Uruguay ingresa en su 16o. año de crecimiento económico con inclusión social y ostenta los mejores indicadores sociales de la mayoría de los países de América Latina y el Caribe. Sus políticas económicas son elogiadas por instituciones como la Comisión Económica para América Latina (Cepal), la Corporación Andina de Fomento (CAF, hoy Banco de Desarrollo de América Latina), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
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Según el FMI, nuestro Producto Interno Bruto (PIB) creció en 2018 y crecerá en 2019, el desempleo aumentará levemente y la inflación bajará.
A nadie escapa que, a pesar de estas afirmaciones, la situación de nuestro país es compleja, sobre todo cuando se abaten sobre el mundo, y particularmente los países pequeños, las consecuencias de situaciones como la «guerra comercial» que mantienen los gobiernos de Estados Unidos y China, la suba de intereses en la primera superpotencia mundial, y las espectaculares caídas económicas e incertidumbres que caracterizan a nuestros dos gigantescos vecinos, Argentina y Brasil, cuya influencia en nuestro desempeño no es necesario destacar.
Así las cosas, Jorge Caumont, economista por la UdelaR y master of arts en economía de la Universidad de Chicago, dedicó una significativa columna al tema, «El actual keynesianismo local» en el suplemento Economía & Mercado del diario El País el pasado lunes 26, que suscita múltiples reflexiones.
Debo aclarar que fui alumno del ec. Caumont en una materia que dictó en un curso de posgrado en el desaparecido Instituto de Economía de Montevideo (no confundir con el Instituto de Estudios Empresariales (IEEM)), en cuyo desarrollo se autodefinió como «pensador neoclásico o neoliberal, como prefieran», así como fui alumno del Cr. Danilo Astori en la UdelaR.
Al respecto, y por ser Jorge Caumont un reconocido admirador de la Escuela de Chicago, conocida como centro principal de la llamada «corriente monetarista», y de su fundador, Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976, me complace compartir gran parte de la introducción de su columna, en la que afirma: «El keynesianismo revolucionó a la macroeconomía, por el momento en que John Maynard Keynes escribió su obra cumbre, Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero. Tras la gran recesión iniciada en 1929 y el notable aumento del desempleo en Estados Unidos en un contexto caracterizado por una política monetaria sumamente restrictiva que acentuaba la depresión, el presidente Roosevelt lanzó el programa New Deal de gran expansión del gasto público. Tres años después, se publica la obra de Keynes que minimiza a la política monetaria y supone el fracaso de la economía neoclásica para sacar a las naciones de la depresión económica provocada, según el economista inglés, por caída de la demanda agregada. Ante la fragilidad del consumo y de la inversión privada -principales componentes de esa demanda-, el modelo keynesiano sugiere una política expansiva del gasto público que complementaría al privado y permitiría la recuperación de la producción y del empleo.
A pesar de los esfuerzos que siguieron para hacer una síntesis del modelo neoclásico con el keynesiano y de la contrarrevolución monetarista encabezada por Milton Friedman desde la segunda mitad de los cuarenta, el modelo de Keynes sigue siendo en el que basan sus decisiones numerosas administraciones gubernamentales en el mundo. Se defiende que el gasto público aumente para mejorar un bajo nivel de actividad productiva, el empleo y el ingreso en la economía.
Solamente me permitiría agregar (en mérito, además a la tiranía del espacio) que las naciones que aplican el modelo de Keynes son Estados Unidos, China Popular, Alemania, Japón, Rusia y la mayoría de las potencias desarrolladas (que evitan o derrotan así las crisis recurrentes del sistema capitalista, como ocurrió desde la Gran Depresión de 1929 hasta la Gran Recesión 2007-2010), mientras que los países subdesarrollados sufrimos o hemos sufrido políticas contractivas, que siempre llevan a la recesión, la miseria, el desempleo, la delincuencia y la violencia social.
También que Keynes, como «padre» del intervencionismo estatal en la economía de mercado, fue siempre un escrupuloso y metódico defensor de los equilibrios macroeconómicos, que solamente podían ser vulnerados, y por el menor lapso posible, a fin de evitar o derrotar las crisis recurrentes en el sistema capitalista. Gracias a sus ideas y acciones, el mundo vivió entre1945 y 1973 la «Edad Dorada del Capitalismo», y se desarrolló como nunca antes.
No resisto agregar que Keynes, que vio el horror de las dos guerras mundiales y las miserias de la Gran Depresión, tenía su obsesión en el pleno empleo, y reiteraba que «el desempleo es un error económico y un crimen social». Toda una definición de principios, ante tantos economistas que a veces calculan cuál es la tasa de desempleo necesaria para obtener tal o cual tasa de inflación.
Los dichos del economista Caumont
A continuación, la columna de Caumont encara dos subtemas. «Nosotros hoy» afirma: «Nuestro país vive un momento difícil desde el punto de vista productivo: la economía está en recesión. Tal vez por razones estadísticas eso no lo refleje la marcha del PIB, ni tampoco porque -como aseguran algunos destacados economistas- se ha valorado en exceso el peso que en su cálculo tienen ciertas actividades. Pero aún así, como la economía se mueve por debajo de su tasa de crecimiento potencial, está en recesión. El mercado laboral refleja esa situación por el lado del empleo y por el del desempleo.
En reciente columna (…) Gustavo Michelin y Horacio Bafico explicaban que si la cantidad de personas que desean trabajar hoy -definida como la tasa de actividad en la Encuesta de Hogares del INE- fuera la de 2014, la tasa de desempleo sería 11,5% de la población económicamente activa. Se trata de una estimación que la sustenta también la caída -analizada por Isaac Alfie también en esa fuente- de las horas trabajadas en la economía (…).
El texto merita tres comentarios. Primero: Uruguay no está en recesión. Como el ec. Caumont sabe sobradamente, para que un país entre en recesión es necesario técnicamente que su PIB caiga durante dos trimestres sucesivos. Nada de eso ocurre en nuestro país (todo lo contrario), y el FMI pronostica crecimiento para el año 2019.
El segundo es que las ponderaciones de los economistas Michelin y Bafico no pueden cambiar las cifras oficiales, calculadas de acuerdo a los Manuales de la Organización Internacional del Trabajo, que registraron que el desempleo se situó en 8,4% al fin de 2018.
Hay una suerte de obstinación en mostrar cifras que no responden a las verificadas según los manuales internacionales oficiales, como ocurre con el déficit fiscal, que se ubicó en 2,7% al cierre de 2018, pero que políticos, economistas y periodistas insisten en aumentar, descontando el «efecto cincuentones».
Reiteramos que con ese mismo criterio podría llegarse a afirmar que el PIB crecerá 4,5% en 2019 si se da el efecto combinado de la instalación de UPM II y la construcción del Ferrocarril Central. Sería el mismo error.
El segundo subtítulo del artículo es Solución ineficaz, y nos lleva al tema central. Dice Caumont: «Se menciona en estos días desde algunos sectores oficiales y sindicales que para sobrellevar la situación, y a pesar del alto déficit fiscal, el gobierno debe aumentar el gasto público financiándolo con mayores impuestos. No se dice pero sobrevuela que la otra forma de financiar el mayor gasto para mejorar la actividad es el endeudamiento. Las dos formas de contar con ingresos tienen su contrapartida. El keynesianismo con mezcla de «lucha de clases» está detrás de esas propuestas y se impulsa en momentos en que la política monetaria es restrictiva y la cambiaria un corolario de ella. Si el gasto público aumenta para solucionar la recesión y se financia con mayor presión impositiva, por más que se la haga aparecer más justa porque recaería sobre los que «ganan más» y los que «tienen más», su contribución a la solución del problema será negativa».
Al final llega a una consideración de lo que él entiende que debería hacerse: «El keynesianismo se debe usar en nuestro país en la síntesis que muchos han propuesto con el modelo neoclásico. La política fiscal es tan solo una política macroeconómica y son tantas las variables que hay que manejar para un equilibrio general, que se necesita usar también, como cada vez ocurre más en el mundo, de la política monetaria y de la cambiaria en su versión flexible, es decir, de tipos de cambio flotantes».
Keynes y nosotros
Caras y Caretas ha señalado que Keynes nunca olvidó los aspectos colaterales que conlleva toda línea política central. Mientras los aliados demolían al eje nazifascista en 1944, y el fin de la Segunda Guerra era evidente, previó la necesidad de crear organismos como el FMI y el BM, más una organización mundial de comercio y un Plan Marshall, para asegurar la prosperidad de los vencidos y construir un mundo que se desarrollase lo más equitativamente posible. Tras dos guerras mundiales (la segunda de las cuales él había previsto en su famoso libro), sólo el desarrollo equilibrado, el comercio justo, la redistribución progresiva de los ingresos y la mejor forma de inclusión social, que es el empleo, evitarían nuevos conflictos.
Sus ideas fueron traicionadas y el mundo es lo que es.
Pero estaba en los grandes temas y también en los detalles: según relata Lord Robert Skidelsky (1939) en el tercer tomo de su monumental biografía de Keynes, titulado Fighting for Britain, 1937–1946, al darse cuenta que Estados Unidos tenía en Europa varios millones de soldados que regresarían a casa sin empleo y acaso sin educación, publicó una carta abierta a su costo en The New York Times dirigida a Franklin D. Roosevelt, sin duda el más notable presidente de los Estados Unidos del siglo XX. Había hecho lo mismo el 31 de diciembre de 1933, señalando a Roosevelt los caminos que debía tomar el New Deal para vencer la Gran Depresión, y ambos consiguieron derrotarla.
Ahora advertía al presidente que a pesar de ser Estados Unidos la nación más poderosa del mundo (con el 51% del PIB mundial), y haber salido sin un rasguño de la Segunda Guerra, debía prever el problema de los soldados desmovilizados, y para ello aconsejaba programas de educación, de empleo y, como siempre, de grandes obras de infraestructura productiva.
Uruguay, en estos tiempos complejos, tiene en marcha un gran proyecto, la mayor inversión de su historia, con la instalación de UPM II (que mucho hubieran deseado realizar los partidos tradicionales), y la construcción del Ferrocarril Central que, según el presidente Tabaré Vázquez, «se hará con o sin UPM», y constituye una histórica reivindicación del medio de transporte más eficiente y barato, el principal en el mundo desarrollado, eliminado aquí por razones que conocemos.
En tal sentido, es oportuno que haya planes keynesianos para implantar, estimular y fomentar centenares de proyectos productivos a ambos lados del ferrocarril utilizando tierras fiscales o expropiadas (me dicen que están contemplados en los planes de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, pero el autor de esta nota no ha podido leerlos y pide las disculpas del caso), que a su vez traerían comercios, escuelas y liceos, nuevos centros universitarios y todos los servicios conexos en el despoblado interior del país. Keynes hubiera pensado en cadenas productivas agroindustriales (porque al contrario de lo que dicen algunos precandidatos, Uruguay no debe ser sólo «campo», sino también industria y servicios, particularmente turismo), que tengan planificada y negociada su inserción en el Mercosur y, a través de la Alianza del Pacífico, en los grandes mercados de la cuenca del Océano Pacífico.
Esas grandes inyecciones de inversión (en capital físico y capital humano) pueden financiarse con mayores impuestos como ha afirmado el Pit-Cnt, pero centrados en el 1% más rico de la población (que ha aumentado su riqueza fabulosamente en estos últimos 16 años), y no en los trabajadores ni en los jubilados, ni en los pequeños productores y comerciantes. «Que paguen más los que tienen más» no es un eslogan sino la base de todo sistema impositivo serio, como era el de Estados Unidos, por lo menos hasta Donald Trump, y el del Estado de Israel, así como las principales potencias europeas.
Podrían también, como ha afirmado el Pit-Cnt, reverse algunas de las grandes exoneraciones que no benefician a pequeñas empresas, que generalmente tampoco son de origen nacional.
Y si con ello no bastara para la magna empresa que se ha emprendido, podría también aumentarse la deuda, aunque esta debería ser la última opción.
Conclusiones preliminares
Lo que el economista Jorge Caumont llama «el modelo de Keynes», que utilizan las grandes potencias, sigue siendo la mejor política posible para navegar en las aguas turbulentas y las crisis recurrentes del sistema capitalista, en el que viviremos nosotros, nuestros hijos y nietos.
Keynes actuó siempre contra la guerra, contra las recesiones y las depresiones, contra el desempleo y la miseria, combatió las dictaduras, y por eso las grandes potencias siguen sus enseñanzas, mientras el FMI nos aconseja a los países subdesarrollados políticas como ajustes fiscales permanentes, disminución del gasto público, menor intervención del Estado para sostener la actividad privada, menor gasto en retribuciones y jubilaciones, privatización total o parcial de las empresas y bancos públicos (que son el soporte de economías pequeñas como la nuestra) y otras medidas contractivas y recesivas.
Agradecemos al economista Jorge Caumont haber recordado a John Maynard Keynes. En sus ideas y trayectoria está nuestro futuro.