Por Sebastián Premici
Desde San Pablo
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Su derrotero histórico no sólo lo muestran como una persona violenta, reaccionaria, xenófoba, con una abierta defensa de la tortura y de los torturadores de la última dictadura brasileña, misógino y con una vaga base discursiva basada en la fe evangélica, sino que ya adelantó que su gabinete tendrá un amplio abanico de exgenerales en los distintos ministerios. Mientras los medios masivos de comunicación intentan debatir si Bolsonaro es o no fascista (el periódico Folha De S. Paulo publicó en su edición del pasado fin de semana un suplemento específico sobre el tema), sus votantes salen a la calle con pancartas que rechazan el Islam, con remeras que muestran al candidato empuñando ¿de manera simbólica? un arma; otros se camuflan con ropa militar entre “la gente” que dice estar harta del PT y que ve por doquier la amenaza del comunista. Nada es casual.
“Vamos a barrer del mapa a esos bandidos rojos. Si se quieren quedar acá, tendrán que colocarse debajo de la ley. Si no, deberán irse (del país) o ir a la cárcel”, sostuvo Bolsonaro a través de un video difundido el domingo 21 de octubre durante las movilizaciones en su apoyo. ¿La cárcel o exilio es lo que les espera a los opositores en Brasil? En las movilizaciones a favor de Bolsonaro, sus votantes se hacen eco de su discurso violento.
La demonización del PT comenzó ni bien llegó Lula al gobierno. Desde 2005, el verdadero poder económico en conjunto con las corporaciones judiciales comenzaron a horadar la imagen del líder del PT al vincularlo con la corrupción, primero con el llamado Mensalão y luego con el Lava Jato. Durante los últimos cuatros años, como mínimo, los grandes medios de comunicación, con la cadena O Globo a la cabeza, también denostaron al PT por los supuestos casos de corrupción. Pero en la volteada cayeron todos los partidos tradicionales del Brasil, como el PSBD o el MDB. Este último es el partido del golpista Michel Temer.
“Si no hay partidos políticos, detrás vendrá el fascismo”. Esta frase atribuida a Luis Inácio Lula Da Silva, preso político y proscripto a partir de la maniobra judicial conocida como Lava Jato, explica bien lo que está sucediendo en Brasil. Con los partidos políticos tradicionales estallados emergió lo peor de lo peor: el fascista de Jair Bolsonaro, del PSL, que hasta la primera vuelta electoral contaba con un solo representante parlamentario. Su partido pasó a tener 52 escaños y se convirtió en la segunda minoría parlamentaria detrás del PT.
“No acontecía desde los tiempos en que el presidente de la República usaba lentes oscuros y se llamaba Joao Baptista Figueiredo (1979-1985). Si lo más probable es que Jair Bolsonaro venza en las elecciones del próximo 28 de octubre, los militares harán su reentrada en la escena política brasileña a lo grande”. Así encabezó la revista Veja su nota titulada “Los Generales de Bolsonaro” en su edición del 17 de octubre. Este es el clima de época que se vive en el país más grande de la región sudamericana.
Preguntas
Hay dos preguntas que son urgentes: ¿cómo llegó Bolsonaro a concentrar casi el 60 por ciento de los votos para esta segunda vuelta?, y ¿cuáles son los riesgos inminentes de su posible mandato?
El PT ganó 4 elecciones consecutivas. Entonces, por un lado “existe un deseo natural de cambio porque el país realmente está en crisis económica”, según interpretan algunos analistas cercanos al Partido de los Trabajadores. Para muchos, el PT no representa una salida posible a la crisis; para otros, “se quedó corto en sus transformaciones”. Por ende, hay una responsabilidad política propia del partido en el actual escenario. Sin embargo, eso no es todo.
En el medio operó la intervención de la corporación judicial, sectores del establishment, sumado al rol de los grandes medios de comunicación (que son parte del poder económico) para hacer eje en el discurso de la meritocracia, la inseguridad, la corrupción; una estrategia regional replicada en otros países, como por ejemplo en Argentina con el ascenso del macrismo al poder.
A su vez, en Brasil hay que sumarle el rol de la iglesia evangélica que también es un potente conglomerado económico que maneja la segunda cadena de televisión del país, TV Record, propiedad de Emir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Esta cadena operó abiertamente para instalar la idea de que detrás del PT estaba el ‘comunismo’.
Por eso no es de extrañar que en la movilización del pasado 21 de octubre en San Pablo, una pastora sostuviera, arriba de un camión montado como uno de los escenarios de la imponente demostración de fuerza de la derecha brasileña, lo siguiente: “Los comunistas no entrarán más al país, no en este hermoso país. No queremos más Bolsa Familia (el programa de inclusión social más popular del PT), queremos trabajar”. El público aplaudía y cantaba “nuestra bandera nunca será vermelha (roja)”.
“En 2010, la derecha vio que se venían otros 20 años del PT. Por eso iniciaron una campaña ideológica contra Lula. El quiebre fue en 2014. La derecha no soportaba la idea de dos posibles mandatos de Dilma y otro de Lula (2018). Por eso accionaron una campaña contra el partido, con las fake news y las denuncias de corrupción. Si bien en ese entonces la derecha perdió las elecciones, empezó a sabotear al gobierno de Dilma (al margen de sus errores propios). El PSDB, aliado del PT, votó en contra de muchos proyectos que eran defendidos por ellos, es decir, los conservadores dentro de la alianza con el PT actuaron en contra de sus propios intereses para desestabilizar a Dilma. Así se gestó el inicio del Golpe de 2016”, sostuvo a Caras y Caretas Antonio Alonso, colaborador del Instituto Inácio Lula Da Silva.
Los discursos públicos y en las redes -incluida la plataforma de WhatsApp- de Bolsonaro hicieron eje en los siguiente puntos: “limpiar el país de los rojos”, “nuestra bandera nunca será roja”, “no queremos ser Venezuela”, “no queremos al comunismo”, “yo voy a hacer más con menos”, “no soy corrupto”; “no queremos la injerencia del Estado en nuestras vidas”, frases que se suman a sus otras polémicas declaraciones sobre las personas LGTBQ y un discurso meritocrático sustentado en las iglesias evangélicas, que en vez de proponer el ascenso al cielo ofrecen el crecimiento económico personal.
Como si existiera una suerte de anestesia generalizada, los votantes del PSL descreen de lo evidente; las consecuencias del fascismo están ahí, los asesinatos de una mujer trans a la salida de un bar en San Pablo y el de un profesor de capoeira luego de especificar su voto hacia el PT son una muestra de que el abismo está realmente muy cerca.
Bolsonaro representa ese universo que condensa un discurso de odio, meritocrático y antisistema, el combo perfecto para que los verdaderos artífices de su posible gobierno sean los militares y la derecha económica más recalcitrante.
Temores
“Asistimos al ascenso del fascismo legitimado por el voto, con un sistema judicial que está con las élites del país y un grupo de empresarios que vieron la posibilidad de acceder al poder al aliarse con Bolsonaro. Brasil sigue siendo estructuralmente racista. En las universidades públicas, el menor porcentaje de asistencia es de los negros, los afrodescendientes reciben un 40 por ciento menos de salario que el resto de los trabajadores; el 70 por ciento de la población carcelaria es negra. Bolsonaro responde a buena parte de los deseos de los brasileños”, resumió a Caras y Caretas el historiador Cadu de Castro, quien a su vez participa de distintos movimientos en defensa del ambiente y teme ser perseguido por su activismo político.
Las mujeres se sienten amenazadas, los activistas políticos (Bolsonaro dijo que acabaría con “todos los activismos”), los defensores del ambiente, los indigenistas y los propios pueblos originarios, los colectivos LGTBQ, también. “Queremos votar por la democracia, las amenazas son muchas si llegara a ganar Bolsonaro, no podemos permitir que acceda al gobierno alguien que sostiene un discurso de odio contra las mujeres, los negros, y de violencia social”, sostuvo a este cronista Elena, una estudiante de 23 años.
“Las amenazas ya comenzaron. Por ejemplo, en el Congreso existe una Comisión Parlamentaria de Investigaciones que se encarga de enjuiciar a los antropólogos que llevan adelante las homologaciones de las demarcaciones de tierras para los indios. Esto está impulsado por los integrantes de la bancada de los ruralistas, que es uno de los soportes legislativos que tendrá Bolsonaro”, indicó a este revista la investigadora e indigenista Marina Herrero, argentina y exiliada en Brasil desde 1983 luego de que fuera perseguida por la dictadura cívico-militar por su militancia en el ERP.
En el Congreso, Bolsonaro tendrá el apoyo de las bancadas de las tres B: Buey (los ruralistas), Biblia (evangelistas) y Balas (militares y pro seguridad). “¿Qué se puede esperar de alguien que idolatra a los torturadores? Creo que lo que podría acontecer en el país es una especie de dictadura disfrazada, donde se terminen los derechos constitucionales o el congreso sea obturado”, manifestó a este cronista Mauricio, un chileno que hace 30 años vive en Brasil.
“En el Amazonas hay madera, forestación, ríos y varios minerales. A los de la bancadas ruralistas y los empresarios del agronegocio no les interesa saber si en esos territorios hay gente, o si existen lugares sagrados, ellos quieren su ganancia. No piensan que hay gente en esos territorios. Sólo quieren la tierra para sembrar soja, arroz y trigo. Para los pueblos originarios nada fue fácil. Todos nuestros derechos conquistados fueron parte de una gran lucha. Hoy estamos en riesgo de perder todo lo conquistado”, sostuvo a Caras y Caretas Almerinda Ramos de Lima, como indica su nombre occidental. Su nombre originario es Nanayo, que significa abuela de los tarianos. Ella es directora ejecutiva de la Federación de las Organizaciones Indígenas de Río Negro (Amazonas).
Bolsonaro también declaró que fusionará el ministerio de Agroindustria con el de Ambiente, además de enfatizar que “no habrá un centímetro más de tierra para los indios”.
La dictadura ocurrió hace mucho tiempo (1964-1985). El rol esencial de los grandes medios de comunicación -que no son otra cosa que parte del poder económico- fue vaciar de contenido la historia. Son cómplices de la ahistorización que hoy hace que muchos ciudadanos y ciudadanas no crean lo que ante sus ojos parece ser evidente: un candidato que alaba los métodos de la tortura, que votó un impeachment en nombre del torturador de la expresidenta Dilma Rouseff y llama a “limpiar a la nación del comunismo”. Si eso no representa la llegada del abismo, quizás, el abismo haya llegado hace rato.