Por German Ávila
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La gran prensa aún se niega a llamarle golpe de Estado y presidencia de facto a lo ocurrido en Bolivia, cuando Evo Morales fue arrojado de la presidencia y tuvo que huir para resguardar su integridad, pues desde los sectores de la ultraderecha boliviana, patrocinada por Estados Unidos, se estaba fraguando un magnicidio, como narró el mismo Morales en la entrevista realizada en enero de este año en Buenos Aires por Leandro Grille para Caras y Caretas TV.
Se le ha llamado “gobierno de transición”, “interino” y hasta “de emergencia”, pero pocas son las voces que han sido capaces de llamarle “golpe” al golpe. Durante años se habló de la ilegitimidad del gobierno de Evo Morales, de las trampas y argucias que usaba el Movimiento al Socialismo desde el ejercicio de Estado para mantenerse contra la voluntad de la ciudadanía.
Lo que ocurrió luego ha sido la caricatura de lo que se le endilgó en su momento a Morales: un gobierno que llegó allí gracias al ejercicio de la fuerza, donde, en medio del vacío de dirección, la policía se dedicó a reprimir con brutalidad las protestas que rechazaban el golpe y pedían la permanencia de Evo Morales, o, por lo menos, mantener el rumbo constitucional. Luego, al decantarse los hechos y una vez Jeanine Áñez ocupó el cargo de presidenta, el sector al que representa se ensañó contra el MAS, proscribiéndolo y persiguiendo con ferocidad a sus principales cuadros, que tuvieron que refugiarse en la embajada de México o huir del país.
Finalmente, y luego de haber aplazado las elecciones tomando como excusa principal la pandemia, el 18 de octubre fue la fecha señalada como definitiva para su realización. Es posible especular que, de no ser por la presión de los sectores sociales, la fecha se hubiese continuado aplazando, ya que Áñez llegó con el fin de arrebatarle el gobierno al MAS y no debía abandonarlo hasta cumplir esa meta, seguramente por la vía del desarrollo de operaciones de lawfare contra todos los posibles candidatos del MAS.
Lo que ocurrió, al parecer, fue que la derecha se creyó su propio verso de que el partido en el gobierno existía solo por estar en el gobierno, y que además de eso dependía de manera exclusiva de la figura de Evo Morales. En ambas afirmaciones claramente le erraron, pues, aun con la persecución desatada contra el MAS, se han logrado mantener como una fuerza política presente y con cuadros de relevo experimentados.
Las fuerzas de la derecha que se oponen al MAS son de diferente palo, algunas ligadas más a los grandes empresarios y otros con intereses políticos y económicos escondidos tras las iglesias neopentecostales que se han reproducido con mucha energía en Bolivia, igual que en casi toda Latinoamérica. Los principales candidatos que respresentan estas fuerzas son Carlos Mesa, expresidente y representante del neoliberalismo boliviano; Luis Fernando Camacho, representante de varios sectores más vinculados a la agroindustria de Santa Cruz, zona tradicionalmente opositora a Evo Morales, y la presidenta de facto Jeanine Áñez, cuya cara más visible ha sido la de los sectores religiosos más atrasados de Bolivia.
Luego de las correspondientes discusiones y debates al interior del MAS, la candidatura que se acordó impulsar fue la de Luis Arce Catacora, antiguo ministro de economía de Evo Morales, protagonista de primer orden del avance económico logrado por los gobiernos progresistas –convirtiendo una economía completamente dependiente en “el milagro bolviano”– que pusieron a ese país andino a la vanguardia de la investigación y el desarrollo tecnológico de su principal producto: el litio.
Las intenciones de voto están claras, en la última encuesta realizada el 16 de setiembre por la Fundación Jubileo, Arce tiene el 40,3% de la intención de voto, quien le sigue es Carlos Mesa con el 26,2%, luego Camacho con el 14,4%, Áñez marcó un 10,6%, mientras que los otros cuatro candidatos no suman más del 7,5%. Posiblemente este resultado fue un factor determinante que impulsó a que la presidenta de facto se retirara de la contienda en los últimos días.
Las razones pueden ser varias, como por ejemplo que someterse al escrutinio en las urnas sacando un resultado tan modesto sería un fuerte golpe a su carrera política, ya que no habría mayor desaprobación de su corta gestión que un modesto resultado en las urnas. De hecho, su retiro fue un hecho más simbólico que político, realmente no adhirió su candidatura a ninguna de las otras, además de que en los números su candidatura no mueve de manera significativa la balanza a favor de nadie.
El retiro de Áñez, según diferentes análisis, seguramente será el último de los que están en el ruedo político desde la derecha: Mesa no se retirará por ser el candidato que sigue en intención de voto a Arce Catacora, mientras que Camacho se mantendría, ya que si se retira, pierde la posibilidad de ser senador, y esa situación sería un fuerte retroceso en una carrera que hasta ahora inicia y en la que seguramente será el personaje que aglutine los sectores políticos de Santa Cruz, segunda ciudad en importancia en Bolivia y la de mayor población, incluso por arriba de La Paz.
Algunos rumores hablan de la posibilidad de que Áñez haya hecho algún acuerdo con Mesa, que sería el único que podría sacarle algún beneficio objetivo a ese 10% que la acompañaba en la intención de voto, ya que acortarían la diferencia entre Arce y Mesa, que, de reflejar los resultados de la encuesta de Jubileo, definirían la presidencia en la primera ronda, pues, según la Constitución de Bolivia, se gana en primera ronda al tener la mitad más uno de los votos o al superar el 40% y llevar más de 10 puntos de ventaja al segundo.
Del otro lado, hay una serie de factores a tener en cuenta por el lado de los votos del MAS y es que no solo no dependía de ser gobierno ni de la figura de Morales, sino que, posiblemente, el hecho de no tener a Evo Morales en la contienda resuelve de entrada el debate de la legitimidad o no de su candidatura, por lo que ha acercado a algunos sectores que, estando de acuerdo con la plataforma del MAS, le retiraron su apoyo debido a los resultados del plebiscito de 2016, que inicialmente no le permitía participar de las elecciones de 2019.
A menos de un mes de las elecciones en Bolivia, el país sintió el rigor del cambio en el momento en que más precisaban un estado robusto que protegiera a su población; eso no es un detalle menor y la intención de voto de Jeanine Áñez lo demuestra. Quedan por el camino varias evaluaciones por hacer por parte de la misma ciudadanía en Bolivia: el papel de las fuerzas militares y policiales, el papel mismo de la OEA, determinante a la hora de desencadenar el golpe de Estado, pero, sobre todo, qué tipo de Estado se desea proyectar.
En declaraciones hechas a CNN, el candidato y expresidente Carlos Mesa fue enfático en que la situación es difícil, y las demandas de la población van en aumento, para lo que planteó como fórmula principal el ejercicio de la fuerza desde el Estado. En ese caso, la gran incertidumbre de lo que se viene para Bolivia está, más que en la figura del presidente, en qué tipo de modelo será el responsable de enfrentar las consecuencias de la pandemia luego de un periodo de tanta inestabilidad social.