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Sociedad IA | ChatGPT | capitalismo

crisis capitalista

IA: una nueva frontera en la erosión de los cuidados

La difusión de herramientas como ChatGPT ha conducido a las nuevas generaciones a buscar consuelo y consejos de vida en la inteligencia artificial (IA), lo que evidencia una nueva frontera en la crisis de reproducción del sistema capitalista. Por María Juliana Machado (Jacobin).

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Últimamente ha circulado en redes sociales la noticia de que lxs jóvenes están recurriendo cada vez más a la IA, herramientas como chat ChatGPT, a la hora de buscar consuelo. Por encima de cualquier otra cosa, este fenómeno señala el fracaso de la capacidad del cuidado colectivo en el entorno social capitalista, es decir, la incapacidad que tienen las instituciones sociales en las que organizamos la vida para ofrecer escucha, cuidado, consuelo y apoyo. ¿Estamos ante una nueva frontera de la erosión del cuidado?

Estudiar este problema es complejo porque implica entender históricamente cómo el capitalismo ha abordado las crisis de cuidado que el mismo sistema genera, con soluciones que a su vez generan nuevas crisis. Al respecto, Nancy Fraser señala que para sobrellevar una crisis de cuidado, el capitalismo fortalece y moldea el rol de la familia nuclear como base de la sociedad; allí se adjudica el cuidado como trabajo no remunerado que se otorga por amor u obligación moral. Es decir que el cuidado, una función necesaria para la vida, se estandariza a través de la asignación de un sujeto social particular e inamovible para que lo procure. En el mismo movimiento, lo invisibiliza, es decir, no le reconoce valor que amerite ser remunerado.

La famosa consigna de Silvia Federici y las marxistas italianas «eso que llaman amor es trabajo no pago» no apunta a mercantilizar el trabajo de cuidado, sino a resaltar el hecho de que el capitalismo se sostiene porque a unxs se les asignó ese trabajo gratuito de reproducir la vida. El objetivo de las militantes marxistas no era obtener remuneración por esa labor sino, por el contrario, la abolición de todo trabajo remunerado y el derrocamiento del capitalismo, justamente porque reconocían que no había manera de hacer justicia al trabajo de cuidado en el marco del sistema capitalista.

Sin embargo, la creación y consolidación de la familia como núcleo de la sociedad responsable por el cuidado y la reproducción de la vida a través de los cuerpos feminizados no termina de apaciguar las contradicciones entre el capital y el cuidado. Como señala Fraser, el capital presiona aún más a estas instituciones sociales para extraer la mayor cantidad de valor posible, haciendo cada vez más difícil que la institución familiar —desde el inicio, fallida y antisocial— cumpla el rol de reproducción de la vida.

Fraser afirma que el capitalismo erosionó la capacidad de las instituciones sociales para procurar la reproducción de la vida al punto de que acompañarnos y escucharnos entre nosotrxs se vuelve imposible o materialmente insostenible. La precarización (perdón, «flexibilidad») del trabajo, la ineficiencia del transporte público, la desfinanciación de políticas de bienestar, la pobreza monetaria y de tiempo que nos deja sin espacio para el ocio, la mercantilización o privatización de los servicios de atención básicos (educación, salud, vivienda, recreación, etc.), la atomización de las formas de organizar nuestra sociedad en torno a la pareja y la construcción de un modelo de familia nuclear cada vez más aislada son todos factores que minan la capacidad de una comunidad para satisfacer múltiples necesidades, entre ellas, la de brindar consuelo a quienes lo necesitan.

Ante esta nueva vuelta de tuerca de las contradicciones entre el capital y el cuidado, en el último tiempo el capital ha adoptado una nueva solución para abordar la crisis: la inteligencia artificial como manera de poner fin a la tercerización de una de las dimensiones de las labores de cuidado. La inteligencia artificial no se encarga de tareas pesadas —que requieren de fuerza de trabajo precarizada— asociadas al cuidado, como el aseo constante de casas y calles o la recolección, clasificación y reciclaje de la basura. No. Se encarga de reemplazar la conversación con otra persona, ese diálogo que nos permite sentirnos acogidos, escuchados, comprendidos y como parte de algo más grande que la mera suma de individuos. En pocas palabras, lo que la inteligencia artificial (IA) busca es reemplazar a lo colectivo.

Para Marx, el mayor problema de la forma capitalista era que distorsionaba las relaciones humanas —tanto de los individuos consigo mismos como en su relación con los demás y con el entorno que los rodea— generando un estado de alienación. La alienación ha sido comprendida como el proceso por medio del cual el trabajador se separa de su trabajo, de sí mismo y de los demás; es un proceso de desconexión con la humanidad y de reestructuración de las relaciones humanas como meramente mercantiles.

La búsqueda de consuelo a través de un mecanismo de inteligencia artificial, de lenguaje predictivo, que prioriza la gratificación instantánea de la persona y que, por encima del bienestar, la reflexión o el deseo de cambio (sobre sí mismo o sobre el sistema afectivo que lo rodea), tiene como objetivo que continuemos usando la herramienta, es una representación terrorífica de la alineación.

Este fenómeno, además, conduce a lo que Fisher denominó «hedonía depresiva»: las nuevas generaciones están saldando su profunda tristeza buscando la gratificación instantánea, volviéndolas incapaces de hacer cualquier cosa que no sea eso que las lleva al placer. En el caso de la inteligencia artificial, qué mejor estrategia para la hedonía depresiva que acudir a una herramienta cuya función es reiterar lo que se quiere escuchar para que la persona se sienta mejor lo más rápido posible, sin pasar por la incomodidad de la confrontación, la incertidumbre o el trabajo lento tanto terapéutico como del acompañamiento colectivo.

Quienes hacen uso de esta herramienta para buscar consuelo caen así en una suerte de diálogo narcisista, donde lo que hacen en realidad es hablar consigo mismos a través de una máquina que se presenta como «neutral» pero que, al final, solo está ahí para decirles lo que quieren escuchar, debilitando su capacidad de conectar con un otro, de sostener la incomodidad, la frustración, el diálogo difícil o sencillamente la capacidad de pensar más allá de sí mismos. Vale la pena aclarar, sin embargo, que esta práctica no es culpa del individuo que busca ayuda o consuelo a través de la IA, sino de la incapacidad de las instituciones sociales de ofrecerlo.

Brigitte Vasallo diría que ese fenómeno retroalimenta el individualismo, lo cual a su vez es una muestra más del triunfo del capitalismo emocional. La respuesta a la pregunta de por qué los seres humanos sentimos cada vez más tristeza tiene dos posibles dimensiones en la literatura: la primera es que la tristeza, a través de la emoción, nos ayuda a reconocer qué nos resulta realmente importante; así, las emociones son una suerte de juicio de valor. La segunda es que la tristeza ayuda a fortalecer el tejido social a través del consuelo, lo cual no ocurre con tanta contundencia con otras emociones compartidas como la alegría o el orgullo. De esta manera, responder a la tristeza con inteligencia artificial es una forma de erosionar lo comunitario totalmente inédita y con consecuencias peligrosas.

Obtener consuelo de parte de la inteligencia artificial no solo nos deja con una disminución de habilidades sociales necesarias para vivir colectivamente, en comunidad, y tener una vida provechosa, sino que erosiona nuestra capacidad de conectarnos con el entorno para sostenernos los unos a los otros. Este fenómeno es tanto síntoma de una sociedad que fracasa en lo más básico como una advertencia de la sociedad individualista que estamos construyendo para el futuro. El diálogo narcisista puede ofrecer consuelo, pero no conexión: para conectar se necesita un otro, que no sea yo, capaz de acoger y contener. ¿Dónde deja esto a estas generaciones que obtienen consuelo vacío a través de la IA y experimentan la disolución de la conexión?

María Juliana Machado. Politóloga y psicóloga por la Universidad de los Andes (Colombia), Magíster en Estudios de conflicto - Política comparada por la London School of Economics and Political Science (Reino Unido) y en Psicología Clínica con Enfoque Sistémico por la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia). Trabajó en reconstrucción de memoria histórica y acompañamiento psicosocial a víctimas del conflicto armado en Colombia.

Fuente: Jacobin

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