La izquierda del siglo XX fue una izquierda del Estado, que sea valió de este para organizar proyectos de nación, para hacer que las autoridades empujaran el desarrollo económico y garantizaran derechos sociales. Tuvo un rol fundamental, sobre todo si pensamos que antes había un Estado estrictamente de las elites dominantes, de las oligarquías exportadoras de materias primas, que hacían de la administración central un instrumento de sus intereses.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Cuando se agotó el ciclo largo expansivo del capitalismo internacional, y con él el modelo desarrollista, dos perspectivas se presentaban en el horizonte. Ronald Reagan enarboló una, la vencedora: el Estado habría dejado de ser solución para ser problema. Y la forma de enfrentar ese problema era reducirlo a sus proporciones mínimas, al Estado mínimo, promoviendo el mercado a un rol de centralidad. El viejo adagio del liberalismo recobraba nueva fuerza: en el mercado se localizan los mejores recursos.
Aparentemente, de forma contrapuesta a esa versión, surgió un relato que también pretendía superar el agotamiento del Estado, pero proponiendo a la “sociedad civil” como su sucesora. Condenaba al Estado tanto, o incluso más, que la versión anterior al Estado. Toni Negri alcanzó a tildarlo como conservador, como pieza de museo. Holloway tenía esperanzas de que se podría cambiar el mundo sin tomar el poder, sin el Estado.
Los primeros han realizado su sueño y han llevado el mundo a sus desastres actuales, resultado de la centralidad de un mercado descontrolado, dominado por el capital especulativo y por los grandes bancos privados. Los segundos han quedado relegados a la intrascendencia, prisioneros de la trampa liberal de una sociedad civil en contra del Estado.
La versión alternativa era otra. No era el abandono del Estado, pero sí su democratización. No era ni el abandono a la esfera mercantil ni el retorno puro y simple a la esfera estatal, sino la construcción, a partir del Estado y de organizaciones sociales, de la esfera pública. Una esfera de la ciudadanía, una esfera de igualdad de derechos todos, la verdadera esfera democrática.
Los gobiernos que han alejado el modelo neoliberal de la centralidad del mercado son aquellos que se han valido del Estado para promover los derechos sociales de todos, para rescatar el rol activo de los gobiernos como inductores del crecimiento económico y proyectores de políticas externas soberanas. Fueron los gobiernos antineoliberales de América del Sur.
Pero incluso estos han recuperado al Estado, sin trasformarlo, defendiendo a la sociedad de las consecuencias negativas de un mercado descontrolado, pero sin democratizar al Estado, con la centralidad en la esfera pública. Los aparatos de Estado han resistido, desde adentro, con las alianzas con las fuerzas conservadoras, desde afuera, para frenar un amplio proceso de democratización política, social, económica y cultural de la que carecen las sociedades contemporáneas.
Cuando los gobiernos antineoliberales se enfrentan a obstáculos, no deben ceder pura y simplemente al liberalismo tradicional, al mercado, sino, al contrario, avanzar hacia la trasformación radical de los Estados con la centralidad de la esfera pública. Porque la contradicción fundamental en la era neoliberal es la que se da entre la esfera mercantil –el afán de mercantilizar todo, de transformar derechos en mercancías y ciudadanos en consumidores– y la esfera pública, la esfera de los derechos para todos, la esfera de los ciudadanos.
Se puede medir cuánto se ha avanzado en la superación del neoliberalismo por la medida en que se ha avanzado en la extensión de los derechos para todos y en la restricción de la mercantilización de la sociedad. La medida en que se han fortalecido la educación y la salud públicas, por ejemplo, a expensas de la educación mercantil, de la salud mercantilizada, el fortalecimiento de los bancos públicos a expensas de los bancos privados.
La esfera pública no representa tan solo la democratización de la sociedad actual, sino que apunta hacia una dinámica anticapitalista en la medida que el eje y el proyecto central del capitalismo son la mercantilización generalizada de todas las esferas de la sociedad, transformar todo en mercancías, que todo tenga precio, que todo se pueda vender y comprar. La esfera pública, al contrario, promueve el derecho de todos, la promoción de todos los individuos a ciudadanos, esto es, a sujetos de derecho.
Para llegar a tener una izquierda de la esfera pública es indispensable, antes de todo, además de una crítica radical de todos los efectos negativos de la centralidad del mercado, desarrollar una profunda conciencia pública, radicalmente democrática, un espíritu de la centralidad de los bienes, empresas públicas y servicios públicos, del Estado como un instrumento en las manos de toda la sociedad, de todos los trabajadores, de todo el pueblo. El Estado no es por sí solo, así, ni la solución ni el problema. Es un espacio de disputa entra la esfera mercantil y la esfera pública. Cabe a la izquierda del siglo XXI ser una izquierda dentro esta última (que es la forma actual de ser anticapitalista) para la construcción de sociedades profundamente democráticas y de un mundo apropiado por sus pueblos a partir de esos Estados nacionales democratizados y centrados en la esfera pública.