Con la Ley de Urgente Consideración nace el Ministerio de Medio Ambiente y el presidente tiene la oportunidad de ajustar su diseño de coalición con un cargo oportuno lanzado como un misil teledirigido a la interna de Ciudadanos, sector mayoritario del Partido Colorado y socio principal del armado multicolor, liderado por Ernesto Talvi, el díscolo eyectado del gabinete.
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La nueva secretaría se la ofrecieron a Adrián Peña, senador de Ciudadanos, que brindó declaraciones anticipando su voluntad de asumir, aunque condicionándolo al apoyo de Talvi, pero es un condicionamiento algo peculiar porque ya está claro que Talvi quería para ese ministerio a un técnico y no a un político o, mejor dicho, y poniéndolo en nombres propios, a Blasina y no a Peña, esto es: a nadie que le vaya a disputar el liderazgo y la interlocución de su sector.
Con este movimiento, Lacalle Pou apunta a la cooptación directa dentro del talvismo para arrancarle la lealtad de su mano derecha: si primero lo enfrentó con su subsecretaria en cancillería, Carolina Ache, también de Ciudadanos, ahora se va a asociar con Peña en una estrategia de resección de cuerpo extraño en el Partido Colorado, ejecutada con el apoyo evidente de Sanguinetti, factor clave en esta intervención quirúrgica.
La campaña de defenestración de Talvi no se detiene en ningún terreno y se despliega por todos los medios. En las páginas de El País, diario oficial del gobierno herrerista, se publican artículos de una ferocidad inusitada para un aliado. El País suele reservar su virulencia para la izquierda, pero a Talvi lo odian y se nota. Por ejemplo, el artículo del columnista editorial Francisco Faig, blanco de pura cepa, se titula “Talvi, al precipicio” y en tres columnas no se priva ni de insultarlo, al punto que caracteriza el desempeño del exministro en la política por sus errores “toscos, petisos e inverosímiles”. Más allá de la dureza de la crítica con o sin razón, el hallazgo de calificar las equivocaciones de Talvi de “petisas” denota un desprecio visceral por el excanciller, conocido por su baja estatura. El editorialista Faig abunda en calificaciones gruesas, pero lo más importante es la conclusión que alcanza y que, por supuesto, es un mensaje del diario El País y de la cúpula del gobierno a la dirigencia del Partido Colorado: “Si hay dirigentes duchos en política, esos son los colorados. Seguramente en la casa de Martínez Trueba todos tengan claro, ya que, con este talante, el único destino político posible de Talvi es el precipicio”.
Ahora Ernesto Talvi está de licencia, probablemente analizando cómo será su retorno, aunque en el Parlamento ya avisaron que va a asumir su banca de senador. La tiene difícil. En el Partido Colorado, el sanguinettismo no le va a tener consideración y, en su propio sector, sus dirigidos más encumbrados, forzados a elegir, optan por complacer al presidente y asumir los cargos que les ofrecen. Lo hizo Carolina Ache y, ahora, aunque mantiene en el discurso su lealtad, en la práctica la decisión de Peña está tomada y será el nuevo ministro del nuevo ministerio, en una adjudicación directa en clave -absolutamente- de cuotificación política, porque de antecedentes en la materia lo más probable es que no tenga mucho para mostrar.
Así las cosas, cuando Talvi quiera hacer valer en el gobierno los votos que tuvo en la elección nacional, no le va a quedar otra que recurrir a hacer pesar los votos que tiene en las dos cámaras, pero habrá que ver si en ese momento los votos le responden a él o les responden a los ministros de Ciudadanos, o responden a quién sabe qué autoridad interna o externa del sector, porque el liderazgo teórico, por la adhesión ciudadana que tiene de acuerdo a los sondeos de imagen pública, lo puede perder en la práctica si cada vez menos “Ciudadanos” entronizados les dan pelota a sus directivas, orientaciones y caprichos.
Es indudable que la coalición no goza de buena salud. De los cinco líderes firmantes, hay uno que desapareció sin dejar rastro: Edgardo Novick; y está Ernesto Talvi, tomando mate al borde del precipicio, como le diagnostica Faig, y lo peor es que todos los blancos lo están empujando para que caiga, empezando por el presidente Lacalle Pou, todo el sanguinettismo, y a esta altura también sus propios camaradas, seducidos por las oportunidades que les brinda el poder si tienen a bien librarse del hombre de voz ronca que los trajo hasta acá, pero que se ha vuelto un lastre, demasiado moderado para este gobierno ultraconservador y personalista, que no quiere tibios y, mucho menos, tibios con buena imagen, con tan buena imagen que supera a todos los jerarcas del palo del presidente, incluyéndolo a él, lo que es imperdonable, aunque no sorprenda, porque Lacalle Pou nunca fue un hombre popular ni querido por la multitud.