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Columna destacada | Argentina | dólar |

El espanto argentino

Por Emilio Cafassi.

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Dos días después de las elecciones primarias argentinas escribí un artículo para este medio sosteniendo que era necesario un adelantamiento de las elecciones efectivas, es decir, reales, no primarias y de la entrega del poder. Recibí algunas críticas sinceras y atendibles sobre la institucionalidad y el riesgo de asociación del peronismo con el fin abrupto de los gobiernos no hegemonizados por este movimiento, aunque no estoy seguro de apelar a un mismo significado de la cuestión institucional. No estuve en el país, aunque si hubiera estado nadie contaría con mi voto a pesar de la obligatoriedad, ya que no participo de simulacros electorales ni me inmiscuyo en internas partidarias sin militar en alguna opción. Más allá de coyunturas, se trata de una postura de principios ético-políticos. Tampoco las fuentes serían diferentes desde otro continente, gracias a internet.

Para esas horas poselectorales, el servicio “Bloomberg”, sistema que publica datos en tiempo real de los mercados internacionales, bases de datos, análisis y noticias de los que se nutren tanto los diarios económicos del statu quo mundial como los medios hegemónicos locales -que hasta el último día sostuvieron sin ruborizarse por su mendacidad al gobierno de Macri- lanzó la siguiente comparación: la caída de la bolsa argentina del lunes posterior a las elecciones (48% en dólares) fue la segunda peor en un día de los últimos 70 años. Esa debacle sólo fue superada por la de Sri Lanka, que en junio de 1989 cayó 61% en ocasión del desarrollo de la guerra civil. La óptica ideologizada aunque documentada de su informe los lleva a concluir que los bonos argentinos son “los títulos de deuda soberana más riesgosos del mundo después de Venezuela” mientras el costo de los seguros contra default (CDS) superó el que pagan quienes buscan garantizar bonos emitidos por Zambia. Con la devaluación inmediata del peso, la pérdida de reservas superó el récord de más de 1.000 millones de dólares (para un nivel de reservas netas de menos de 60.000 millones, prácticamente todo lo prestado por el FMI en otro récord internacional) y el riesgo país se duplicó hasta los 2.000 puntos. No se necesita ser economista para calcular que a ese ritmo se agota toda reserva y se arriba rápidamente al default, mientras el presidente sólo atinaba a culpar a la sociedad de la paliza recibida y no daba muestras de modificación alguna de sus recetas dogmáticamente pueriles. En sus casi 4 años de gobierno sólo logró construir un inmenso “fugaducto” por cuya porosidad exuda deuda, además de corrupción.

Ni soy economista, ni inferiría mecánicamente conclusiones políticas de la -aún terminal- situación económica. Pero en sólo dos días The Financial Times, The Wall Street Journal, Forbes o los locales La Nación y Clarín, para ejemplificar exclusivamente con los más consecuentes militantes del blindaje mediático, las fake news y la reproducción de los eslóganes del marketing político, concluyeron que su apuesta estaba agotada y conducía a un desastre. Su estrategia actual es tratar de presionar y condicionar a la alternativa triunfante, aunque la demoledora victoria no tenga más efecto que el simbólicamente expresivo del hastío de las mayorías populares para con el ajuste.

La posterior renuncia y sustitución del ministro de Economía, el actual “reperfilamiento” de la deuda o el control de cambios, no logra despejar las incertidumbres financieras que llevan el riesgo país a los 2.500 puntos, ni ha modificado el giro político-mediático aludido y menos aún los poderes fácticos e intereses que lo motorizan, de forma tal que no encuentro motivos para arribar a conclusiones políticas disímiles. Sin embargo, razones prácticas de escasez de tiempo alejan cada vez más la posibilidad de un adelantamiento electoral, aunque la propia vuelta de campana extirpó esta alternativa del bloqueo mediático. Diariamente algún medio se lo interroga.

Ni el gobierno ni el establéceme confían en medidas heterodoxas y regulaciones y no dejan de expresar tanto la incomodidad como la inevitabilidad ante la magnitud del endeudamiento y el deseo de huida del capital especulativo desde los bonos nacionales hacia los dólares. Precisamente, aquello que obligó al diferimiento unilateral y compulsivo de las deudas (no sólo en dólares sino también inexplicablemente en pesos) que genera descalabro en los fondos de inversión con proporciones de letras del tesoro nacional en sus carteras. Las consecuencias no resultan sólo para pequeños y grandes inversores especulativos, sino también productivos y estados provinciales que derivaban hacia allí la eventual liquidez coyuntural, incluso hasta la fecha de pago de salarios ante rendimientos de más del 50%, aún resultando negativos respecto a la inflación. El mismísimo infierno capitalista.

La comparación con la crisis argentina de 2001 encuentra analogías y diferencias que sería extenso inclusive listar, pero un común denominador político podría subrayarse si los otros dos importantes procesos electorales vecinos en Bolivia y Uruguay logran capitalizar el espanto en favor del progresismo, manteniéndose en los gobiernos e impulsando un renovado giro progresista en el resto del subcontinente avasallado por la ultraderecha como sucedió después de aquel diciembre.

En la reciente visita del líder de France Insoumise, Jean-Luc Mélenchon a Montevideo, se improvisó un acto callejero con militantes frentistas diversos. En su breve intervención, sostuvo que “necesitamos” del triunfo del FA para enfrentar la barbarie neoliberal y sus consecuencias amenazantes para con la naturaleza y la especie humana. En tal sentido remarcó que la responsabilidad histórica es mayúscula para impedir que un “pequeño Macri” o un “pequeño Macron” uruguayo traslade la catástrofe a ese país y a otros Estados de nuestro subcontinente. Nada más aterrador.

Aún si no nos bastara el amor, nos debería valer el espanto.

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