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Editorial

Uruguay es una isla

Por Leandro Grille.

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Mientras observamos en tiempo real cómo Argentina y Brasil se sumergen en una ciénaga de inestabilidad económica, política y social, caracterizada por economía de ajuste extremo, sobreendeudamiento, privatización de recursos, deterioro de las condiciones de vida de la gente, persecución de opositores, tormentas cambiarias, riesgo real de cesación de pagos, despidos masivos, recesión y, aun peor, destrucción de la riqueza, caída de la economía, conflictos sindicales, huelgas universitarias, aumento explosivo de la pobreza, inflación galopante, tarifazos astronómicos, militarización de la seguridad, saqueos, censura de medios críticos, congelamiento de los presupuestos y pedidos de rescate desesperados al Fondo Monetario Internacional, nuestra pequeña comarca incrustada en el medio de los dos gigantes resiste pacífica e inquebrantable como una aldea gala gracias a 13 años de políticas acertadas del Frente Amplio y, muy especialmente, a la sólida conducción económica que, más allá de matices y reproches, ha sido particularmente exitosa y en muchos componentes esenciales desacopló al país de los vaivenes del vecindario. A esta altura a Danilo Astori habría que llamarlo Astórix.

Un ejercicio de figuración distópica nos invita a pensar qué habría sucedido en tiempos no tan lejanos ante una crisis como la argentina, que incluye una variación abrupta del tipo de cambio en las últimas semanas, que llevó el dólar a casi 40 pesos. Seguramente Uruguay habría sido sacudido por la tormenta regional y todas las variables económicas y, consecuentemente, las sociales se habrían visto afectadas de manera grave. En el mejor de los casos, se habría podido atemperar el golpe, pero de ningún modo ostentaríamos un desenganche tal como el actual. Observemos: en Argentina la pobreza aumenta, en Uruguay baja. En Argentina la inflación sube y sube, en Uruguay baja. En Argentina el salario real cae. En Uruguay sube. En Argentina el poder de compra de las jubilaciones cae y el salario mínimo de la gente medido en dólares se hunde en la tabla, hasta el octavo lugar del continente. Uruguay, tras 13 años de continuo crecimiento del salario real, asciende al primer puesto y se consolida como el salario mínimo más alto del continente, medido en dólares. En Argentina la economía está en recesión y se prevé una caída de más de 2% para este año. Uruguay mantiene una racha ininterrumpida de crecimiento económico y cerrará el año con un crecimiento del producto del orden de 2%, más o menos. En Uruguay hay paz social. En Argentina y Brasil hay presos políticos y conflictos con represión todos los días. En Uruguay hay una democracia plena. No hay presos políticos ni proscriptos.

En este momento no hay un solo indicador de desarrollo económico y social en el que Uruguay no supere con creces a los vecinos y eso tiene una sola explicación y es una explicación política: Uruguay es gobernado por una fuerza de izquierda, progresista, y en Argentina y Brasil se han instalados gobiernos de derecha, neoliberales, de ricos y para ricos. La única manera en la que Uruguay puede emparejarse con la región es que Argentina y Brasil cambien para bien o Uruguay cambie para mal. En un mes habrá elecciones en Brasil; el candidato principal está proscripto. Sin Lula compitiendo, que ganaría por destrozo a cualquier contendiente,  las encuestas indican que la intención de voto la lidera un nazi: Jair Bolsonaro. Una figura que corre por derecha al propio Donald Trump. Racista y misógino confeso. En cada una de sus apariciones exhibe una batería de proclamas fascistas e intolerantes que meten miedo. En Argentina el proyecto político de Mauricio Macri, que se presentó en sociedad como una fuerza política ultramoderna a caballo de una impresionante estructura de propaganda, se ha revelado como depredador social inclemente, que además de postrar económicamente al país, ha avanzado sobre los derechos de la gente a un ritmo demoledor. El último fin de semana, como antesala de una nueva fase del ajuste perpetuo, eliminó el Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Trabajo, y el Ministerio de Ciencia y Tecnología y continuó desplegando una maquinaria de despidos masivos en el Estado, mientras se anuncian nuevos tarifazos y se le condonan deudas a gigantes empresariales. Todo el peso de la crisis argentina se ha puesto sobre la espalda de la clase media y de la población más débil.

Este ejercicio de analizar la situación de nuestro país a la luz del panorama de los vecinos es un trabajo obligatorio e indispensable. La inspección comparativa es un método aleccionador de carácter preventivo, porque como no existe ninguna salvaguarda de excepcionalidad oriental, hay que tener muy claro que la implementación de políticas neoliberales en Uruguay nos llevaría rápidamente al mismo desastre y en el mismo tiempo. El mecanismo por el cual las fuerzas de la derecha logran imponer un programa tan arrasador también debe ser motivo de reflexión. Porque hay que comprender no sólo su propósito, sino la estrategia por la cual logran en condiciones democráticas avanzar sobre la gente y contra la gente. Para ello necesitan de una aquiescencia ciudadana completamente antinatural. ¿Qué pueblo en su sano juicio aceptaría graciosamente que le redujeran el salario? ¿O que le aumentaran las tarifas 1000%?  ¿O que le recortaran las jubilaciones? ¿O que militarizaran la calle? ¿O que recortaran la inversión pública en educación y en salud? ¿O que eliminaran el Ministerio de Trabajo y la negociación colectiva? Sólo un pueblo convencido de que vive una crisis que justifica una medicina tan extrema. Una crisis de la seguridad pública, una crisis en la educación, una crisis conjetural de la economía, hasta una crisis moral. Ahí se ubica el cerno del discurso opositor y su estrategia, amplificado por los medios que o bien los secundan o bien los conducen: instalar en el imaginario social que hay una crisis terminal, aunque no se refleje en la vida cotidiana y a partir de allí, de ese presunto consenso social contrafáctico que les asegure poca resistencia, desplegar un programa económico y social profundamente antipopular. Es lo que la escritora canadiense Naomi Klein llamó “doctrina del shock”, y cuando un gobierno neoliberal la aplica, tiene la fuerza destructiva de un huracán y es capaz de retrotraernos a la peor expresión del capitalismo. Hoy somos una isla habitable en mitad de una devastación. Un oasis o un bastión progresista en una región que se mudó a la derecha extrema. Hay que cuidar mucho lo que se ha logrado y resistir el embate de las fuerzas de la restauración para que no nos lleven de la mano o con falsarios cantos de sirena al desastre.

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