Los años 30 en Uruguay están marcados por varios factores: la decadencia del batllismo (José Batlle y Ordóñez muere en 1929 y deja huérfano de liderazgos al sector), una crisis económica global (1929), que repercute profundamente poco después en el país, y un viraje a la derecha dentro de los partidos políticos fundacionales. Dos de estos factores, la ausencia de liderazgos y ese corrimiento hacia la derecha, están representados en gran medida por la figura de Gabriel Terra. Terra fue presidente constitucional de Uruguay desde 1931 a 1933, dictador durante 1933 y, por último, nuevamente presidente entre 1934 y 1938. ¿Quién era este Gabriel Terra? ¿Qué tipo de dictadura ejerció? Y, por último, ¿hay una relación entre los terristas y el fascismo? Podemos contestar estas preguntas planteándolas desde dos vertientes: su ideología o las corrientes ideológicas que abonaba, por un lado, y su relación de hecho con los regímenes totalitarios italiano y alemán, por otro. Primero. Es interesante la base ideológica de la que nace Terra. El Partido Colorado fue quien lo vio nacer, capitaneado por José Batlle y Ordóñez. El mismo Terra formó parte de aquel grupo de “colorados populares” que se dieron en llamar batllistas. Sin embargo, Batlle y Ordóñez tenía desconfianza de este personaje y lo retuvo en su ascenso durante algún tiempo. Pero luego de la muerte de Batlle en 1929 y esa orfandad, la realidad política uruguaya cambió, los protagonismos, pues, debían necesariamente cambiar. Dentro de dicha realidad política de 1930, Terra formaba parte del batllismo, pero su candidatura, más allá de ser salomónica, no fue apoyada por la totalidad del sector. Mientras el emblemático diario El Día apoyaba la candidatura del Dr. Federico Fleurquin, la parte más derechista del sector apoyaba a Terra. El batllismo ya no era lo que había sido años antes; llegó a tener una gran diversidad ideológica en su interior. Podían convivir mentes tan opuestas como las de Julio César Grauert (netamente de izquierda), Luis Batlle Berres (centroizquierda) y la del mismo Terra, de tenor derechista. Fue Emilio Frugoni quien en 1930 se refirió en el Parlamento a estas diferencias: “El bolchevismo del señor diputado Grauert en el batllismo resulta neutralizado por el derechismo del doctor Gabriel Terra”. El “derechismo” de Terra se evidencia en su mismo partido, quien va dividido a las elecciones. Y como se ha planteado, desvirtuó la voluntad del batllismo en aras de la permanencia del Partido Colorado en el poder. Terra llega a la presidencia en 1931, con grandes diferencias con la mayoría de sus correligionarios batllistas y acercamientos a otros sectores del Partido Colorado, netamente de derecha. Para el 7 de febrero de 1933, Terra organizó un “Marcha hacia Montevideo”, al igual que el Duce la organizó hacia Roma. Un paralelismo que no es casualidad. Él mismo personifica un filofascismo bastante sui generis que se refleja en una parte neurálgica del fascismo como ideología: el culto a la personalidad. Si bien no es exacta la correlación y el paralelismo lineal sería un exceso, el caso Terra, aunque muy personal, se relaciona con los fascismos. No por casualidad en esos mismos momentos se lo relacionó con aquellos movimientos, tan exitosos, por cierto. Es muy interesante el editorial de un diario batllista de Florida, El Heraldo, que asimilaba la información que llegaba de la capital y que pocos días antes del golpe afirmaba: “Fascismo criollo. Una ola de fascismo pretende dominar el mundo. Se ha adueñado de Italia con Mussolini; acaba de tomar por asalto el gobierno de Alemania con Hitler y sus camisas pardas. El movimiento reformista por vías inconstitucionales que propician el herrerismo, el riverismo, el Comité del Vintén y el Dr. Terra con Demichelli, Ghigliani y sus amigos es un movimiento definitivamente fascista. El pueblo debe organizar la defensa de sus derechos y sus libertades, preparándose para rechazar el malón de las camisas pardas criollas” (26/03/1933). La Administración Nacional de Puertos, después de rescatar a un mercante griego, lo bautizó Presidente Terra; podría acercarse a una especie de personalismo. Además, desde su instrumento político, era lisonjeado públicamente en todo momento, desde su diario, que “lo revestía de una bondad paternal”. Si bien no puede ser tildado de fascista, es claro que se acercaba al exitoso movimiento que estaba dando que hablar en Europa. Desde Italia hasta Alemania, se discutía todo a través de personalismo, nacionalismo, mesianismo, entre otros conceptos; apareciendo como salvadores de un continente destruido, seducían a los dirigentes de este lado del Atlántico. Por otro lado, se puede interpretar la ruptura de Uruguay con la URSS como una reacción derechista del gobierno terrista, con el asentimiento de los herreristas y los riveristas. Justamente en aquellos momentos, los sóviets intentaban un acercamiento con las democracias liberales. En los años 30 la URSS generó un acercamiento con Uruguay; por un lado, algunos arreglos comerciales (abastecimiento de derivados del petróleo), y, por otro, acercamientos políticos, como la llegada de una delegación política soviética a Montevideo, y más tarde, en 1933, la ida del general Eduardo Da Costa como representante uruguayo a Moscú. En 1935 las relaciones fueron interrumpidas. Por un lado, Brasil había sufrido un intento de revolución por parte de comunistas; Uruguay fue comunicado de que la URSS estaba involucrada. Las supuestas presiones de Getulio Vargas habrían hecho tomar a Terra la decisión. Esto fue lo que el diario El País creyó. Por otro lado, El Día transcribió informaciones publicadas en Moscú que manifestaban que “la presión ejercida posiblemente por el ministro de Italia en Uruguay y por otros gobiernos sudamericanos” eran la posible causa de la ruptura. Sea esta o la otra, la razón denota una reacción derechista y un acercamiento a la Italia fascista. Este acercamiento se vislumbra inevitablemente en el Código Penal, aprobado por Terra en el 33, claramente influido por el de Rocco, aprobado en el mismo tiempo en la Italia del Duce. Este código restringía los derechos individuales de los ciudadanos; por un lado instituía delitos contra la seguridad del Estado y, por otro, restringía el derecho a huelga e incluso lo consideraba un delito si era llevado adelante por empleados públicos. Siguiendo con la influencia del Duce, vale decir que en 1933 Terra elogió a los “camisas negras” del dictador italiano. Un cable de la agencia Havas, fechado en Roma, informó que el presidente uruguayo había elogiado a Mussolini y al mismo fascismo, aduciendo que los “Camisas negras” eran sucesores de los “Camisas rojas” de Giuseppe Garibaldi. Los italianos profascistas, al igual que los falangistas de 1936, sentían en general un ambiente propicio y tolerante en Uruguay. Pensemos que se encontraban en un país en el que el ministro del Interior (principal propulsor del presidente Terra) se referiría al fascismo en estos términos: “Creo que Mussolini tiene razón al decir que la única libertad que pueda ser cosa seria es la libertad del Estado y del individuo en el Estado”. No sólo es un acercamiento al régimen, sino que es una declaración política a tener en cuenta. Los elogios se repetían en el diario oficial, que, encandilado por los éxitos económicos de la Italia fascista hablaba de la “admirable Italia fascista”. Son estas sólo algunas pistas sobre la ideología del presidente Terra por aquellos tiempos tan turbulentos. Sobre el siguiente punto, la relación de hecho con los regímenes, vale decir que uno de los pilares fundamentales de la política exterior del terrismo, entre otros, fue la simpatía a los regímenes totalitarios de Alemania e Italia. Primeramente, cabe destacar la recolección de fondos del ministro italiano en Uruguay, Dr. Serafino Mazzolini, en la colonia italiana para financiar la invasión a Abisinia. A su vez, Uruguay compró en Italia los guardacostas bautizados Salto, Paysandú y Río Negro. Luego del ataque, automáticamente la Sociedad de Naciones condenó a Italia por la invasión; la actitud de Uruguay fue iracunda y tibia ante la petición de condena. El ministro de Relaciones Exteriores, José Espalter, declararía: “Uruguay no ha aceptado las medidas con el propósito de humillar a Italia […] la actuación de Italia en la campaña de Abisinia se señalaba por dos rasgos fundamentales; uno, la protección de las razas y pueblos conquistados que se pongan bajo sus banderas y, otro, la liberación de millares de esclavos”, y culminaba con la afirmación de que lo que Ginebra debería inscribir es “el haber magnífico” de Italia. Ya en el ocaso de su vida, después de abandonar la presidencia, Gabriel Terra fue invitado por el gobierno fascista a Italia, estadía que aprovechó el expresidente para intentar firmar un tratado comercial entre los dos países. Son resaltables también los convenios comerciales con la Alemania nazi en 1933, que favorecieron la construcción de la represa hidroeléctrica del río Negro. Son los hechos que más lo acercan con el Tercer Reich. Primeramente la salutación que el mismo Adolf Hitler le hiciera llegar a Terra después del golpe. En segundo término, la condecoración en 1938 por parte de Hitler, con el Águila de Oro, a los ministros uruguayos de Obras Públicas, Martín Echegoyen, y de Relaciones Exteriores, José Espalter. Ratifica esto la relación estrecha entre los Estados. El 8 de junio de 1935 se realizó un acto de desagravio al presidente; para este acto, los embajadores de Alemania y de Italia convocaron a sus respectivas colectividades a que se integraran. Pensemos entonces que antes de la guerra e incluso en los primeros tiempos (en los que el eje comenzó triunfando), simpatizar con los regímenes no significaba lo mismo que hoy, con las cartas jugadas y los crímenes bien claros. Además los éxitos económicos de estos deslumbraban y avivaban la llama. Y el nacionalismo y el amor a los símbolos eran moneda corriente en dichos gobiernos. El ejército uruguayo, como la mayoría en todo el mundo, tuvo su ultraderecha, su sector simpatizante con el fascismo y el nazismo. Estos sectores se vinculan políticamente con la dictadura de Terra; no es una novedad la simpatía de algunos sectores militares con respecto al eje en los primeros años de guerra. Cuenta Gabriel Ramírez que “a las tertulias castrenses del Centro Militar concurrían socios que no disimulaban sus concepciones políticas, ostentando en sus atuendos las típicas camisas pardas”, e incluso algunos de estos militares influyentes recibían correspondencia de la embajada de Alemania. Según Selva López Chirico, después de sancionada por el Parlamento la ley de “actividades antinacionales”, una comisión fue encargada para recibir denuncias, actualmente desaparecidas de los archivos del Palacio Legislativo. Nombres con filiación en esos grupos han aparecido, según la autora, reiteradamente en el golpismo de derecha en las Fuerzas Armadas. Estos son todos condimentos que nos hacen pensar que la política vernácula tuvo su viraje a la derecha, como prácticamente todas en Latinoamérica. Terra y Herrera representan entonces ese viraje, sin ánimos de juzgar, sino de comprender aquellos años tan complejos de un Uruguay aun más complejo.
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