Vistos los acontecimientos actuales, quisiera que alguno de los defensores de la “teoría de los ciclos” me explicara en cuál estamos entrando ahora en América Latina y el Caribe. ¿En el “progresista”, que marca la llegada al gobierno de Alberto Fernández en Argentina y, antes, de Andrés Manuel López Obrador en México? ¿En el reaccionario, que establece la derrota del Frente Amplio en Uruguay? ¿En el neofascista, que inaugura el golpe de Estado en Bolivia? ¿En el de la lucha creciente de los pueblos que se levantan contra el neoliberalismo, como Haití, Honduras, Ecuador, Chile y Colombia? ¿En el de la resistencia antiimperialista de Cuba, Nicaragua, Venezuela y Dominica?
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La respuesta a esta pregunta (si es que la hay), solo puede hacerse en términos mecanicistas y antidialécticos para justificar la idea de que los pueblos están condenados a que, hagan lo que hagan y luchen lo que luchen, siempre volverán a un ciclo reaccionario y/o fascista. En este esquema, la historia no ha terminado, pero siempre volverá a su origen, es decir, al de la dominación de una clase por otra o incluso a una supuesta e inevitable existencia de clases antagónicas porque “Dios quiso que hubiera ricos y pobres”.
La multiplicidad de acontecimientos contradictorios que vive la región es expresión de las nuevas formas que va adquiriendo la lucha de clases en la que se manifiesta un permanente enfrentamiento entre lo viejo, que trata de perpetuarse, y lo nuevo, que se abre paso. Parte importante del devenir está y estará determinado por la capacidad de los pueblos (y también de sus enemigos) de aprender nuevas formas de lucha en un contexto cambiante y complejo.
Hay quienes se aferran a manejar la teoría como un dogma, pretendiendo analizar los acontecimientos actuales con esquemas teóricos encapsulados que no permiten observar la realidad del siglo XXI. Hoy, aunque la esencia de la explotación no ha cambiado, la confrontación con el enemigo de clase se manifiesta de forma diferente; esto ha determinado el surgimiento de nuevos actores sociales que enarbolan novedosas consignas, no necesariamente revolucionarias o transformadoras, pero que apuntan en esa dirección y que en última instancia conducen al aislamiento del enemigo principal, que es el imperialismo y las oligarquías locales y su sistema de democracia representativa y economía neoliberal.
Siempre recuerdo que en algún momento del lapso que transcurrió entre la elección de López Obrador en julio de 2018 y su toma de posesión en diciembre del mismo año, pregunté a un amigo mexicano acerca de qué se podía esperar de un gobierno del nuevo presidente. Su respuesta fue simple y contundente: “No va a robar, y eso en el México de hoy es casi revolucionario”.
Es mi parecer que la teoría de los ciclos no deja de ser más que una falacia desmovilizadora y paralizante de la lucha de los pueblos. Esta nunca se detiene, adquiriendo distintos ritmos en cada momento, teniendo logros cuando la correlación de fuerzas lo permite y cuando los liderazgos se ponen a tono con los pueblos y, finalmente -como en todas las cosas de la vida-, obteniendo victorias y derrotas, porque hay que entender que los procesos políticos son dialécticos y necesitan de una conjunción de factores que no siempre se presentan al mismo tiempo.
Más bien, el papel del liderazgo (o vanguardia, como se decía antes) es precisamente hacer que los factores subjetivos den el impuso necesario para que la existencia de los objetivos conduzca a la transformación revolucionaria de la sociedad.
Ello no necesariamente ha ocurrido de esa manera en tiempos recientes. La izquierda derrotada a finales del siglo pasado no tuvo capacidad de reflexión, análisis y -en esa medida- no fue capaz de asumir tal derrota en términos políticos. No para “golpearse el pecho” y hacer un mea culpa, sino para -de forma autocrítica- sacar conclusiones destinadas a continuar la lucha en las nuevas condiciones.
Eso fue lo que permitió que surgieran nuevos actores: Chávez, Correa y Evo, entre otros que no tenían partido político, los crearon para acudir a las elecciones en los marcos de la democracia representativa o incluso fundaron tales organizaciones ya estando en el poder. Un caso particular es el del peronismo, que es parte de la realidad argentina; hacer análisis de la política de país como si no existieran no es más que un exabrupto de quienes actúan al margen de la realidad.
Vale la pena recordar también que en el momento que llevaban ilegalmente a Lula a la cárcel, sus palabras fueron que él creía en la justicia brasileña. Ninguno de ellos es Allende. Eso no se repetirá. Ninguno llegará al altar donde está el Héroe de la Moneda, pero eso no los demerita. Varios de ellos eran críticos velados del proceso venezolano, pero los chavistas siguen en el poder, el pueblo venezolano sigue siendo protagonista, mientras que sus censores fueron desalojados y los pueblos hermanos se han visto obligados a enfrentar la barbarie neoliberal y fascista.
En el contexto, los peronistas volvieron al gobierno. Nadie me va a hacer creer que eso es negativo. En el tiempo en que luchamos por la sobrevivencia de la raza humana en el planeta, todo lo que se oponga a la devastación, la pobreza y la marginación debe ser bienvenido. Alberto Fernández es argentino, pero no es el Che Guevara; el que crea que se deben seguir los caminos del Che hoy, que tome las armas y se alce en la montaña. Después, que lo asuma sin eludir su responsabilidad, como lo ha hecho un sector de las FARC de Colombia, sin grandilocuencias, sin odios, solo siendo consecuente con lo que se cree, Eso siempre es respetable. En cambio, los críticos de oficio para quienes basta que ocurra cualquier hecho alejado del “librito” para asomar ataques destructivos, son los que nunca han tomado un fusil, nunca han aportado nada positivo y nunca han ganado nada.
Por supuesto que se han cometido errores, algunos muy graves, hay evidentes falencias, incluso el desconocimiento de elementales conceptos de carácter teórico, pero ponerse a atacar a los chilenos y colombianos porque no ha habido conducción política, o a Evo por su extrema inocencia después de 14 años en el gobierno, a los peronistas porque no son revolucionarios, al Frente Amplio de Uruguay por elegir un candidato sin carisma ni liderazgo o a Lula por haber salido de la cárcel por una decisión jurídica, no por la lucha del pueblo, no invalida todo lo que ha ocurrido en los últimos años.
Digan lo que digan, América Latina y el Caribe hoy son superiores a los del año 2000 y eso ha sido gracias a estos gobiernos democráticos y progresistas, que en el peor de los casos han creado mayores y mejores condiciones para la participación popular. De ahí emergerá el nuevo liderazgo, que llevará la lucha a estadios superiores hasta lograr la independencia y la libertad definitiva.