En la edición anterior de Caras y Caretas, en esta misma columna, realizamos dos ejercicios de reflexión: uno, sobre las intenciones de voto hasta ese momento y las diferencias que las encuestadoras presentan entre sus resultados, aunque vale decir que no miden en los mismos instantes ni exactamente con los mismos métodos; dos, nos referimos a un importante debate teórico y práctico que se da en el mundo desde hace unos años, y que empieza a darse en Uruguay, sobre los diversos modos de interrogar y de inferir probables decisiones entre encuestados que no responden claramente su intención de voto. En este sentido, lo que Factum viene intentando difiere de lo que hacen las otras encuestadoras, aunque Opción está comenzando a intentar algo intermedio entre las tendencias clásicas, con menor indagación y más económicas de sondeo y atribución de intenciones (todas las encuestadoras menos Factum) y las tendencias más actuales, ricas y costosas (básicamente Factum).
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Conocimientos firmes sobre tendencias
Uno. El Frente Amplio sería un claro ganador de los mayores porcentajes en la primera vuelta, lejos de las mayorías ya obtenidas, pero con guarismos que no permiten dudar que será el lema más votado. Aunque los sondeos lo sitúan en un llamativo intervalo entre el 29% y el 42%, está muy claro que su bancada sería la mayor, subsistiendo la duda de si llegarán o no al mágico número del 42%, y si obtendrán o no la banca 31, que corresponde a la vicepresidencia y en margen ajustado puede ser la llave de la mayoría parlamentaria.
Dos. Pese a que los sondeos sobre los posibles cruces en el balotaje tendrán solamente valor descriptivo y hasta tendencial luego de terminado el cómputo de la primera vuelta -con sus votos efectivos y las reacciones de los votantes desde esa votación hacia el balotaje-, de cualquier modo tiene algún valor el sondeo de la intención futura, aunque más no sea porque ya influye marcando diferencias y tendencia. No olvidemos que las encuestas de opinión tienen valor descriptivo de sondeo, pero, tanto como eso, son inductores de decisión porque ya consagran como real y actual lo que es solo una foto probabilística imaginada como tendencia. En esos sondeos atrevidos sobre intención de voto para el balotaje, tanto Lacalle Pou como Talvi serían preferidos a Martínez por los electores que hoy se pronuncian sobre esa eventualidad.
Tres. Pese a que el FA, en esta época de la carrera electoral, nunca estuvo peor relativamente que sus rivales, de todos modos sus chances tenderán a crecer con la proximidad de octubre y, más aún, de noviembre. ¿Por qué? En primer lugar, porque el crecimiento de algún modo explosivo de sus adversarios ha llegado a una fase llana o plateau, de la que difícilmente podrán apartarse si no ocurre algo espectacular e imprevisible. El Partido de la Gente tuvo su eclosión con su fundación, hace tiempo; los blancos en 2019; los colorados alrededor de las internas de Talvi y de la incorporación de Sanguinetti al ruedo electoral; Cabildo Abierto vivió su explosión más reciente, vinculada a la múltiple visibilidad de Manini. Todos se han estacionado y no hay motivos aparentes para esperar ninguna nueva explosión positiva. En cambio, el Frente Amplio, con pérdidas relativas pero sin sobresaltos, tiene, y a diferencia de sus adversarios, buenas expectativas de crecimiento, que hacen que la cifra mágica del 42% en primera vuelta y el triunfo en el balotaje no estén tan lejanos como los números promediales de sondeo indicarían hoy. El Frente Amplio tiene al menos tres fuentes de crecimiento probable de aquí a octubre, y más aún de aquí a noviembre.
1) El retorno al redil de los ‘desilusionados’ frente a ciertas expectativas de la izquierda clásica y/o a críticas a la gestión de gobierno y a tomas de decisión en diversas áreas. Este retorno puede producirse, bien como consecuencia del ‘asco político ideológico’ a los candidatos rivales, o bien como imposición postrera de la resignada decisión de apoyar al ‘mal menor’, a falta de entusiasmo político ideológico genuino. Los otros partidos no disponen en la misma medida de estos votos de oveja negra retornante.
2) El bandwagon effect (efecto del carro ganador), tan probado en los procesos de comunicación política, indica que mucha gente a último momento se ve atraída por las ganas de festejar y por las “mayorías silenciosas” (Noelle-Neumann), aumentando abrupta y finalmente el caudal del favorito. Por eso, tantas veces las encuestadoras no pueden preverlo, y solo en las ‘bocas de urna’ el efecto aparece; no era error de previsión de las sondeadoras, sino falta de proximidad al momento en que la corrida final se da, en general después de la veda de 48 horas anterior a la votación efectiva. Y lo que pudiera operar de ese efecto favorecería al FA, ya que el efecto bandwagon que aparezca en primera vuelta se arrastraría para la segunda, y desde momentos difíciles de registrar antes de la boca de urna paralela y anticipadora del resultado real y final de la elección.
3) Otro efecto político comunicacional probado: el sleeper effect, por el cual razones, motivos y pulsiones profundas, que no aparecen siempre, finalmente surgen y aportan. En este sentido, y pese al enfriamiento de votantes y militantes de izquierda frentista, hay un ‘sentimiento de clase’ que obliga a retornar ante el peligro o a optar por un mal menor, que sería el desilusionante pero siempre preferible FA como mal menor. Los muchos logros relativos de las gestiones del FA se sienten difusamente, y aunque sin generar entusiasmo ni adhesión retórica, en parte por deprivación relativa consumista, tenderán a sumar no bien se comparen bolsillos durante las diversas gestiones históricas de los partidos. Toda la propaganda opositora y conservadora de derecha, con trasfondo neoliberal, surte su efecto pesimista y acusador, pero la cantidad y calidad de vida relativamente proporcionada por cada partido, o lo aportado por el FA, serán argumentos que podrán pesar cuando el fárrago de las campañas disminuya y el votante quede a solas con su conciencia y experiencia de vida en un contexto de decisiones políticas inminentes.
En suma, si bien el número mágico del 42% en primera vuelta y el triunfo en la segunda aún son difíciles, el FA estaría más cerca de ellos que lo que los números sondeados hoy dirían. Tiene un margen de crecimiento más probable que sus adversarios, que parecen haber llegado a sus cimas en el pasado inmediato y no en el futuro, como el FA. El 42% en primera vuelta y el balotaje serán de bandera verde, sin certezas posibles hoy, pero el FA puede acercarse más que sus rivales a esas metas en lo que queda de la carrera electoral.
El misterio de los indecisos
En el Uruguay se les llama incorrectamente ‘indecisos’ a quienes no contestan algo concreto y pertinente ante una pregunta sobre intención de voto. No lo son ni los que contestan efectivamente, ni mucho menos los que dicen no saber lo que votarán (‘no sabe’) o los que no responden (‘no contesta’). No deberían ser agrupados en una bolsa semántica tan falaz como la de ‘indecisos’. Tampoco todos los que responden concretamente son enteramente confiables, ya que, cuando se les sugieren respuestas y no se pregunta ‘abierto’, es posible que el respondente se sienta obligado a responder algo aunque no esté tan seguro. Le puede parecer que frustra a quien le pregunta y que lo correcto es responder algo aunque no esté tan decidido o seguro como se creerá de él luego.
En definitiva, los ‘indecisos’ no son tales, pero son tenidos por tales. Como consecuencia de este error de partida, no se busca resolver la futura decisión ni tampoco hurgar más para saberlo, sino que simplemente se busca distribuir a los indecisos con base en alguna atribución de sus porcentajes a distribuciones conocidas. Ellas pueden ser votos regionales, locales, distribuciones de voto según variables de base gruesamente predictoras (sexo, edad, nivel educativo, zona de residencia, nivel socioeconómico), intenciones de voto sondeadas o votos efectivamente hechos.
Hacer esto es hacer lo que John Stuart Mill en 1844 llamó ‘superstición’, o sea la creencia en la mantención de las condiciones que hicieron posible algo más allá de ellos y de ese algo, y por eso prever su reiteración sin base para ello. Pongamos un ejemplo rotundo: suponer que el porcentaje de voto joven de los 60-80 a la izquierda es el porcentaje de voto joven hoy, sea entre nosotros o en Europa, sería ‘superstición’ para Mill; y tendría razón. El voto joven es radical pero no de izquierda siempre y depende del signo del establishment adulto. Hoy, cuando en Uruguay el establishment es de izquierda, hay probabilidades de que la radicalidad joven se incline a la derecha, por ejemplo, como sucede en Europa y puede haber sucedido en Brasil.
Entonces, en lugar de atribuir temerariamente intenciones a supersticiones, como hacen todas las encuestadoras clásicas que crean esa irracional bolsa de ‘indecisos’ y los distribuyen como los decididos, lo que se ha empezado a hacer en el primer mundo, y ahora también entre nosotros (Factum), es indagar más en profundidad al que no se manifestó claramente, sea repreguntando, sea averiguando cosas del no manifiesto de las que pueda inferirse probabilísticamente su voto, al modo como la big data genera sus bases clientelísticas.
El camino futuro de mejoría del nivel de descripción y previsión de los sondeos debería ir de la mano de estos más caros pero mucho más racionales ejercicios de profundización e inferencia indirecta de intenciones de voto, superando los sondeos y conclusiones supersticiosas y desaprovechadoras del conocimiento teórico y de campo acumulado por las ciencias sociales. Pueden ser mucho más caros pero mucho más racionales y ‘sabios’. Esperemos que los resultados electorales premien a quienes se actualizan e incorporan teoría social y práctica de campo compleja. Y que se siga su pionero sendero, aunque en primera instancia el lucro empresarial pueda ser menor; quizá los mejores resultados científicos redunden luego en más verdad y realidad y, por ende, en mejores sondeos, profundizaciones e inferencias, que sean reconocidas entonces como mejores; y leídas y compradas como tales.