En un artículo reciente publicado en The New York Times, el infatigable Paul Krugman (Premio Nobel de Economía 2008) afirmó que «Todas las políticas importantes de Donald Trump han fracasado. Su único gran logro legislativo, el recorte fiscal de 2017, sigue siendo impopular. Sus ataques al Obamacare solo han servido para aumentar el apoyo de la gente al programa. Y su alarmismo ha consolidado la oposición de la mayoría al muro fronterizo».
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Por supuesto que Krugman se queda deliberadamente corto. Trump ha retirado a los Estados Unidos de la gran puja geoestratégica global al apartarse de los grandes acuerdos comerciales delineados por Barack Obama, como el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, Trans-Pacific Partnership, el gigantesco acuerdo comercial de EEUU con sus aliados hacia el Océano Pacífico); y el TTIP, la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (Transatlantic Trade and Investment Partnership), propuesta de tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos, dejando el camino libre para la formidable expansión de China Popular a través de su Nueva Ruta de la Seda.
Acaso su peor performance diplomática haya sido precisamente destruir la alianza que desde 1974 se forjó entre EEUU y China, convergencia sobre la cual desde 2009, en plena Gran Recesión, pasó a reposar la estabilidad económica global para dar paso a un romance incomprensible (o muy comprensible) con la Federación Rusa de Vladimir Putin e interlocutores increíbles como Kim Jong-Un o Jair Bolsonaro, que avergonzarían a los padres fundadores.
Trump convirtió la alianza más relevante del siglo XXI en una «guerra comercial», que obviamente perjudicará a Estados Unidos y al resto del mundo, reduciendo el comercio y el crecimiento global.
Además ha retirado a la primera superpotencia del Acuerdo contra el Cambio Climático; eliminado el acuerdo antinuclear firmado en 1987 con la URSS (lo que abre paso al rearme ruso, y la extensión de su zona de influencia); y humillado a sus históricos socios militares de la OTAN, que han optado por prescindir de EEUU, como lo expresó claramente Angela Merkel.
Trump ha avergonzado a EEUU ante el mundo por las inconductas presidenciales que diariamente nos traen la prensa y los portales del mundo, y que han motivado libros serios como Miedo, de Bob Woodward, y Furia y fuego en la Casa Blanca, de Michael Wolff.
Pero, con ejemplar precisión, Krugman ha apuntado a lo más dañino de la gestión de Trump. Su único triunfo, señala, es el gigantesco ajuste fiscal que privilegió al 1% más rico de la población, provocando un agujero negro en las finanzas de la primera superpotencia, que más temprano que tarde provocará una profunda crisis económica que a su vez puede convertirse en una nueva recesión o depresión global, como reiteradamente han prevenido desde el Fondo Monetario Internacional hasta la Brookings Institution (el principal think tank del Partido Demócrata), y el editor y columnista del Financial Times, Martin Wolf.
La irrupción del nuevo pensamiento fiscal
Hace unas semanas, al ser preguntado en Harvard sobre qué cambiaría de su emblemático libro El fin de la historia -que en 1989, ante la caída del Muro de Berlín, anunció el reinado del (neo)liberalismo como instancia definitiva de la conducta humana-, el ideólogo neoconservador Francis Fukuyama afirmó que destacaría que «han pasado cosas, como el enorme incremento de la desigualdad en el mundo, resultado de la globalización y las políticas promercado que han seguido en los últimos 30 y 40 años, que deben corregirse».
Es indudable que la brutal política tributaria de Donald Trump subyace tras la respuesta del hombre que proporcionó ideas al entonces presidente George W. Bush, junto a William Kristol, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Richard Perle y Dick Cheney.
Y también que esa política ha despertado una repulsa mucho mayor de la esperada, que acaso cambie el panorama político de la Unión, con vistas a las elecciones de 2020.
En febrero, El País de Madrid publicó una extensa entrevista al economista Ha-Joon Chang (Seúl, 1963, profesor de la Universidad de Cambridge), a propósito de su libro 23 cosas que no te cuentan sobre el Capitalismo, en el que sus preocupaciones están centradas en el funcionamiento del sistema financiero global y el sistema tributario como fuente primaria de desigualdad. Con respecto al primero, destaca -como Ben Shalom Bernanke en su ilustrativa autobiografía- que creemos que la Gran Recesión se resolvió pero «ningún banquero fue a la cárcel», y afirma que «la poca regulación que hubo fue deshecha por Trump».
Agrega que «en el corto plazo es difícil hacer algo porque a la gente le han lavado la cabeza con esa idea de que (…) no se pueden tocar a los mercados».
Preguntado sobre el llamado ‘Green New Deal’ que están proponiendo algunos líderes demócratas, responde: «Lo comparan con el de Roosevelt pero aquello fue algo más que un programa de inversiones. También produjo un cambio en el equilibrio de poder. Roosevelt introdujo la ley Glass-Steagall que dividió a los bancos en comerciales y de inversión hasta 1999, cuando Bill Clinton cedió ante Wall Street y la derogó, generando todo tipo de problemas. El segundo New Deal de Roosevelt reforzó a los sindicatos y trajo la ley de la Seguridad Social. Inyectar dinero fue una parte, pero lo más importante fueron los cambios institucionales (…), cualquier gobierno que intente algo como un ‘New Deal a lo Roosevelt’ va a encontrar resistencia de los ricos, pero si la gente se organiza y elige a los líderes adecuados (…) un nuevo enfoque no es algo inconcebible. El New Deal de Roosevelt llegó después de una desigualdad aún mayor. ¿Quién sabe qué forma tendrá nuestro sistema? Tal vez las cosas no pinten bien pero aún hay muchas formas de organizar el capitalismo. No hay que perder la esperanza».
Tras estas provocadoras reflexiones, Ha-Joon Chang respondió sobre los planteos de la diputada demócrata Alexandria Ocasio-Cortez (Bronx, Nueva York, 1989, a quien nos referiremos extensamente en próximas notas) que ha propuesto llevar la tasa impositiva al 70% para el sector más rico, y es acusada de populismo. Dijo Chang: «Ella propone una tasa impositiva de 70% para los que más ganan. Los que se escandalizan deberían considerar comunistas a (los presidentes republicanos) Dwight Eisenhower y Harry Truman. En su época, los más ricos pagaban 92% y la economía no se hizo pedazos por eso. De hecho, fue el comienzo de lo que hoy llamamos «la edad dorada del capitalismo», con crecimientos de casi un 3% anual en el PIB per cápita y una desigualdad por ingresos muy inferior a la actual».
Sobre el mismo tema opinó recientemente en las conferencias TED el historiador y escritor holandés Rutger Bregman (1988), reciente orador en el Foro de Davos.
Sosteniendo que la base de la desigualdad reside en la incapacidad de los gobiernos de aumentar los impuestos de los más ricos y combatir la evasión fiscal, Bregman afirmó en una conferencia organizada porTime que la solución es que cada país aplique una política tributaria justa y equitativa. «Los más ricos no pagan su parte justa de impuestos. Se habla de igualdad, justicia y transparencia, pero casi nadie va directo a los verdaderos problemas».
En febrero pasado, el historiador fue entrevistado por Fox News, pero a raíz de un enfrentamiento con el presentador, sólo se conocieron algunos segmentos de la entrevista a través de las redes sociales.
Bregman afirmó que: «En la gran era del capitalismo de los años 50 y 60, se registró la más alta tasa de impuestos aplicada solamente a los más ricos. Era la época de Dwight Eisenhower, un presidente republicano, y eso acabó resultando en uno de los mejores períodos históricos de Estados Unidos, algo que también se registró en el Reino Unido y en el resto de Europa», a lo que agregó que la mayoría de los ciudadanos norteamericanos, incluidos los espectadores de Fox News y republicanos, defendieron durante varios años la subida de los impuestos a los más ricos.
La política estadounidense y los impuestos
Empujado por la popularidad que han tomado los estudios de economistas como Thomas Piketty, Dani Rodrik y los veteranos Krugman, Stiglitz y Galbraith (muy críticos sobre la concentración de la riqueza), William Gale, directivo del Centro de Política Fiscal, afirmó que: «Hay una sensación de que los ricos dominan injustamente la sociedad, y la tendencia a la desigualdad se está pronunciando», y que «los políticos progresistas intentan distanciarse de los intereses de los ricos».
Es obvio también que se están jugando las preliminares de las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, en las cuales los demócratas deberán seguramente (si no ocurre nada antes) disputar el podio con Donald Trump.
Así, reapareció la candidatura del senador por Vermont Bernie Sanders, quien formó y preside la significativa Alternativa Progresista, que reúne a prestigiosos economistas keynesianos como Dani Rodrik, James K. Galbraith, Jeffrey Sachs y Yanis Varoufakis. Sanders propone un impuesto a las herencias de 77% a los contribuyentes más ricos.
Mientras tanto, la senadora Elizabeth Warren, considerada precandidata, ha propuesto imponer a las grandes fortunas lo siguiente: una tasa del 2% a los hogares con un patrimonio superior a los US$ 50 millones anuales, con 1% adicional para aquellos con más de US$ 1.000 millones. Considera que con ello se llegaría a recaudar US$ 2,75 billones, más de 1% del PIB en un determinado lapso.
Por su parte la congresista Alexandria Ocasio-Cortez señala que debe duplicarse la tasa más alta sobre la renta para llevarla al 70%.
Fue duramente criticada por la derecha trumpiana, pero Paul Krugman les respondió desde The New York Times , afirmando que: «Quiero decir, ¿quién cree que esas propuestas tienen sentido? Sólo gente ignorante como Peter Diamond, premio Nobel de Economía y quizá el mayor experto del mundo en finanzas públicas (…). Y es una política que nadie ha implementado jamás, aparte de EEUU en los 35 años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, que incluyen el período más exitoso de crecimiento económico de nuestra historia”.
Mientras tanto Joe Biden (exvicepresidente de Obama, 76 años, treinta años senador por Delaware), considerado el gran candidato para ganarle la presidencia a Trump, mantiene un prudente silencio, acaso considerando proponer tasas impositivas más moderadas, para que su candidatura pueda ser votada por electores de ambos partidos, que claman por una vuelta a la racionalidad, pero también temen a los radicalismos.
El citado Gale afirmó que «entre 1979 y 2015, la renta de los hogares del 1% más rico subió un 233%. Los impuestos federales a ese grupo bajaron 2%, y aún más con el recorte fiscal de Trump”.
Pero no solamente los republicanos, con Trump a la cabeza, son culpables, por lo cual Biden deberá sopesar cuidadosamente sus posturas.
No en vano tuvo repercusión global el artículo publicado en enero pasado en Project Syndicate por Dani Rodrik (Turquía, 1957, graduado y profesor en Harvard, que fue el primer crítico de la globalización) titulado «La decisión que la izquierda debe tomar». Allí afirma que: «Ante el resurgimiento del populismo de derecha, la debilidad relativa de la izquierda refleja el declive de los sindicatos y los grupos laborales organizados que históricamente han formado la columna vertebral de los movimientos progresistas. Pero cuatro décadas de abdicación ideológica también han jugado un papel importante. ¿Está dispuesta la izquierda a desarrollar una política reformista que actúe efectivamente contra la desigualdad? (…)
El Partido Demócrata de Estados Unidos se enfrentará a una prueba de importancia crítica en las próximas elecciones presidenciales. Mientras tanto, este partido tiene que tomar una decisión: ¿seguirá siendo el partido que simplemente agrega edulcorantes a un sistema económico injusto, o tiene el coraje de abordar la injusta desigualdad atacándola desde sus propias raíces?».
Una pregunta muy interesante y con muchos destinatarios en todo el mundo.
Se discute el Informe Mueller sobre la «trama rusa»
Donald Trump y su gente consideraron que el informe final del fiscal especial Robert Mueller es una victoria contundente que elimina toda sospecha sobre su conducta. El documento de 700 páginas no encontró pruebas directas de colusión entre Trump y la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 que tanto contribuyó a su victoria, pero sí dejó numerosas consideraciones sobre posibles obstrucciones a la acción de la Justicia. Todo indica que las investigaciones que continúan podrían dañar muchísimo más la figura del presidente. El mayor impacto se da entre los propios republicanos que siempre han visto a Trump como una figura que no los respeta, y que puede inferirles un daño histórico irreparable.