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Editorial

Sofía la tiene brava

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Allá por los años 1968, 1969, 1970 y 1971 todos sabíamos o creíamos saber quién era Miguel Sofía.

Es probable que sus hazañas lo hubieran convertido en un mito, porque todas las barbaridades que hacían los fascistas por aquellos tiempos se atribuían a Miguel Sofía y sus secuaces.

Miguel Sofía era famoso. Era Satanás que estaba en todos lados, haciendo diabluras donde quisiera. Él y un ignoto adefesio, llamado el “Manco” Ulises. También había un personaje más pequeño, que años después fue diputado pachequista, llamado Daniel García Pintos, quien era parte de una linajuda familia del Prado.

Los ataques reiterados contra los muchachos del liceo Bauzá por un grupo de fascistas ligados a la policía de la zona, las bombas que tiraron en la puerta de la casa del actor y director Ruben Yáñez en la calle Buricayupí, los balazos contra el local central de la UJC en la calle Canelones disparados desde un auto Mercedes blanco, los atentados contra muchos comités de base del Frente Amplio y locales del Partido Comunista, los disparos contra el edificio donde vivía Wilson Ferreira Aldunate fueron adjudicados a Miguel Sofía y su deplorable banda de fascistas y milicos, en el imaginario de un vasto sector de la ciudadanía que participaba dentro de un amplio movimiento de defensa de las libertades.

Tal vez Miguel Sofía no estuvo presente en cada una de las sinvergüenzadas, pero el joven Sofía ni se ocupaba de desmentirlo. Es más, exhibía su prepotencia con cierta jactancia, muy seguro de que nunca iba a tener que responder por los mencionados crímenes.

El “Manco” llamaba a mi casa en la calle Cuaró por teléfono y me amenazaba a cara descubierta. Sofía entraba a la comisaría del barrio como perico por su casa, en patota salían de cacería en las inmediaciones del Bauzá y se adueñaban de las calles 19 de abril, Juan Carlos Blanco y Lucas Obes.

No había nadie que investigara, salvo algún periodista sagaz y muy intrépido, y semejante complicidad policial daba lugar a que el Siempre Bauzá, el MEDL, la Organización de Padres Demócratas (Orpade), Alerta, la JUP e incluso las bestias de la OCOA se fueran repartiendo con los años la gloria de haber tatuado una esvástica en el muslo de la estudiante paraguaya Soledad Barrett, el asesinato de Arbelio Ramírez a la salida de un acto en la Universidad en que se atentó contra el Che Guevara, el crimen de Íbero Gutiérrez, asesinado por el Escuadrón de la Muerte, o el de María Elena Quinteros, secuestrada desde el interior de la Embajada de Venezuela.

Ya en dictadura, conmovió a la opinión pública que Sofía fuera designado para ocupar un cargo diplomático en EEUU y, aún más, que Wilson Ferreira Aldunate denunciara que su destino tenía el propósito de atentar contra Juan Raúl Ferreira.

Lo probado es que estuvo muy cerca de Jorge Pacheco Areco cuando fue embajador en Estados Unidos y que, pese al alto estatus diplomático que le dio la dictadura, fue expulsado de ese país, después de que en la prensa se desenmascarara su propósito criminal con la excusa de “haber sido encontrado robando en un supermercado”.

En la leyenda de la época se decía que Miguel Sofía era uno de los francotiradores paramilitares que atacaron a la multitud con disparos el 20 de junio de 1973, al arribo de Perón a la Argentina, y uno de los responsables de la histórica “masacre de Ezeiza”.

De premio recibió una radio de FM en dictadura, alguna otra en plena democracia, concedida por los gobiernos de Sanguinetti y Lacalle, y varias más que fueron absorbidas por él de manos de testaferros que recibieron concesiones de frecuencias de radio en pleno gobierno militar. Hay quien ha sugerido que también él era un testaferro de los milicos de Inteligencia y que al final Sofía se birló las radios con la misma técnica que afanó los quesos del supermercado de Estados Unidos.

La complicidad del Partido Colorado y el gobierno de Pacheco Areco con asesinatos ocurridos en la predictadura y la dictadura es un asunto del mayor interés, sobre todo para tanto investigador de la historia reciente como tenemos hoy. El brigadier Danilo Sena, ministro del Interior de Pacheco Areco, fue señalado por sus vinculaciones con la CIA y acusado de haber participado en las reuniones del Comando Caza Tupamaros. El Dr. Carlos Pirán, que fue prosecretario y secretario de la Presidencia bajo el gobierno de Pacheco Areco (a quien acompañó como candidato a vicepresidente en las elecciones tuteladas de 1984), fue acusado de integrar el Escuadrón de la Muerte, y Jorge Batlle aparece al menos implicado en documentos desclasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

El mismo Julio María Sanguinetti no pudo ignorar semejante operación criminal siendo ministro de Industria de Pacheco, y habiendo estado en las tratativas con Juan Pablo Terra, Wilson Ferreira y Zelmar Michelini, que terminaron en la «disolución» del Escuadrón de la Muerte. Se cuentan por decenas los agentes vinculados a la CIA en los cuadros dirigentes pachequistas que fueron desenmascarados por documentos publicados años después, y algunos personajes como los consejeros de Estado y luego diputados Wilson Craviotto, Daniel Barreiro y el canciller de la dictadura y posterior senador pachequista Dr. Juan Carlos Blanco (justicieramente procesado por instigación de los asesinatos del 20 de mayo de 1976 en Buenos Aires, donde masacraron a Zelmar, El Toba, William Whitelaw y Rosario Barredo, y «desaparecieron a Manuel Liberoff) fueron cuadros importantes de la dictadura que resultaron elegidos al Parlamento en democracia por las listas del Partido Colorado, sin que actuara ningún Tribunal de Disciplina de la colectividad de Rivera, ni nadie, ningún dirigente colorado protestara entonces.

Con tales antecedentes, no me podría llamar la atención que Miguel Sofía exhibiera su carnet No.1 del Partido Colorado ni que los coroneles Gavazzo, Oscar Ferro y otros torturadores fueran gerentes de sus empresas, nucleadas en el poderoso Grupo del Plata, que actualmente sigue operando bajo otro nombre, incorporando algunas otras radios como Sarandí y presumiblemente siendo propiedad total o parcial de un ciudadano extranjero, violando las leyes vigentes.

Por eso tampoco me llamó la atención que las investigaciones de la Justicia encontraran mérito suficiente como para que el fiscal pidiera su procesamiento por integrar el Escuadrón de la Muerte, ni que huyera y permaneciera prófugo una punta de años, ni que Interpol lo localizara y la Policía lo detuviera hasta que el juez dispusiera su arresto para expedirse sobre el fondo de la acusación fiscal.

En fin, no me toca probar su culpabilidad, tarea que tendrán, si lo amerita, fiscales y jueces. Pero me parece increíble que la familia de Miguel Sofía, especialmente su esposa Ana Troncoso, la que figurara como propietaria de alguna de sus empresas, entable un juicio penal contra Juan Raúl Ferreira por difamación e injurias, 50 años después de algunos de los hechos por los cuales la Fiscalía pretende imputarlo.

Tal vez toda esta mitología sea falsa y probablemente su esposa y sus hijas no creerán todo lo que se diga de su esposo y las monstruosidades que se le atribuyen, pero el sentido común rechaza que los culpables hayan gozado de impunidad durante medio siglo y se tenga la imprudencia y la mala fe de pretender perseguir y eventualmente sancionar a quienes tuvieron la valentía de denunciar el fascismo y los presuntos ejecutores.

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