Va a ser una hora amarga. Un tránsito doloroso por una utopía neoliberal. Eso es lo que cabe esperar del nuevo gobierno. La derecha tiene un objetivo restaurador y no va a deponer sus ideas por el impacto evidente de una victoria exigua que no estaba en sus cálculos. Ellos vienen a hacer su trabajo y, mientras tengan condiciones políticas para hacerlo, lo harán. Por supuesto que el presidente electo, Luis Lacalle Pou, ha tomado nota de que más de la mitad de la población no lo votó y de que la base social de su oponente es prácticamente idéntica a la suya propia. Esa “anécdota” opera y seguirá operando todo el tiempo, aunque la sana paciencia democrática que los politólogos llaman “luna de miel” le permitirá avanzar cómodamente con su programa hasta que este comience a hacer demasiado daño a las grandes mayorías.
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Sin embargo, será un tránsito breve. Un paréntesis en una lenta y profunda transformación que viene experimentando Uruguay en un sentido alentador de expansión de derechos y redistribución genuina de la riqueza. Es cierto que rápido solo se destruye; la velocidad de la destrucción de un Estado de bienestar con pretensiones de justicia social no se acompasa con la velocidad de la devastación de la conciencia, por lo que, en unos años, si todo ocurre como es previsible, la gente va a vivir peor, pero va a pensar mucho mejor sobre lo que vive.
El Frente Amplio tiene entonces, en la derrota, la oportunidad de la pausa, de la reflexión, de la reconstrucción, para volver mejor, más claro, renovado, más unido y, sobre todo, con una estrategia razonable para una época que ya no es la misma que que lo vio triunfar. En mi opinión, el Frente Amplio se quedó sin estrategia a partir de algún punto del segundo gobierno y, mucho antes, se quedó sin movilización, sin organización política en un sentido hondo. El Frente llegó al final de su tercer gobierno con una debilidad pavorosa, sin capacidad de incidir en el debate abajo, sin dominio de la agenda, sin gente en la calle, sin hacer política y sin una perspectiva clara. Siguió haciendo cosas buenas, tomando medidas francamente compartibles, con buena puntería, evitando que la crisis generalizada de la región nos pasara por arriba. No es poco. Para nada. Pero carecía indudablemente del impulso transformador de los tiempos de antes.
El golpe que recibió la izquierda en octubre, de algún modo paradojal, en lugar de matarla, de producir una debacle, la revivió. Y la revivió en el único lugar posible donde se podía forjar una resurrección: en el seno del pueblo. La rebelión basal que se produjo entre la primera vuelta y el balotaje, protagonizada especialmente por los jóvenes, los trabajadores, los profesionales, el pueblo frenteamplista, toda esa multitud que desbordó los comités y salió a pelear el voto casa por casa y puerta a puerta en los barrios de todo el país, no solo logró la proeza de emparejar una elección que parecía perdida por aplaste, sino que hizo algo mucho más importante en términos históricos: hizo fluir la sangre de la militancia, que es un patrimonio casi exclusivo de la izquierda, la tragedia de cuya ausencia había sido subestimada.
Este es el punto de partida que conviene aceptar. Cuando la cosa se puso jodida, la gente salió a rescatar el gobierno popular y casi lo consigue. Si apenas un puñado de votos evitó la hazaña, es porque esa hazaña era posible. En el tiempo que viene, que será un tiempo duro, de retroceso en el plano de los derechos y, por lo tanto, de resistencia en el ámbito social, la izquierda no puede soslayar otra vez la dimensión colectiva de su programa, la dimensión participativa de su estrategia ni la dimensión popular de su devenir.
No debe haber una izquierda de dirigentes sin gente. De iluminismo sin pueblo. De caciques. Hay que apostar a una construcción de abajo, en contacto con la comunidad, en contacto con la izquierda social, efervescente, multitudinaria y movilizada. El debate amplio, la diversidad unitaria y la militancia popular consciente son las claves para recuperar el gobierno, pero aun más allá, el camino para avanzar en un proyecto que no solo repare el daño que sobrevenga, sino que verdaderamente apunte a una sociedad nueva, a una cultura nueva, compatible con la igualdad y con una noción más transparente de la justicia.
El Frente perdió la elección y la derecha volverá a gobernar. Hay que aceptarlo porque esa fue la voluntad mayoritaria del pueblo, así la diferencia haya sido mínima. Pero el tiempo que viene no es un tiempo de espera y de palo en la rueda hasta la próxima. Es el tiempo que tenemos todos para volver mejores.