Graciela, me contaron que en la primera manifestación en la que participó tenía solo 10 años, cuando acompañó a su abuela al entierro de Líber Arce. ¿Se acuerda de ese momento?
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Sí, son recuerdos que no se borran. A los 10 años uno registra muchas cosas y mi abuela me pidió que la acompañara y me explicó que habían matado a un estudiante, que algo había pasado en Uruguay que la tenía muy triste. Ahí sentí por primera vez que era parte de un torrente humano que estaba sufriendo, tanto es así que escribí una redacción en la escuela. Mi maestra Katy, que era una mujer muy abierta y que siempre tuvo mucho diálogo con nosotros, no podía creer que yo hubiera hecho una redacción sobre lo que había sentido y vivido acompañando a mi abuela. Íbamos con los jóvenes -mi abuela no iba con los viejos, iba solo con los jóvenes- y mi maestra no podía creer que yo con 10 años pudiera haber sentido ese dolor que sentía en mi abuela y en los que nos acompañaban.
Su abuela Manuela fue muy importante en su formación política y humana. Entiendo que ella fue una de las primeras comunistas que hubo en Uruguay.
Sí, mi abuela fue un personaje central en una historia de mujeres muy marcadas por la historia. Ella fue criada como entenada en una estancia, y vivió los azotes que puede sufrir una niña huérfana y los dolores que eso le puede ocasionar a su historia, a su cuerpo y a su vida. Se vino para Montevideo caminando, embarazada de un capataz e ingresó a trabajar en lo que en aquella época hacían las curtiembres.
¿Estamos hablando de principios de siglo?
Estamos hablando de principios del siglo XX, ella nació en 1896. Mi abuela tenía veintipocos años cuando decidió venirse para Montevideo, y en la fábrica de cerdas a las mujeres las contrataban porque con las manos acaban las cerdas de la piel para hacer cepillos. Ahí conoció a Julia Arévalo y ahí se afilió al Partido Comunista.
Julia Arévalo fue, además, la primera legisladora.
La primera legisladora de América Latina, además, mujer y comunista. Fue todo un impacto. En aquella época Julia recorría las fábricas y los lugares productivos de Montevideo y del interior y para mi abuela fue como encontrar una voz en la que se sentía reivindicada y se afilió al Partido Comunista.
Usted se afilió también a la Juventud Comunista muy chica, a los 13 años.
Sí, cuando ingresé al liceo me afilié a la Juventud Comunista, en 1970. En ese momento se estaba discutiendo en el Parlamento una reforma para la educación que había presentado Sanguinetti; era un momento de mucha movilización estudiantil, y de un cambio en el país notorio, medidas prontas de seguridad, una situación de represión muy fuerte y yo me sentí parte de esa corriente que quería transformar el mundo.
Empezó como militante estudiantil.
Primero que nada fui una militante estudiantil, compartí el liceo con la familia Medina, Hugo y Walter [N. de R.: Walter Medina, mártir estudiantil asesinado a los 16 años, el 8 de julio de 1973]. Hugo era mi compañero de clase, provenían de una familia de origen muy humilde también, porque eran canillitas. Ellos vendían diarios, y yo estaba muy vinculada con ellos y con el resto de mis compañeros. Además de la militancia, cultivábamos también un desarrollo cultural bien interesante, éramos militantes que íbamos al teatro, veíamos mucho cine y escuchábamos buena música.
De todos los mártires estudiantiles, creo que Walter Medina fue el más joven. Fue asesinado cuando grafiteaba “consulta popular”. En un homenaje a Walter Medina usted fue detenida, su primera detención, era muy joven.
Sí, el primer aniversario de Walter yo tenía 16 años, hubo una movilización relámpago en la Curva de Maroñas junto a su papá y su hermano Hugo y allí nos detuvieron. Yo era menor en aquella época, tenía 16 años, como dije, y me mandaron a lo que se llamaba el Hogar Yaguarón, que estaba en la calle Yaguarón, que pertenecía en aquella época al Consejo del Niño. Estuve detenida allí.
¿La tuvieron allí mucho tiempo?
Dos meses. Fue una experiencia muy dura para mí. En realidad ahí conocí una parte de la vida de un montón de jóvenes que yo no sabía que existía. Esa vida subterránea, de jóvenes que eran violentadas o que estaban allí por distintas características y yo era “la presa política”, que no venía ni porque mis padres me maltrataran, ni porque hubiera sufrido algún acto de violencia física, personal o familiar. Había un fenómeno de institución dentro de los funcionarios del Consejo del Niño en aquel momento y tuve suerte de encontrar dos funcionarias, a las que se les llamaba “madres”, que me ampararon en ese período que fue bien violento.
¿Cómo transitó la dictadura? Me imagino que para una persona tan joven, militante estudiantil, pero que ya al ser tan chica había sido detenida en estas condiciones, la dictadura debió ser un tránsito de lo más arduo.
La transité militando clandestinamente. En aquel momento, pasé a la clandestinidad y seguí militando en la UJC, en la distribución de material, en la denuncia de los presos políticos, en juntar las bolsas también para los presos, pero siempre militando.
¿Fue esta la única vez que la detuvieron?
No, esta fue la primera y como menor. Ya después fui secuestrada por fusileros navales en dos oportunidades. En una me sacaron a mi hija chica, que tenía tres meses, Tania. Por suerte, la reencontré, pero fue una de las experiencias más dolorosas porque yo era muy joven y Tania era muy pequeña.
¿Cuánto tiempo se la sacaron?
Estuve tres meses detenida.
¿Sin verla?
Sin verla. Siempre en esas condiciones. Nunca fui procesada.
¿Y vos en ese momento no sabía que habían hecho con ella?
No, no sabía. Es más, en las torturas me ponían llantos de bebé.
¿Se encontró con Tania después de que la liberaron?
Sí, se la habían entregado a mi madre, por suerte. Mi madre nos buscó cuartel por cuartel, nunca llegó al lugar de fusileros, pero fue muy doloroso para una madre primeriza pensar que su hija estaba en manos de fusileros navales.
¿Cuándo se fue al exilio?
Al año siguiente, cuando Tania tenía un año, fuimos nuevamente secuestrados. Se puso una ratonera en mi casa en la que cayó todo el mundo, hasta el señor que me vendía las sábanas a plazos. Quedó allí y volvimos a estar otra vez por un período relativamente corto, fueron dos meses. Cuando salimos, a las 24 horas, mi compañero y yo dejamos el país, y 24 horas después nos fueron a buscar otra vez, en ninguno de los dos casos fui procesada.
Si no se hubieran ido del país, ¿la habrían capturado de nuevo?
Sí.
Retornó cuando terminaba la dictadura, a fines del 84. A su regreso a Uruguay, empezó a trabajar en MIDU, la mutual israelita, y se introduce en la militancia sindical al afiliarse a la Federación Uruguaya de la Salud. Llegó a la Mesa Representantiva del Pit-Cnt. ¿Ahí se forjó como una oradora de asamblea, de “barricada”, como dicen?
Sí, empecé a trabajar en la Mutualista Israelita del Uruguay, efectivamente. Cuando ingresé, en los primeros meses del 85, había una gran efervescencia de las asociaciones. En aquel momento, asociaciones sindicales y la FUS estaban en todo su proceso de reestructuración. Cristina González, Enrique Pintado, Andrés Toriani y un montón de compañeros empiezan a rearmar la federación y yo empiezo a participar en los consejos federales. Fico Gomensoro fue una figura muy importante también. Yo empiezo a representar a MIDU en los consejos federales y se va rearmando la federación. La FUS era un gremio muy polémico desde el punto de vista de las discusiones, era un gremio que venía de haber sido parte de las 3F, cuando en aquel momento había una tendencia combativa. Encarar la discusión político ideológica en lo sindical fue todo un desafío de aprendizaje y ahí uno aprende a hablar y aprende a que lo escuchen.
Yo recuerdo, siendo niño, a la vuelta del exilio de mi familia, que mi madre, que era médica, se integró también a trabajar en MIDU, una mutualista que tenía un trato especial con los que regresaban del exilio.
MIDU tenía la historia de que había sido formada por la colectividad judía progresista. ahí por primera vez estuve al lado de sobrevivientes de los campos de concentración, por ejemplo, que eran sus fundadores, y fue una colectividad que se puso al servicio de los liberados, de los que volvieron del exilio, pero sobre todo de los liberados, se les daba una atención particularmente dedicada y comprometida y además tenía una tendencia hacia la dimensión humana de la salud. Eso no era una consigna, era realmente una vinculación de esa institución con los sectores populares y en particular con quienes habían sufrido las experiencias que esa colectividad traía como parte de su historia.
Además, es una mutualista que está entre las primeras víctimas del gobierno de Jorge Batlle porque, antes de la crisis de 2002, el Ministerio de Salud Pública ordenó el cierre.
Para lo que se hizo una enorme campaña previa,
Usted fue muy protagonista de la lucha por mantener abierta MIDU, por mantener las fuentes de trabajo y la mutualista funcionando.
Sí. Fue una gran batalla que se dio en aquel momento, fue una institución que estuvo muy rodeada por el campo de lo social, por los sindicatos con los que MIDU tenía convenios directos. Y no lo logramos hacer, no había una compatibilidad entre los costos asistenciales y la realidad del país. En aquel momento, el número de socios tampoco era el que se pedía desde el Ministerio de Salud Pública, y en ese gran debate estuvimos ocupando casi cuatro meses. Siempre la consigna fue mantener la atención al usuario a pesar de las ocupaciones y terminamos pudiendo acordar una salida potable, en ese contexto, para el conjunto de los trabajadores.
Toda la sociedad uruguaya padeció ese período del gobierno de Jorge Batlle, pero usted lo padeció no solo en el terreno laboral con el cierre del MIDU, que era su fuente de trabajo, sino también familiar; muy poco tiempo después, en 2002, uno de sus hijos tuvo que emigrar.
En realidad, el conjunto de dolores que generó esta etapa, que tuvo que ver con la pérdida de puestos de trabajo, a mí me generó un doble problema que tuve que enfrentar: que mi hijo de 18 años quedara también sin trabajo. El resolvió hacer una opción viajando al exterior para trabajar. Pablo tenía 18 años, yo no le podía ni comprar el pasaje. Mi madre colaboró comprándoselo en cuotas, porque alguien le había prometido trabajo en el exterior. Le fracasé a mi hijo en ese sentido. Siempre le prometí que iba a cambiar el mundo y ahora el mundo se volvía ancho. Lo vivo como algo personal.
Usted participó en la fundación de una de las organizaciones no gubernamentales más importantes del trabajo con migrantes que todavía existe en Uruguay: Idas y Vueltas. ¿Cómo fue transformar un dolor personal, una pérdida, en una estrategia para ayudar a los uruguayos que se fueron del país?
Bueno, creo que es la actitud que he tenido siempre ante la vida. Cuando los dolores se transforman en algo muy físico que no puedo controlar, lo transformo en acción de lucha positiva, porque creo que uno tiene que aprender de eso. La ida de Pablo significó qué hacer con ese dolor y, lo más importante, hacer algo que fuera útil, que no fuera un dolor que me paralizara. Siempre me rebelo ante la parálisis que puede generar el dolor y esa impotencia había que transformarla en algo positivo, que fue luchar junto con otras compañeras que también trabajaron en MIDU y que tenían experiencias distintas pero parecidas. Conformamos una ONG que se llamó Idas y Vueltas, sobre la base de apoyar a nuestros hijos que estaban en el exterior. Eso suponía generar redes solidarias, saber cómo estaban, sobre todo cuando estaban indocumentados o eran “ilegales” en el lugar que estaban, proporcionar la documentación necesaria, hacer gestiones ante los consulados, y eso nos permitió unirnos un montón de mujeres, madres y padres.
Fueron juntando un montón de personas cuyos hijos se iban.
Sí, se transformó en una militancia, llegamos a ser casi 200.
Creo que este punto importa mucho, porque en los últimos años se está reinventando la historia, quizás a través de los medios, pero se está reescribiendo la historia de lo que pasó en Uruguay, de lo que atravesó el país en ese período, que fue la crisis de 2002, lo que fueron esos años, negando esto que es tan significativo: que madres y padres se juntaban a ver cómo ayudaban para que sus hijos pudieran irse y estar en el exterior.
Sí, fue una experiencia muy interesante, porque además creo que generamos un precedente en los movimientos sociales. Poder armar a partir de las familias un soporte de apoyo a nuestros hijos que estaban en el exterior, no siempre en las mejores condiciones, porque también eran “sudacas”, indocumentados, y generar esa contención nos permitió un doble efecto, por un lado, sanar nuestras propias heridas frente a la separación no buscada, no deseada, no planificada, y además ayudar, y nos ayudó tanto a todas las que tenemos abuelos -todavía no teníamos el Skype- que grababan cuentos para que sus nietos nacidos en el exterior les conocieran la voz y los pudieran hacer dormir con los cuentos grabados por abuelas; encontramos hijos de uruguayos y uruguayas que estaban detenidos en cárceles americanas y, de los que hacía más de 2 años que no sabían dónde estaban, encontramos una joven en México que había sido captada por una iglesia, una secta y la encontramos. Es decir, generamos una dinámica que nos permitió ir más allá de lo que pretendíamos en esa solidaridad de las familias en torno a sus hijos; fue una experiencia muy importante.
Lo que cambió Uruguay para que en ese momento Idas y Vueltas se dedicara a los uruguayos que se iban y hoy sea una ONG conocida por dedicarse a la gente que viene a Uruguay a vivir, a los inmigrantes.
Creo que ahí hay dos cosas. El otro día me enojé mucho con un representante de la oposición porque decía que hoy el aeropuerto despide tanta gente como en 2002, yo parto de creer que en 2002 él no fue al aeropuerto a despedir a nadie y por eso está haciendo esas comparaciones. Porque eso fue perder el capital joven del Uruguay en un momento en el que ese capital joven no tenía posibilidades de desarrollarse acá. Pero además, muestra la capacidad que tienen los movimientos sociales de desarrollar una política que les permite, en forma dialéctica, modificarse en función de las necesidades. Pasamos de ser emisores de jóvenes hacia el exterior a ser hoy receptores de una corriente migratoria que viene a buscar a Uruguay las condiciones de vida que en sus países de origen no tienen. Entonces Idas y Vueltas renace en una formulación, ahora, de apoyar a quienes vienen a nuestro país y también son esas mujeres y esos hombres que constituyeron originalmente Idas y Vueltas quienes hoy apoyan a los que vienen a buscar su futuro al país. Es bien interesante.
En aquel período, después de que se quedó sin trabajo, durante un tiempo trabajó como cobradora del Frente Amplio, recorriendo las casas de los militantes.
Sí, fue bien interesante, y además en bicicleta, que no era mi experticia andar mucho en bicicleta, pero como no tenía otra forma de hacerlo, sí lo hice, puerta a puerta, y además eso me permitió de alguna forma caminar Montevideo, reconocer todavía las grandes desigualdades territoriales que existían en la capital, donde había frenteamplistas también. Fue toda una experiencia, soy una militante de a pie, y en aquel tiempo de bicicleta.
Me imagino a la gente del Frente Amplio diciendo: Graciela Villar, que venía a cobrarme la adhesión y a bajarme línea, tantos años después es la candidata a vicepresidenta. A mí me sorprende mucho esta particularidad del Frente Amplio: en cualquier rincón del FA, aunque sea en rincones apartados de la exposición pública, habitan dirigentes, personas que si un día la historia los convoca, son capaces de asumir una responsabilidad impresionante. Llegaste después a la Junta Departamental como edila. ¿Estuviste bastante?
15 años como edila por Asamblea Uruguay.
Ahí es donde ha tenido la trayectoria más de tipo legislativa, allí fue construyendo una militancia política más institucional. ¿Cómo fue su experiencia en la Junta Departamental?
Para mí fue espléndida, porque ahí tuve mi mayor desarrollo desde el punto de vista de la política militante trabajando en lo institucional. Mi primer período fue durante el mandato de Ricardo Ehrlich. En ese quinquenio yo era suplente, hice una excelente formación en ese período, porque ahí generamos espacios que no existían en la Junta de Montevideo, los que tenían que ver con la comisión de equidad de género. Estuvimos junto con otras compañeras del Frente Amplio, y estaba Glenda, que en aquel momento aún era del partido Colorado, y empecé a trabajar en la comisión de asentamientos.
Te quiero contar una anécdota: yo en ese momento era militante estudiantil, cuando Glenda era diputada, en el período anterior a que fuera edila. Fue una época en la que hubo grandes conflictos, y por el movimiento estudiantil nos tocaba ir al Parlamento. En la Comisión de Educación, en la que estaba Glenda, siendo diputada del Partido Colorado era la única que siempre apoyaba a los estudiantes.
Exactamente, además ella ya venía con la experiencia bicameral y bueno, creo que de la mano ahí nos hicimos socias en emprender algo que en la Junta Departamental no había existido nunca. Nos abocamos al tema de la construcción de esta Comisión de Equidad y Género que fue la primera en la Junta Departamental de Montevideo y que en lo nacional tampoco existía. Ahí también integré por primera vez la comisión de asentamientos y eso sí me permitió un trabajo cuerpo a cuerpo con las desigualdades territoriales y también participar de la articulación para la búsqueda de soluciones.
Me han dicho que tanto por su trabajo en la Junta como por su propia vida personal tiene un gran recorrido en las barriadas más humildes de Montevideo, un trabajo social muy grande en ese ámbito. ¿Es un ámbito en el que siempre le interesó participar y desplegar su militancia social?
Siento que soy más útil. Ahí siento que mi historia acumulada, mi trayectoria de vida, mi forma de comunicarme con la gente establece rápidamente vínculos y yo me siento muy cómoda y ellos también. Me permite generar articulaciones, descubro, aprendo y sobre todo trato de influir e interactuar en las soluciones.
¿Estuvo en la presidencia de la Junta Departamental hasta hace poquito?
Sí, en diciembre de 2018 renuncié.
¿Ya en la Junta se destacaba como oradora de “barricada”, era de tomar el micrófono?
En general soy muy discutidora y bastante polemista. En la junta de alguna forma sinteticé la experiencia del movimiento sindical -cuando uno participa de la negociación colectiva, por ejemplo-, se pueden hacer grandes discursos, pero a la hora de sentarse a negociar los trabajadores tienen que hacerlo.
Combativa en el discurso, pero también se siente con capacidad para negociar, para buscar acuerdos. Porque eso es muy importante para la vicepresidencia o, por lo menos, todo el mundo dice que el vicepresidente debe tener una buena capacidad de negociar con los diferentes actores políticos.
Sí, si no lo hiciera, no habría sido una buena dirigente sindical. Me tengo confianza, no sólo porque la experiencia en el movimiento sindical contribuyó -mi gran universidad fue esa-, la he aplicado a la política en concreto. Más allá de que me tocó también ser mayoría, porque en la Junta Departamental se establece que tenemos una mayoría simple a partir de quién gana la elección, también fue imprescindible la negociación con la oposición, sobre todo para cosas trascendentes: los planes de saneamiento no se pueden votar si no hay mayorías absolutas, expropiaciones para la cantera de tierras, que supone realojos, necesitan 21 votos, es decir, siempre necesitan de la oposición, todo lo que trascienda el período necesita siempre votos de la oposición, además de la mayoría simple, y eso te exige negociar y llegar a acuerdos para que no se tranquen cosas que son inversiones bien importantes para el futuro, en una perspectiva de crecimiento de un país o de una ciudad.
Quedan menos de 60 días para las elecciones. ¿Cómo se siente en la campaña electoral en la que ya estamos inmersos? ¿Cómo está sintiendo su papel y cuáles son para usted los temas de los debates fundamentales que se deben dar en el país de aquí hasta el 27 de octubre?
En realidad, el debate que está planteado es sobre el proyecto progresista y su historia en estos 15 años. Para que sea la plataforma desde la cual saltar, en una perspectiva de futuro que avanza y profundiza las condiciones ya generadas. Condiciones que tienen que ver con cambios estructurales, con un sistema integrado de salud al que aún le falta su segunda etapa, pero que supone que dos millones y medio de uruguayos están incluidos en el sistema y que no exista lo que mi generación conoció como la tarjeta de pobre. Hoy todos somos parte de un sistema universal y eso es estructuralmente muy importante. Tiene que ver, también, con el desarrollo de una visión del Estado para que sea realmente protector de los más humildes, y que incida en un mundo donde la brecha digital puede aparecer como un corte en una sociedad, generando más desigualdades: el plan Ceibal da cuenta de que ese desarrollo no tiene nada que ver con una visión mercantilista, sino que apuesta a integrar desde el punto de partida -que es lo más importante- el derecho de igualar desde ese lugar. Hay que seguir trabajando en el concepto de libertad más profundo, que es la igualdad de oportunidades. Creo que los debates está dados desde ahí, porque hay una visión mucho más conservadora, que remite a experiencias que, si nosotros las vemos en la década del 90, supusieron un crecimiento del país en el que no hubo distribución. También tiene que ver con los ámbitos de negociación salarial, hablando de los trabajadores y la negociación colectiva, que da garantías tanto al empresario como al trabajador y que además ha sido enriquecida durante estos cinco años, en particular, cuando no sólo han hablado de salarios, sino que han hablado de formación continua, de planes de transformación en las propias empresas, de inversiones que pongan de cara al país a esta invasión de las tecnologías, que tiene que ser positiva si lo hacemos con un criterio de justicia y distribución equitativa; pero también los temas de la primera instancia que aparecen como determinantes, entre otros factores, descartando que en esa confrontación de dos modelos de país hay una plataforma que nos da la autoridad moral para decir que en esta línea y en este rumbo es en el que hay que seguir avanzando, mejorando y profundizando alguno de sus cambios.
Para usted, ¿qué está planteando la oposición? ¿Un retorno a las políticas neoliberales?
En realidad, tiene un discurso que relativiza las posturas de fondo, pero cuando vos leés los programas a fondo, lo que están planteando es flexibilización laboral, que para los trabajadores supone desprotección. Ponen en cuestión garantías o derechos que se han obtenido a partir del reconocimiento, por ejemplo, de las 8 horas del trabajador rural, todas las leyes que se han implementado en torno al trabajo doméstico han sido incisiones en el área de protección bien importantes y, sobre todo, la cuestión de la seguridad social. ¿Cómo encarar la seguridad social si no es con una visión de solidaridad intergeneracional? Hace poco sus planteos eran contribuciones individuales, con lo que estaríamos eliminando esa visión, sabiendo que hay un proceso en el que hay que ver el gerenciamiento de todas las cajas de seguridad social para poder abordar un proceso de cambio a mediano y largo plazo, pero que tiene que ser con las partes. Me parece que hay notables diferencias con nuestra propuesta, sobre todo cuando se acentúa que el mercado puede ser el regulador de la distribución en una sociedad y nosotros hemos aprendido que necesitamos al mercado para crecer, para generar dinamismo y más trabajo, pero que tiene que haber un Estado que participe, que ponga el rumbo y que distribuya.