se suicida realmente desea la muerte».
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En el año 2019 se registraron 723 suicidios en Uruguay, la cifra más alta desde el año 2002, de acuerdo a las últimas cifras presentadas por el Ministerio de Salud Pública en el mes de julio del presente año. Se desprende de la información, que la tasa de suicidios cada 100.000 habitantes en Uruguay es de 20,5 suicidios.
Hablar del tema
En el marco del Día Nacional de Prevención del Suicidio, conmemorado cada 17 de julio, la organización Último Recurso y la Escuela de Psicología Social Uruguay (EPSU) realizaron un encuentro virtual para dialogar sobre esta problemática. La actividad estuvo moderada por Magela Grisoni, directiva de EPSU, y contó con la participación de Silvia Peláez y María José Di Agosto, integrantes de la ONG Último Recurso, que trabaja en la temática de la suicidiología en Uruguay desde 1989. Además, son coautoras de la Ley de Prevención del Suicidio (18.097).
En este encuentro, las expertas valoraron la Ley de Prevención del Suicidio vigente, aprobada en el año 2006, destacando que contribuyó a “convencer a la gente de que el suicidio es evitable”. Señalaron algunos artículos de relevancia de esta legislación, como la obligatoriedad en la capacitación del personal de salud pública y privada, bomberos y funcionarios policiales en la atención de personas con señales de comportamientos suicidas, así como la contribución de los medios de comunicación pública en la difusión de información para la prevención y ayuda de personas en situación de riesgo.
Durante el encuentro virtual, la psicóloga Di Agosto explicó que cuando existe sospecha de suicidio, “cualquier persona que sea capaz de identificar las señales puede realizar los primeros auxilios suicidiológicos”, como por ejemplo alejar a la persona de las cosas que le pueden hacer daño, no dejarla sola o pedir ayuda. También sugirió que, ante la duda, siempre es importante hacer la pregunta de forma directa. Es decir, preguntarle a la persona si se quiere suicidar.
En el mes de julio, el director de Salud Mental y Poblaciones Vulnerables de ASSE, Pablo Fielitz, confirmó en radio Uruguay que durante el periodo marzo-junio de 2020 (primera etapa de la pandemia), las llamadas a la línea de prevención del suicidio fueron aproximadamente 8.500, tres veces más de las que se recibieron en el mismo período de 2019. No obstante, destacó, la tasa de suicidio no aumentó, demostrando, a su entender, la utilidad del servicio telefónico.
La pandemia como factor de riesgo
Con respecto al contexto actual, se hizo hincapié en que las consecuencias de la pandemia por covid-19 han agudizado las patologías vinculadas a la salud mental. Según las profesionales, por ejemplo, no todos los pacientes se han adaptado a las consultas o terapias virtuales, muchos de ellos se niegan a ir a las mutualistas a buscar la medicación y optan por retrasar la ingesta o caen en la submedicación. A estas complicaciones, explicaron, se les suman otras situaciones particulares como la de las mujeres que padecen violencia doméstica y que no pueden ir al consultorio, pero tampoco se animan a hablar libremente de esa problemática en consultas virtuales dispuestas en plataformas como Zoom. También hicieron referencia a pacientes que perdieron el empleo, que están experimentando dificultades para acceder a la alimentación, pero que no se animan a ir a ollas populares, así como a situaciones de soledad y tristeza generadas por el aislamiento. “Todas estas situaciones aumentan los riesgos”, afirmaron.
Peláez reconoció que pandemias y epidemias «tenemos desde tiempos inmemoriales» y que a lo largo de la historia de la humanidad han ejercido influencia sobre la sociedad y han modificado su rumbo. «Con la llegada de la covid-19 también cambió la sociedad, las costumbres, las prioridades, el abrazo y su falta», expresó la experta. En tal sentido, y señalando la ausencia de vacunas, manifestó la necesidad de apelar a las medidas higiénicas existentes y a «engendrar cadenas de solidaridad y de fraternidad con los más necesitados».
Por otro lado, la especialista remarcó la relevancia de comprender que el aislamiento físico es por un tema preventivo y que se pueden usar otros mecanismos para mantenernos cerca, como la tecnología y la comunicación virtual. «Es un privilegio de esta época que posibilita amortiguar el aislamiento, permite instrumentar la telemedicina y la escucha empática”. No obstante, dejó planteadas ciertas interrogantes, como forma de reflexión: ¿la sociedad está preparada para estos cambios? ¿Lograremos evitar el incremento de la conducta suicida que está previsto?
Un problema de todos
En diálogo con Caras y Caretas, Peláez enfatizó en que el suicidio “no es solo el acto de matarse”, sino que “es una señal de algo que pasa en la sociedad”. En esa línea de pensamiento, la experta aseguró que “cada suicidio es una denuncia” de la cual la persona es portavoz. «Entendemos que también se trata de un problema que tiene la persona, por algo oficia de chivo expiatorio, pero la lectura que hacemos desde la ONG es que la persona representa un problema del colectivo al que pertenece y desde allí parte el abordaje terapéutico, es una forma de entender el problema que nos ha dado buenos resultados».
«El suicidio es un acto que se realiza, por lo general, en soledad, pero que denuncia un fracaso de todo el colectivo», agregó parafraseando al psicólogo argentino Eduardo Kalina. «Así debemos entenderlo, por algo algunos países durante mucho tiempo ocultaron las cifras de suicidio. Es un problema de todos, pero del que cuesta hacerse cargo», agregó.
Para Peláez, que dirigió durante 30 años la línea telefónica de prevención del suicidio que luego asumió ASSE, no sorprende que en esta época de pandemia aumenten los llamados para pedir ayuda como resultado del distanciamiento físico recomendado, «pero que no debería ser social». «Cuando se estudia un comportamiento suicida, es necesario desmedicalizarlo y despsicologizarlo. Es decir, no se trata de quitar los aspectos médicos, psiquiátricos y psicológicos, pero sí de ampliar ese panorama».
Otro aspecto que es importante a la hora de tratar esta problemática y su prevención, explicó la entendida, es comprender que «el suicidio es evitable» y que la comunidad puede jugar un rol fundamental en la prevención. «No se trata solo de responsabilizar al Estado, la sociedad también es protagonista».
Por otro lado, aseguró que es necesario desmitificar algunas construcciones populares que se han instalado en la sociedad en torno al suicidio, aspecto en el cual se viene trabajando desde hace años en la ONG Último Recurso. Sobre este punto hizo referencia a mitos como «el llamado de atención», y refutó: «Quien comete un suicidio o intento de suicidio nunca quiere morir, lo que quiere es dejar de sufrir o de vivir como está viviendo. La persona cree que quiere morir, pero nadie busca lo que no conoce y, que yo sepa, nadie regresó de la muerte como para conocer esa experiencia. En estos casos, afirmó, la idea de muerte tiene otro significado, como puede ser recuperar empleo, el poder o dejar de padecer cierta situación. El abordaje que hacemos en Último Recurso tiene que ver con entender ese supuesto llamado de atención como un pedido de ayuda”.
Consultada sobre la teoría de que los medios de comunicación no deben abordar la temática del suicidio para evitar el posible «efecto contagio», Peláez respondió que se trata de una idea errónea porque la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya desde el año 2000, señala el rol fundamental de los medios de comunicación en la prevención del suicidio. «No es una cuestión de opinión, sino una evidencia científica: los medios pueden y deben hablar del tema, siempre y cuando lo hagan de la forma adecuada, siguiendo las ordenanzas de la OMS y evitando la prensa amarillista. Las buenas coberturas tienen que ver, entre otras cosas, con informar evitando dar ejemplos o señalar los métodos utilizados, así como mencionar la eficacia de los mismos. Se debe evitar utilizar expresiones positivas como «tiro certero», «disparo con éxito, que asocie el acto con algo bueno. «No se debe estigmatizar al suicida, pero sí a su suicidio».
Línea de Prevención del Suicidio
La Línea Vida es un servicio nacional de asistencia telefónica orientado a personas que tengan ideas de muerte. El objetivo es contribuir a disminuir los intentos de autoeliminación a nivel país.
Para solicitar ayuda o contención, se puede llamar al 08000767 o *767durante las 24 horas, todos los días del año, independientemente del prestador de salud al que esté afiliada la persona que consulta. Los usuarios y usuarias del servicio serán atendidos por un equipo de profesionales que han sido capacitados para la tarea.
Además, existe otra línea de apoyo emocional para atender a personas que se encuentren transitando situaciones emocionales vinculadas a la pandemia de coronavirus. El número es 08001920 o *1920 y es un servicio gratuito, confidencial y atendido por profesionales.