La madrugada del 3 de agosto de 2001, cuando veía la luz del amanecer la primera edición de Caras y Caretas, la calificadora de riesgo Fitch puso a Uruguay en la lista de riesgosos por la recesión y el elevado déficit fiscal. Siete meses antes, el ministro Bensión había firmado con el FMI una Carta Intención con la que procuraba aumentar la producción para volver al crecimiento, abatir el desempleo, reducir el salario real, bajar la inflación y el gasto público.
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La receta fue catalogada como neoliberal y fracasó como había ocurrido antes y como volvió a ocurrir. En pocos meses, mientras Bensión dormía, aumentó la inflación, creció el desempleo y el endeudamiento externo y bajaron los salarios y pasividades.
Como hoy Lacalle Pou culpa al gobierno frenteamplista y a la pandemia, el gobierno de Jorge Batlle culpaba al gobierno de Sanguinetti y a la aftosa.
Una fotografía de ese día mostraba la caída del Producto Interno Bruto, disminución de las exportaciones, de la inversión externa directa y del salario real, aumento de la tasa de desempleo, de la pobreza, la indigencia de la inflación, la cotización del dólar, el déficit fiscal y del endeudamiento externo.
La fotografía era de terror y aún no había comenzado la tragedia. Una semana después, la tapa de Caras y Caretas anunciaba que “el viaje metía miedo”.
Comenzó así una carrera por el “riesgo país” cuyo seguimiento diario entretuvo a los uruguayos durante más de un año, en que seguimos la crisis con la misma pasión lúdica con la que hoy seguimos los comunicados del Sinae.
En esos días se publicó una revista con el curioso nombre de Riesgo país, que tenía tantas virtudes que competir con ella parecía la más engañosa de las utopías.
Por suerte duró solo doce semanas porque no eran pocos los que, con semejante rival, apostaban a que Caras y Caretas “no salía más”.
El día del nacimiento de Caras y Caretas era una fría madrugada de invierno y en esos días se cumplían 29 meses que gobernaba una coalición de blancos y colorados cuyo presidente era Jorge Batlle.
Hasta ese día el gobierno y los principales medios de comunicación nos hacían creer que éramos los mejores de la clase, al menos comparando con Argentina, cuyo gobierno se caía a pedazos en medio de una crisis que terminó llevándose a al presidente Fernando de la Rúa, que finalizó su mandato constitucional huyendo en helicóptero de la legendaria Casa Rosada.
Tan buenos éramos que Jorge Batlle declaraba a un micrófono fuera de control que “los argentinos son todos chorros, del primero al último”. Aunque resulte una curiosidad, las divas al otro lado del Río de la Plata, hace 20 años eran las mismas de hoy, Moria, Susana, Mirtha y la Alfano con toda la pesada plástica siliconada que hoy lucen corregida y aumentada. Tinelli no era un joven, pero aún no había entrado en la edad del “qué bien que estás”.
Muchos de los apellidos de la política uruguaya también eran los mismos: Penadés, Mujica, Antía, Astori, Gandini, Heber, Bensión, Larrañaga, Raffo, Sanguinetti, Viera.
El relato repetido por los rosaditos en el gobierno era más o menos el mismo de ahora, sean gobierno u oposición: bajar el déficit fiscal y el salario real, recuperar la competitividad y achicar el Estado. Los autos y sobre todo las camionetas 4×4 lucían unos llamativos adhesivos que reclamaban bajar el gasto del Estado. En eso no hay novedades mayores. Gobernaban desde hacía más de 100 años los mismos que ahora se proponen hacer lo mismo y obtienen los mismos resultados.
La justicia argentina reclamaba a los militares Gavazzo, Cordero, Silveira y también al oficial de Policía Campos Hermida y el gobierno no habilitaba la extradición.
Es más, había mucho olvido y muchísimo cinismo en los ministros competentes. Los torturadores andaban como perico por su casa porque 16 años después de haber terminado la dictadura cívico militar, los jueces aún no habían investigado nada porque la Ley de Caducidad había puesto cerrojo a la Justicia.
Juan Carlos Blanco ya no era senador colorado y brindaba con Ricardo Peirano en las fiestas de El Observador; Gregorio Álvarez aún recibía honores de presidente.
Se realizaba en esos días la subasta de la Terminal de Contenedores en el Puerto de Montevideo y el ministro de Obras Públicas festejaba haber obtenido 17 millones de dólares por una concesión exclusiva de 30 años, declarando que Uruguay sería “la Holanda de América” y la “recalada del mundo en el Mercosur”.
Entrevistado ese día en el recinto portuario y continuando con la disputa de en qué país nos convertiríamos, el presidente de la Administración Nacional de Puertos, Agustín Aguerre, corrigió al ministro y anunció que seríamos “la Bélgica de América”, aludiendo a la nacionalidad de los compradores en el remate.
Dos jóvenes periodistas, Linng Cardozo y Néstor Curbelo, que aún escriben en Caras y Caretas hacían sendos reportajes a Michele Santo, un economista neoliberal que en cualquier coyuntura aconsejaba y aconseja achicar el Estado, abatir salarios y pasividades y reducir el déficit fiscal, y al general Daniel García, un ex comandante en jefe de origen herrerista y Teniente de Artigas, que convertido en productor rural lideraba en esos días un potente movimiento ruralista que reclamaba terminar con la corrupción, recuperar la competitividad, reducir la burocracia estatal y bajar el gasoil. Cualquier similitud no es coincidencia.
Cuatro avisadores nos acompañaron desde el primer día en esta quijotada: Macromercado, la Asociación Española, Movicom (que ahora se llama Movistar) y Casmu, anunciantes que siguen con nosotros 20 años después.
De la veintena de periodistas, funcionarios y colaboradores que participaron en aquella primera edición hay muy poquitos que aún siguen al pie del cañón.
Richard Granja, que hoy se despide de nosotros para continuar trabajando en Esdrújula TV, el nuevo canal de televisión en streaming, compuso en Photoshop la primera tapa, Víctor Carrato escribía de Economía, Leandro la contratapa, Mateo era, como es ahora, el editor, Edgardo Buggiano hacía las crónicas deportivas y Miguel Morales era y sigue siendo el corazón del equipo.
Pasaron 1.000 ediciones y, pese a que muchas cosas siguen igual, otras muchas han cambiado. Para nosotros y para los lectores, lo importante es que Caras y Caretas continúa erguida y muy de pie. Casi 20 años después, Caras y Caretas no ha cambiado. Sin soberbia, somos lo que somos. Tenaces, veraces, radicales, irreverentes, independientes y consecuentes.
De los que estuvieron en ese primer número hay algunos compañeros que no están más en este mundo. Cada uno de ellos se destacaba mucho en su profesión y en su condición humana. Eduardo Pichu Varela, un veterano periodista, había pasado por todas la redacciones de los diarios y semanarios de esos años, dejando en todos un recuerdo inolvidable, Gustavo Adolfo Ruegger, un crítico de teatro que había conducido añares los informativos de Monte Carlo TV, Washington Algaré un verdadero profesor de las artes gráficas, Tomás de Mattos, uno de los mayores novelistas que dio nuestro país. También estaban el fotógrafo Carlos Laens, recientemente fallecido, el empresario José Luis Guntín, Albino Olmos con sus notas sobre automovilismo y Guzmán Aguirre Ramírez (Soliloquio), quién escribía sobre Turf, pero particularmente sobre historias de grandes caballos de carrera.