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Editorial

Un paquete sin plata

Por Leandro Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Como podía anticiparse, el presidente presentó un paquete de medidas y exhortaciones para frenar la ola de contagios del virus que no incluye ningún apoyo económico a la población. Si las medidas cumplen con su cometido epidemiológico, lo sabremos con datos en un par de semanas, pero ya se sabe que se apartan decididamente de las recomendaciones del grupo asesor científico, por lo que no parecen estar basadas en la evidencia local ni en la internacional. De todas las medidas proclamadas, la reglamentación del derecho de reunión entraña un riesgo superior que el Parlamento tendrá que estudiar y sopesar con sumo cuidado. Sin ley, ya hemos observado en estos meses una cantidad importante de operativos policiales abusivos en espacios públicos y, si además tomamos en cuenta el contenido represivo de la Ley de Urgente Consideración, es de orden concluir que a este gobierno no le desagrada la idea de “desaglomerar” algunas expresiones por la fuerza, con virus o sin virus que lo justifique. Fuera de esta incursión potencialmente peligrosa en el ámbito de los derechos ciudadanos y la suspensión de los espectáculos públicos, las medidas no parecen nada del otro mundo y, en algún caso, como la extensión del horario de shoppings y centros comerciales, resultan bastante antiintuitivas.

Ahora bien, las curvas de nuevos contagios, número de personas en cuidados intensivos y muertes diarias por covid-19 han adquirido una forma de crecimiento tan empinada, que solo cabe encomendarse a este paquete de medidas y rezar para que funcione. En caso contrario, cuando termine el año el panorama estimado por el grupo científico es desolador: más de 1.000 nuevos casos diarios, 10.000 casos activos y más de 100 personas en CTI, en una carrera hacia el colapso del sistema sanitario que podría llegar tan pronto como en el mes de enero.

Pase lo que pase con la evolución de la epidemia, es evidente que las medidas restrictivas de la movilidad social producen caída de la actividad económica, y si no se acompañan de estímulos y ayuda a las personas y a las empresas, son muy difíciles de cumplir, porque funden y empobrecen. Ya este ha sido un año durísimo para la gente y eso que recién nos comenzó a golpear la primera ola de la pandemia, de la cual habíamos zafado antes, quizá por ciertas características de nuestros país, pero, sobre toda las cosas, porque ni bien apareció el virus entre nosotros, la sociedad se confinó masivamente, aunque no fuera obligatoria la cuarentena. Los datos de movilidad demuestran que entre el 13 de marzo y los dos o tres meses subsiguientes, la inmensa mayoría de nuestro pueblo se quedó en sus casas y tomó todos los recaudos posibles para evitar que se propagara la enfermedad.

El gobierno se ha adjudicado y ha publicitado desde el principio el éxito sobre el control de la pandemia, pero el tiempo va a demostrar que las claves determinantes de ese control inicial que se proyectó por los meses siguientes estriban en la conducta ciudadana de esos meses y en un fuerte de sistema de seguridad social que permitió que cientos de miles accedieran al seguro de desempleo, porque eran trabajadores formales en el país con mayor proporción de formalidad de América Latina, pero no con las medidas de apoyo específicas adoptadas por el gobierno y, mucho menos, con el concepto de la “libertad responsable”, que fue el latiguillo utilizado por Lacalle Pou para no verse conminado a establecer renta básica, ni salario de emergencia, ni subsidio a las empresas ni ninguna medida significativa para sostener los ingresos de la población. De hecho, durante estos nueve meses, la agenda gubernamental ha sido proponer una Ley de Urgente Consideración completamente irritante y cuestionada hasta por organismos internacionales de derechos humanos y un presupuesto de ajuste descomunal que implementó una caída absoluta del salario real que no va a ser compensada en todo el período. En suma, no solo no han invertido plata para ayudar al pueblo a sobrellevar esta emergencia, sino que han promovido una agenda antipopular e inoportuna, cultivando bronca y esquivando el diálogo y la búsqueda de consensos.

Como buen neoliberal, Lacalle Pou se jugó por un conjunto de medidas con intenciones sanitarias que no afecten la economía de las grandes empresas y que no le supongan gastos al Estado. Según expresó en la conferencia, si funcionan, serán mérito de la gente, pero si no funcionan, el gobierno se hará cargo de la responsabilidad. Es un discurso que se da de bruces con la constante prédica de culpar a la gente cuando las cosas no salen bien y la permanente jactancia sobre su gestión de la pandemia, pero algo es algo. De corazón, esperemos que estas medidas anunciadas, ahora que terminaron las clases y se acercan las fiestas,  junto a la conciencia social sobre la gravedad de las circunstancias, nos permitan sortear esta amenaza con la menor cantidad de pérdidas humanas, pero si no funcionan, si rápidamente se observa que son insuficientes o están mal orientadas, ojalá que el presidente tenga la humildad de reconocer y corregir el rumbo a tiempo, porque si no es así, las próximas conferencias van a ser sobre escombros.

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