Uruguay jugó más o menos contra Chile y ganó agónicamente, muy mal con Ecuador y perdió claramente, muy bien contra Colombia y ganó con nitidez, y bastante mal con Brasil, perdiendo. Ha ganado 6 puntos de 12 disputados, en las 4 primeras fechas de las 18 por las Eliminatorias Sudamericanas clasificatorias directas de 4 lugares para el Mundial de Fútbol de 2022 en Catar: un quinto lugar será disputado entre el 5º sudamericano y algún otro segundón del planeta.
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Por ahora, y como siempre, podemos estar o no, la mayor parte de las veces como cuarto clasificado directo, o como quinto triunfador del repechaje contra algún otro segundón global. Hasta aquí no muy diferente a nuestra historia deportivo futbolística. Lo que es distinto a siempre es la extrema irregularidad, en un plazo muy corto para que eso suceda, de los rendimientos individuales, colectivos, técnicos, tácticos y hasta psíquicos durante esos primeros 4 partidos, lo que hace muy difícil de prever cómo será el rendimiento en los restantes 14; y muy arduo para el cuerpo técnico corregir lo pasado y proponer a futuro algo sólidamente respaldado en un análisis de lo ocurrido y de lo que se podría hacer para mejorar esos rendimientos. Lo del título: una celeste de rendimiento inconstante y de futuro aparentemente imprevisible.
Podríamos aventurar algunas razones que pueden estar por detrás de esa inconstancia e imprevisibilidad.
Peor para los sudamericanos
La variabilidad, mayor que siempre, de los titulares, los suplentes y los convocados, introduce más dudas, inseguridades y novedades que las acostumbradas. Esto lleva a una menor integración grupal y una imprevisibilidad mayor a la habitual, debido a las constantes novedades en los testados con covid-19, a las carencias en las pretemporadas, a las irregularidades en los regímenes de entrenamiento y en los estados de forma competitivos, a las más frecuentes lesiones y recuperaciones peores que lo habitual.
Muy bien, pero usted me podrá decir que a casi todos los países les sucede lo mismo, porque en general en el mundo se han tomado muy malas decisiones sanitarias, políticas y sociales como reacción a la presencia tan magnificada como dramatizada de la infección viral, tan poco letal, grave y contagiosa pese a lo que se ha hecho creer. Sí, todo eso es cierto y quizás le ha resultado relativamente más leve al Uruguay; aunque cabe recordar también que la mayoría de los jugadores uruguayos citados juegan en Europa o fuera de Uruguay, en países más complicados por las reacciones a la pandemia que Uruguay; en casi todo el mundo, los jugadores que defienden a sus países no viven allí, sino en los países en los que juegan profesionalmente, más que nada en Europa, pero también en Asia, EEUU, Brasil, Argentina, u otros menores, que se encuentran -sospechablemente según la hipocondría impuesta- con otros provenientes de los países representados, disputan partidos aun en otros países, y viajan para ello a través de otros suelos y con coviajeros de más naciones.
Y todo eso aumenta los riesgos de contagio, sospecha y contactos, con mayor riesgo de quedar a merced del personal e instituciones de la ‘salud’, que intentarán magnificar su riesgo, como corresponde a quienes son llamados de personal de la salud, pero que en general viven de la enfermedad y tienen como mayores enemigos económicos precisamente a la salud y a la muerte, extremos que hay que evitar o sospechar preventivamente (con gastos para el paciente e ingresos para el sistema de salud, claro).
Por todo ello, los cuerpos técnicos de los países que disputan las Eliminatorias Sudamericanas para Catar 2022 sufren un riesgo aún mayor que los de las Eliminatorias y copas europeas de perder jugadores: más variedad de países de origen de los jugadores, más variedad de países de llegada, más variedad de países visitados deportivamente, más variedad de países de escala y convivencia con compañeros de viaje.
Peor aún para Uruguay
Esta situación global, más grave para los seleccionados sudamericanos, es especialmente grave para el equipo uruguayo.
¿Por qué? En primer lugar, los países con mayor reserva de jugadores, porque tienen más jugadores calificados por una población mayor, sufren menos las lesiones, testados sospechosos e inconvenientes mayores para viajar. Uruguay tuvo que echar mano de jugadores, como titulares, suplentes o convocados, que seguramente no estaban planificados para integrarse, ni ellos mismos ni sus compañeros confiantes en ellos.
En segundo lugar, en Uruguay, el proceso por el cual los jugadores son vistos, convocados, integrados, mechados y consolidados es muy cuidadoso, muy respetuoso de los tiempos psíquicos en que eso debe producirse con un mínimo de riesgo para la confianza en ellos y su autoconfianza, cosa de evitar traumas por la convivialidad cotidiana o por excesivamente precoces riesgos de error en los partidos.
El proceso Tabárez se fortaleció dentro de las canchas en buena parte por el cuidado con el proceso fuera de las canchas (grupo, concentración, dosificación de la integración al grupo, al plantel, a los primeros minutos, a la titularidad puntual o más firme). En estas Eliminatorias, casi nada de eso se pudo hacer. La convivencia está, además, muy afectada por la disparatada sarta de medidas higiénicas, de distancia social, barbijos, etc. especialmente difícil de observar en fútbol, con lo que eso agrega de hipocondría variable y de desconfianza de uno con el otro. Es mucho más difícil integrarse grupalmente en medio de medidas sanitarias como esas y de una incertidumbre tal de viajes, hisopados, contactos y lesiones; y eso lo sufre mucho más Uruguay que otros, porque depende más que otros de todo ello (demografía y procesos grupales).
Me parece que el debut de Araújo en tan adverso trámite de juego contra Ecuador debe haberse resentido de una mucho peor integración grupal que la que hubiera respaldado a otro zaguero en otras circunstancias. Lo mismo, o peor, es lo que debe haber padecido Oliveros en su debut con el plantel y en la cancha ante Brasil, con jugadores hábiles y pícaros, rápidamente afortunados en el tanteador, y en medio de un descontrol psicológico sorprendente de los ‘referentes’ del grupo (Cavani, Godín), que parecían indignados jugadores de un alcoholizado ‘solteros’ contra ‘casados’ en un domingo caluroso.
Por suerte ni Yrrazábal ni Olveira tuvieron que sustituir a Campaña en ese partido porque, para un arquero, esas situaciones son aún más delicadas que las que pueden padecer laterales o zagueros centrales. Se ha notado, no sin cierta razón, que no se debería haber sometido al novel Oliveros a ese riesgo, que finalmente sufrió y con él todo el equipo; que debía haber jugado Cáceres en la izquierda y haber improvisado parcialmente a Nández de lateral derecho. Pero eso, desde el punto de vista psíquico y grupal, hubiera destruido a Oliveros más que el ‘baile’ que se llevó; porque si se le cita y no se lo incluye cuando las circunstancias se dan. Entonces, ¿está de relleno y de más? ¿Qué pensarían y sentirían futuros convocados de apuro similares?
Es claro que también está el interés superior del resultado. Pero podía salir bien, con fortalecimiento individual y grupal; si no se lo incluía los daños psíquicos eran seguros, el resultado de la decisión incierto. Creo que se privilegió el factor psíquico y del futuro de futuros convocados urgidos en sí mismos y en el grupo. Porque ¿es seguro que habiendo puesto a Cáceres a la izquierda y a Nández a la derecha no se perdía, o se ganaba? Porque eso había que calibrarlo antes del partido. Es más fácil pensar que fue un error cuando ya salió mal deportivamente; pero la solución a posteriori, en primer lugar es una hipótesis y no una certeza, y en segundo lugar se olvida de los daños psíquicos seguros contra solo una esperanza de un resultado mejor. Recuerdo que algo así pasó antes de la final de 1950 en Maracaná contra Brasil: el puntero izquierdo titular, que había jugado los 3 partidos anteriores, era Ernesto Vidal, de Peñarol, argentino nacionalizado. Se lesionó, y las alternativas para el técnico Juan López eran: 1) el suplente directo del puntero derecho Ghiggia, Julio C. Britos, también de Peñarol, internacional experiente que podía jugar en las dos puntas; y 2) el suplente directo de Vidal, Ruben Morán, 18 años, de Cerrito recién transferido a Cerro. Se decidió que el convocado como suplente directo, pese a su inexperiencia, Morán, postergara al experiente y excelente centrador Britos, muy bien adaptado a Ghiggia, Míguez y Schiaffino, también de Peñarol, además. Uruguay ganó y fue famoso campeón. ¿Qué le hubieran dicho al técnico si perdían y con Britos afuera (y no había cambios en ese entonces), de Peñarol? Pero ganaron, y no traumaron a Morán tratándolo como un inservible, que no juega ni cuando el titular en su puesto se lesiona. ¿Y si jugaba Britos y perdían? ¿O si ganaban? Daño seguro el de ‘perchar’ a Morán, beneficio incierto incluir a Britos, que no sufriría trauma alguno si no jugaba. Algo similar sucedió antes del famoso partido contra Hungría, en 1954, semifinal, cuando se lesionó el puntero derecho titular, de Peñarol, Julio C. Abbadie; pero ya no me queda espacio para ese jugoso y significativo chisme, lector.