Los hechos de Haymarket fueron el pretexto para la represión contra los trabajadores y sus organizaciones. Samuel Fielden, August Spies, Michael Schwab, Oscar Neebe, Adolphe Fischer, George Engel y Louis Lingg fueron detenidos por la Policía. El dirigente Albert Parsons se entregó voluntariamente.
Finalmente, el tribunal condenó a muerte a Parsons, Spies, Engel y Fischer y a diversas penas de prisión al resto de los acusados. La sentencia de muerte fue rechazada por una ola mundial de indignación e importantes intelectuales y gobernantes enviaron cartas al Gobierno de Estados Unidos para que se conmutara la pena. Entre quienes protestaron se encuentran los escritores Bernard Shaw y Oscar Wilde, y la Cámara de Diputados de Francia. Nada pudo evitar que se cumplieran las condenas.
Uno de los jurados, ante quien se plantea la inocencia de los acusados, dirá: “Los colgaremos lo mismo. Son hombres demasiados sacrificados, demasiado inteligentes y peligrosos para nuestros privilegios”. El día anterior a la ejecución, a Fielden y Schwab se les conmutaron las condenas por la de prisión perpetua.
Louis Lingg apareció muerto en su celda. Se dijo que se había suicidado, pero nunca se supo exactamente si fue suicidio o asesinato; tenía 27 años y desconocía totalmente el inglés.
Parsons, que será uno de los mártires junto a Fischer, Spies, Lingg y Engel, también condenados a muerte, dirá: “Si es necesario, subiré a la horca por los derechos del trabajo, la causa de la libertad y el mejoramiento de la suerte de los oprimidos”.
Fischer sorprende a los guardias por su serenidad cuando explica: “Este mundo no me parece justo y batallo ahora muriendo para crear un mundo justo”.
Engel dirá: “¿En qué consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonan millones otros caen en la degradación y la miseria”.
Spies, al disponerse a morir, saludará proféticamente: “Al tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces, que estrangula la muerte”.
En julio de 1889, cuando Francia celebraba los cien años de la Gran Revolución, se reunió en París el Congreso Internacional de Obreros Socialistas, el que terminaría por dejar establecida la Segunda Internacional. Este importante congreso proletario aprobó una moción estableciendo que el 1º de mayo de cada año los trabajadores paralizarían sus actividades para reclamar por la jornada de ocho horas y por sus derechos.