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Sociedad

La lucha feminista en Uruguay

Ahora que sí nos ven

Un largo y sinuoso trecho debieron transitar las mujeres para lograr que la conmemoración del 8 de marzo (8M) se explique por sí misma. Si actualmente se denuncia la violencia machista, si se cuestionan las bases del sistema patriarcal, si se habla de equidad de género, de derechos sexuales y reproductivos, es porque años de reflexión y lucha feminista generaron las condiciones y los espacios de enunciación necesarios para visibilizar todo lo referido a la cuestión de género. ¿Cómo se construyó el feminismo? ¿Cuáles son las formas actuales de vivirlo y sentirlo? ¿Cuáles son sus desafíos?

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Por Meri Parrado

Fotos: Verónica Caballero

El feminismo en Uruguay le debe su génesis a la resistencia a la dictadura, a la defensa de los derechos humanos, a la reorganización sindical, al reclamo por participación en la vida política, en las actividades culturales y sociales. La lucha por la reivindicación de los derechos políticos y civiles de las mujeres data de comienzos del siglo XX cuando sintieron la necesidad de poner la voz y el cuerpo para hacerle frente a un sistema patriarcal que las excluía, las dominaba, las oprimía y las explotaba.

 

Voz y voto

Sometidas por una constitución impuesta en 1830, que les negaba el derecho al voto y a ser electas, y posteriormente por el Código Civil de 1868, que las inhabilitaba a administrar sus bienes y elegir su residencia, las mujeres comenzaron a repensarse como colectivo humano que debía unir fuerzas en pos de un mismo objetivo: cambiar la vida; reescribir una historia que hasta el momento parecía no pertenecerles.

Unas de las pioneras del feminismo en Uruguay fueron las maestras María Abella y Paulina Luisi, quienes acompañaron el proceso de la reforma escolar junto a José Pedro Varela y protagonizaron verdaderos cambios para la creación de ese nuevo capítulo en la historia de las mujeres.  Abella, además de maestra, era periodista, escritora y feminista. En 1911 creó la sección uruguaya de la Federación Femenina Panamericana en el Ateneo de Montevideo. Por su parte, Luisi fundó el primer Consejo Nacional de Mujeres en 1916, y en 1918 le dio vida a la Alianza Uruguaya para el Sufragio Femenino.

Es así que la época de los 900 se caracterizó por una fuerte presencia de la mujer, que comenzaba irrumpir en los espacios en los que nunca había estado. Algunas enfocaron su lucha en reclamar el derecho al sufragio y otras en la igualdad salarial. Durante este período ya se habían logrado otras conquistas significativas, como la creación de la Universidad de Mujeres (1912), la aprobación de la ley de divorcio por voluntad de la mujer (1913) y la promulgación de la ley de ocho horas de trabajo que beneficiaba a ambos sexos.

El sufragio tardó un poco más en llegar. El Consejo Nacional de Mujeres fue la vía mediante la cual se presentó una petición reclamando este derecho ciudadano que no les fue concedido hasta el año 1938, cuando las mujeres votaron por primera vez. A este acontecimiento le siguieron otras conquistas, como la elección de las primeras cuatro legisladoras de la historia del país, en las elecciones de 1942. Si bien apenas alcanzaban a representar el 3 por ciento de la totalidad del legislativo, la labor de estas pocas mujeres hizo posible que en 1946 se aprobara la ley de Derechos Civiles de la Mujer.

 

Dictadura y mujeres

La llegada de la dictadura cívico militar en 1973, además de sumergir al país en un clima de miedo e inestabilidad, empañó  aquella época de conquistas para las mujeres. Luego del golpe de Estado del 27 de junio de 1973, se instaló un gobierno militar y se proscribieron los partidos políticos, los sindicatos y los medios de prensa. A todo aquel que se opusiera al régimen se lo perseguía, encarcelaba e incluso asesinaba.

Esta época también estuvo marcada por una fuerte crisis económica. El descenso del salario motivó a que muchas mujeres, además de las labores que realizaban en el hogar, salieran a trabajar afuera, lo cual comenzó a agudizar las desigualdades de género.

El 30 de noviembre de 1980 la ciudadanía manifestó su rechazo al régimen de facto por medio de un plebiscito que proponía una reforma constitucional. En estos momentos, las mujeres fueron las principales abanderadas de esta resistencia, transformándose en sinónimo de lucha y sobrevivencia. Comenzaron a reclamar por democracia no sólo en las calles, sino también en el hogar. Esta lucha se erguía desde los espacios de la vida cotidiana, desde lo privado, y de esta manera se puso de manifiesto el rol político de la mujer.

Otro momento significativo aconteció en 1983 con una manifestación multitudinaria en rechazo a la dictadura y al autoritarismo, que tuvo lugar en el Obelisco. A pesar del papel central que habían ganado las mujeres, la transición democrática les trajo nuevos motivos para continuar la lucha, ya que en las elecciones de 1984 no titularizaron a ninguna mujer en el Parlamento. Lejos de rendirse, las décadas siguientes estuvieron marcadas por reclamos no sólo a nivel de participación política, sino de derechos sexuales y reproductivos, así como de denuncias a la violencia de género.

Lilián Celiberti, militante feminista e integrante de Cotidiano Mujer, que participa de la Intersocial Feminista, señaló al feminismo posdictadura como la época en la que se comenzó a transformar la vida cotidiana de las mujeres. “Muchas mujeres mantenían relaciones violentas porque no había un sujeto que permitiera pensar otro tipo de vida y los prejuicios limitaban las posibilidades de independencia. Se pensaba, por ejemplo, que si no eras madre, no eras mujer”, comentó Celiberti

 

La nueva ola

En los primeros años posdictadura la acción feminista estuvo orientada a generar espacios de reflexión entre mujeres con la finalidad de repensarse tanto en el ámbito público como privado. Durante esta época, acontecieron las primeras acciones estatales, como la creación del Instituto de la Mujer en la órbita del Ministerio de Educación y Cultura, lo que de alguna manera representaba la inclusión de los temas de género en la agenda pública.

Con el tiempo la lucha de las mujeres se fue ampliando, alcanzando otras cuestiones que tenían que ver con destronar el patriarcado, el racismo y la heteronormatividad.

Otro hito que marcó la historia en la construcción del feminismo fue la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer que se desarrolló en Beijing en el año 1995. En esa instancia los gobiernos participantes se comprometieron a promover la igualdad entre hombres y mujeres en los ámbitos de decisión y a eliminar los obstáculos a la participación de las mujeres en todos los espacios de la vida social.

Para Celiberti, “la nueva ola del feminismo empieza a desmontar en otros terrenos como el carnaval, el fútbol y aquellos sistemas patriarcales cerrados y dominados por hombres. Llegamos a esos espacios y decimos que nosotras queremos estar, cambiando las reglas del juego”, aseguró la militante.

 

El feminismo hoy

El siglo XXI se caracterizó por una expansión del movimiento feminista que trajo aparejadas la multiplicidad de espacios de militancia feminista y la institucionalidad.

En nuestro país, el movimiento feminista se fortaleció notoriamente en los últimos años, pero existen diversas formas de vivir y sentir la causa que tienen que ver con diferencias ideológicas y generacionales.  Podría decirse que actualmente experimentamos un feminismo fuerte, pero fragmentado por dos grandes espacios en los que se encuentran nucleados tanto los colectivos como las feministas independientes.

Por un lado, se encuentra la Coordinadora de Feminismos (CF), que se fundó en el año 2014 y que tiene la autonomía como bandera. Este espacio agrupa tanto colectivos como mujeres solas que se han encargado, entre otras cosas, de trasladar los reclamos de la violencia de género al espacio público mediante las conocidas alertas feministas. Junto a este espacio, convive la Intersocial Feminista, que fue creada el 8 de marzo de 2017 y que reúne a organizaciones de mujeres y mixtas, pero no admite la participación individual y se caracteriza por la institucionalidad. Además, existen otras formas de militancia que no se identifican en ningún espacio, pero participan en acciones concretas, como las marchas o el Paro Internacional  de Mujeres (PIM).

Las diferencias de estos colectivos radican básicamente en la forma de concebir el rol del Estado en la causa y en la forma de financiar esta lucha. Aquellos colectivos o mujeres que se identifican con la autonomía entienden que el espíritu de la militancia es el de orientar las acciones y los discursos a las propias mujeres, optando por la autogestión para financiar sus objetivos y rechazando todo tipo de apoyo de los organismos internacionales. Por su parte, las organizaciones institucionalizadas consideran que se debe interpelar al Estado y reclamar el cumplimiento de sus responsabilidades en la cuestión de género. Siguiendo esta línea de pensamiento, entienden que no se puede hacer política sin recursos.

En otra línea de pensamiento, Karina Ansolabhere y Florencia Negreira, militantes que forman parte de colectivos más distanciados de la institucionalidad, consideran que mantener esa distancia es el único camino para la independencia política. “Hay sectores del feminismo exageradamente afines al gobierno que se mueven dentro de los mismos mecanismos burocráticos de las instituciones y estos chocan con sectores independientes o autónomos que apuestan a denunciar negligencias y complicidades estatales. Quien tiene el capital tiene el poder. Hay que aprender a tejer otro tipo de redes y organizarse para autofinanciarse”, expresó Ansolabhere.

Con respecto a las diferentes formas de expresar el feminismo, Celiberti aseguró que la postura central debe ser que “ninguna mujer debe ser enemiga”. A su entender, “ser feminista es poder pensar con tu propia cabeza, definir tu proyecto de vida y establecer relaciones lo más paritarias posibles tanto en el mundo público como en el privado, en las relaciones sexuales, en los vínculos de amor, quebrando ciertos mitos, como por ejemplo el del amor romántico, que todavía son contrapesos muy fuertes en la independencia de la mujer. Y esto no significa renegar del amor, sino avanzar en relaciones paritarias”, explicó.

Otro punto importante para Celiberti es fomentar un feminismo que no haga daño. “No creo en un feminismo que discrimina a algún sector de la población, porque las identidades femeninas están en muchos cuerpos y no en lo que la biología dice. Hay que romper el binarismo y eso tiene que ver con una percepción de derechos”, sentenció.

Para Celiberti, el desafío actual del feminismo es lograr abrirse a la interseccionalidad. “Debemos unirnos con otros colectivos para poder pensar todas juntas cómo enfrentar esta oleada fascista, antiderechos y fundamentalista instalada en América Latina”, sentenció.

La característica más destacable del movimiento de mujeres es justamente que no todas se definen feministas. Definirse feminista es una postura política que requiere una aproximación a determinadas herramientas a las cuales no todas tienen igual acceso. Hay otras compañeras que, sin considerarse feministas, luchan desde los barrios, desde sus casas, así como en instituciones”.

 

Otras voces

En muchos casos, las problemáticas de género se ven acentuadas por otras desigualdades que atraviesan a la persona. Es así que el escenario de lucha comienza a ser habitado por otros colectivos o personas con militancias específicas. En nuestro país, por ejemplo, existen movimientos afrofeministas, como Mizangas o Colectiva Mujer, así como organizaciones de mujeres rurales.

Por otro lado, la diversidad es una característica en las sociedades actuales y es uno de los debates más recurrentes en la nueva oleada del feminismo. La expansión de este movimiento motivó el espíritu de lucha por otras causas que coexisten con el feminismo. Es así que surgió el transfeminismo, que reivindica los derechos de las personas trans y que tiene el mismo enemigo que el feminismo: ese sistema patriarcal que utiliza al género para oprimir a las diferentes identidades que no responden a lo socialmente aceptado.

Josefina González practica el activismo social desde el año 2006 e integró diversos colectivos, pero actualmente forma parte del Área Académica Queer y de Union Trans. Para Josefina, ser feminista en los tiempos actuales tiene que ver con “poner el cuerpo” en todos los espacios que transita, “implica ser crítica, cuestionarlo todo, mis prácticas, las que el sistema me impone y las prácticas que hemos asumido como naturales, pero no lo son”, expresó.

Con respecto al debate que existe actualmente sobre si las identidades trans deberían ser parte del feminismo, la activista explicó que las posturas excluyentes de las trans promocionan un discurso de odio que no hace más que profundizar las brechas de desigualdades a la que las feminidades-mujeres trans estuvieron expuestas históricamente. “Estos discursos van más de la mano del conservadurismo exacerbado, estigmatizador y separatista, que de la ideología libertaria, inclusiva e igualitaria que intentan promover y construir los feminismos contemporáneos”, apuntó.

A su entender, la transfobia seguirá existiendo mientras el género sea considerado sinónimo de sexo biológico. “El sistema patriarcal establece categorías rígidas que imponen que el sexo biológico se corresponde con el género (cisnorma). De esta manera, no hacemos más que reproducir un cuentito que el patriarcado nos repitió una y otra vez para establecer diferencias de poder entre varones y mujeres. Las identidades trans con nuestra sola existencia ponemos todo esto en cuestión y evidenciamos que dichas correspondencias son falsas”, aseguró.

Josefina considera que el desafío del feminismo es comprender que existe una necesidad urgente de construcción colectiva. “Mujeres, travas-trans, negras-afro, gordas, locas, discapacitadas, migrantes, de la periferia, profesionales, empleadas domésticas. Debemos estar todas juntas y en las calles porque todas somos el feminismo”.

 

La batalla más dura

La problemática de la violencia de género tomó una dimensión central en las reivindicaciones del feminismo debido a que año tras año crece el número de víctimas. El año 2018 cerró con 29 muertes de mujeres en mano de hombres que, en la mayoría de los casos, habían mantenido algún vínculo de pareja con la víctima. El feminismo logró hacer más visible esta situación trasladando los debates y reclamos al espacio público con diferentes acciones, como por ejemplo La Caída de las Campanas o las Alertas Feministas, que son llevadas a cabo por diferentes colectivos de nuestro país con el objetivo de manifestar en las calles el dolor y el duelo por las víctimas.

Según Celiberti, “haber logrado sacar la violencia del ámbito privado y convertirla en tema público es uno de los logros más valiosos del feminismo”. Además, valoró otras conquistas, como “hacer visibles las discriminaciones, romper con la universalización de conceptos que niegan las especificidades de otras dominaciones, como las raciales, la diversidad sexual y el romper con el concepto de que lo que no es normal es patológico son todos logros del feminismo”, concluyó.

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