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Un paisaje de mendigos

Por Laura Martínez.

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Caras y Caretas Diario

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“Ciegos contra ciegos, nunca pensé que viviría para ver una cosa así”. José Saramago. I Estaba preso en el silencio de su rostro, azul de mucha muerte, intensamente helado. La plaza con los aromas maderosos de la soledad agreste, algunos sonidos confusos de susurros y palabras quietas, el mutismo del asombro permanente, casi parecido a una mueca. No tenía idea del paso del tiempo, se habían quebrado todos los relojes interiores. A veces se preguntaba si era lunes o sábado, la tierra de los bancos le parecía la blanca arena del océano más bello. Tantas veces se despertó estremecido soñando con las lunas de su infancia, las gaviotas en el viento, los puentes de madera, las rocas… El día en que el sol ocultó su latido, él estaba la intemperie de su sombra. No pudo decir en ese instante que le pareció infinito que se alejaran de allí, bastaba que dejaran un poco de luz, como quiso Diógenes. Hubiera podido morir en el impacto, desaparecer de la historia sin gemido, nadie se habría enterado siquiera, nadie habría alertado a la sirena inmediata, su cuerpo allí, en posición fetal, aterrado pero en perpetua situación de olvido, gente alrededor como quien presencia un espectáculo, gente sola yendo y viniendo indiferentes, un dolor agudo en el costado, una pierna desprendida de su cuerpo, el desamor de todos, como siempre. Había nacido, infringiendo las leyes de toda lógica impura, por descuido y así había continuado, sobreviviendo. En la plaza estaba esa gente que se mantiene de pie con una fragilidad firme, mujeres gritando en furiosos dialectos poco inteligibles para los transeúntes que descuidadamente pasan, casi siempre sin lograr ver el paisaje del dolor que muestra la fragilidad humana, la sensación aborrecible de los espejos que no nos gustan, ese brazo sin vida misteriosamente móvil, los lentes que uno ha comprado por escaso monto para intentar acercar alguna cosa, la ropa que huele a perros olvidados , mezcla de lobos con hambre que han pasado la noche masticando la carniza para irse detrás de algún borracho con la cara siniestrada por el miedo. Es difícil, nadie quiere mirar, por ahí seguro, que alguna persona considerará (y lo dirá a los cuatro vientos) que hay que limpiar la ciudad de esa basura lustrosa que supone el ser humano abandonado cuya única seguridad es la falta absoluta de certezas. Un cuadro que hasta parece obra de Goya, monstruos informes y brujas aterradoras, sangre salpicando las paredes, la grotesca vulnerabilidad de aquel que es devorado y retratado para siempre en su escandalosa vulnerabilidad inevitable. Todos nosotros estamos siendo devorados de muchas maneras, dormimos a la intemperie, con la finitud adyacente, tratando de imaginar mil maneras de evitar la muerte y el desamparo, sin obtener victoria alguna más allá de nuestro complejo de omnipotencia, sin embargo, basta un traje, una corbata anudada , un misterioso sitio de imposible púlpito para considerarnos capaces de utilizar el dedo deicida y dictaminar que las cárceles expuestas nos parecen paisajes que habría que retirar, aunque las sabemos poderosas y existentes inclusive en las residencias del “reinado” imposible de la paz. II Estoy aquí desde hace tiempo, no recuerdo, un día caí, lo sé, traté de que el miembro se reconstituyera pero solo lograba balbucear, no podía entender, hasta que un día ya no me importó entender nada más. Aquí, olvidando la existencia del estómago, entredormido y lúcido, empecé a formar parte de este banco, ahora ya no sé dónde termina, o si yo, estoy también construido de la madera agrietada y deslucida que hace tiempo nadie pinta. Pocos me ven, salvo el desfiladero de los que comparten similar agonía. Los otros están ciegos. Creen que no pienso sin embargo, lo hago, todo el mundo está en mi cabeza. Perdí una pierna, no tengo dinero, a veces vienen a agitar mi brazo izquierdo, dicen que me vaya al refugio, pero este lugar lo es, sus árboles y sus baldosas agrietadas, el bullicio de algunas horas, una campana que aun suena en la catedral y algunos fantasmas de mujeres que desaparecen con el vientre de la tarde. No pido nada, no molesto a nadie. A veces sueño con los hospitales, en los cuales viví algún tiempo. Las escaleras en las cuales me acostaba a dormir, veía gente reptando dolorida, pasaban las horas, me frotaba los ojos, despertaba con la urgencia de derrotar la vigilia. Ahora todos creen que siempre estoy durmiendo. Un día hui pero no se dieron cuenta, no voy a regresar a mi casa, no tengo casa, estoy aquí, quiero estar aquí. Un día vinieron a dibujar ciudades, sacaban fotografías, una niña rubia envuelta en encajes reía. Decían “sal de ahí, fotografiaremos la catedral, luego entrará y verás a la virgen y al niño Jesús, aléjate de ese hombre, o va a salir en la foto y quedará muy fea” La niña no se había dado cuenta que yo estaba allí pero en ese momento me miró y se fue corriendo “Tengo miedo. Sálvenme “dijo III ¿Qué habrá pasado para que esta plaza se llenara de gente extraña? Hasta parece que fueran animales, ¿No es insoportable? ¿Qué somos animales dices? Prefiero trasladar lo salvaje a otros ámbitos donde hay estatuas egipcias, chocolate, yacusi y whisky.Ahí uno puede ser un animal salvaje, suena extraordinario, “deseo pulsión de vida no me abandones y amor que me invento con varios lenguajes para descifrar”, pero estoy hablando de un zoológico a la intemperie. No me agrada, zoológico de gente envueltos con sacos sin remiendo alguno, personas sin edad con latas que ruedan por el césped, mujeres nauseosas que copulan con camaleones de una orgía indescriptible. ¿Acaso tú no sabes todo lo que sucede en el parque Batlle, en Montevideo, nunca pasaste por ahí? Ah, bueno, ahora estoy buscando un buen restaurante, mariscos, quiero comer mariscos. Me gustan tus zapatos rojo brillante, tu pelo encendido, de aquí tenemos que irnos, el tipo ese con bigote azul a lo Groucho Marx nos dio este número, pero media hora no voy a esperar, tienes frio, tu saco plateado es fino, vamos a buscar otro lugar, aquel de los sillones oscuros y las lámparas. No me digas que NUNCA viste la gente en el parque Batlle, encontrás cualquier cosa. Hay muchas plazas aquí con nombres que no importan y esos insectos impresentables, no sé qué vamos a hacer, esta ciudad se pone fea, mira la rambla ahora, este lugar me agrada, hace unos días me detuve por aquí, llovía, me sentía feliz, escuchaba música, vos no estabas, tienes que estar, te necesito mucho. IV Estoy solo. Los que doblan la esquina esquivan mi sombra perpetuamente helada. No estoy muerto, sin embargo cuento mis sueños como aquellas ovejas para dormir, los dibujo en el aire, callo los relojes, no tengo destino. Cuando me lleven de aquí, lo único que será visible es la pierna que no tengo, me dejarán caer como una ropa desintegrada por el tiempo, del mismo modo que bajo la luna se va incorporando a la tierra el perro callejero que ha muerto atropellado, sin embargo todos (lo sé, y callo), sé que todos, van a estar de espaldas a la misma luna mientras el hedor casi insoportable de sus vísceras los abandonará sin remedio. En ese momento, juro, que no les daré la mano, ellos tampoco. Ninguno podrá, ni yo, ni ellos.  

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