Volvió a salir a la calle la revista Charlie Hebdo. Desde que fuera víctima de un ataque terrorista hace cinco años, el horror y el estupor habían caído sobre los que sobrevivieron al brutal atentado, condenando al mutismo (o sea a una segunda muerte) a sus realizadores. Hay sorprendidos, sin embargo. Hay gente que se pregunta cómo es posible que la revista haya vuelto a salir. Los trabajadores de Charlie Hebdo están rodeados, día y noche, de un fuerte aparato de seguridad, por el que pagan una verdadera fortuna. Además de que sus ventas han bajado bastante, en estos momentos es necesario destinar más de la mitad de las ganancias (una y media de cada dos revistas que se venden en un kiosco) a los servicios de protección. Esto no es nada.
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Los integrantes de Charlie Hebdo han manifestado públicamente que viven con miedo, que padecen insomnio o pesadillas, que su vida se ha convertido en un infierno desde el atentado. Y entonces, diría la voz de la sensatez, ¿por qué volvieron a sacar la revista? Mejor hubiera sido que se dedicaran a otra cosa, diría la misma voz; reconozca usted que las caricaturas eran y son chabacanas, vulgares y muy provocativas. Después no quieren que los fanáticos se vuelvan locos. Después no quieren que entren a la redacción disparando ráfagas de metralleta en nombre de Alá y de su profeta Mahoma. La sensatez manda sacar dos conclusiones: número uno, ellos se la buscaron. Número dos: que se embromen, para qué anduvieron dibujando indecencias y despertando a las fieras.
La voz de la sensatez, que así razona, no entiende que su moderación, su conservadurismo y su actitud timorata son más peligrosas para la humanidad que la metralleta de un terrorista. En efecto, ¿qué somos? ¿Seres humanos o animales? ¿Estamos condenados a vegetar en una existencia controlada por los que tienen las armas? ¿Debemos obedecer ciegamente a la consigna del terror? ¿Debemos dejar de pensar, de tener ideas, de expresarlas, aun cuando puedan ofender a alguna religión, a algún grupo social, a algún poderoso? Y verificada tal obediencia, ¿qué clase de vida sería esa? Imaginemos un mundo en el cual nadie osara pensar, contradecir, e incluso usar la sátira y la burla para poner la atención en la irracionalidad, el odio, la guerra y el fanatismo. Imaginemos un mundo de mansas ovejas que agachan la cabeza y marchan en línea recta por la senda que les marcan sus controladores, sus amos, sus opresores; nadie despega los labios, salvo para decir amén, amén, o Alá, Alá, o sí, señor, sí, señor. En un mundo semejante jamás habría existido gente como el propio Jesús de Nazaret, que acusó a los fariseos y echó a los mercaderes del templo; ni el pensador Henry David Thoreau, que se negó a pagar sus impuestos atrasados porque con ellos se financiaba una guerra esclavista; ni el boxeador Mohammed Alí, que rechazó enrolarse en el ejército durante la Guerra de Vietnam; ni Martin Luther King, ni Mahatma Gandhi, ni un criollo levantisco llamado José Artigas. Pero tampoco valdría la pena tener un destino de oveja silenciosa, controlada por dos o tres abusones. Esto se lleva de patadas con la propia condición humana, con la conciencia de la justicia y con la más elemental dignidad.
Los caricaturistas de Charlie Hebdo no son ni han sido revolucionarios, ni han realizado actos de desobediencia civil en el marco de protestas políticas, o tal vez lo han hecho a su manera. Lo único claro es que simbolizan la lucha por la libertad de expresión, y esto es innegociable. Charlie Hebdo se ha expresado a través de la burla y la sátira, famosas desde la Grecia clásica y cultivadas en todo Occidente. El problema comenzó cuando se atrevieron a meterse con Mahoma. La burla y la sátira provocan ofensa, indignación, y acaso injurias. Pero esto es lo esperable en una sociedad plural, abierta, transcultural y democrática. No voy a analizar aquí la monstruosidad de los asesinatos. Aunque se matara a todos los caricaturistas de la revista, y de paso a todos los del mundo entero, otros aparecerían, puesto que no vivimos en un Estado fundamentalista. Hay dos caminos básicos. Uno es el de ponerse una Kalachnikov al hombro y exterminar a media humanidad. El otro es el del diálogo y el debate, la diversidad de las ideas, las leyes y la tolerancia. Este es el que nos dicta la razón, el que nos desafía en nuestra capacidad argumentativa. Es el que nos obliga a aceptar que no somos monolíticos, que no todos pensamos igual, y que no tenemos más remedio que convivir con ese hecho. Preguntaba antes por qué Charlie Hebdo vuelve a salir a la calle. Por qué mejor no se quedaron en sus casas, por qué no se cambiaron el nombre, por qué optaron por la gastronomía o la jardinería. Supongo que habrá sido por tanta sangre derramada. Por tanto alarde de brutalidad. Por no permitir el triunfo del odio, el terror y el fanatismo. Porque, de algún modo, con el cierre de la revista se había cumplido el objetivo de los asesinos. A mí no me gustan las caricaturas de Charlie Hebdo, y no quisiera ser una de sus “musas inspiradoras”. Pero no entender los motivos de la reapertura, es andar con un apagón en las neuronas. Las libertades, que tanta sangre y dolor le han costado a la humanidad, pueden perderse en un segundo, mediante un voto mal puesto en una urna, una arremetida de los impunes de siempre, un gobierno que desprecia y castiga a su propio pueblo, o una ráfaga de metralleta. Todo eso basta para sumirnos en la barbarie y para hacernos retroceder en décadas y siglos de conquistas políticas, sociales, económicas y culturales. Aunque el discurso de los controladores trata de imponer la fórmula “Más seguridad a cambio de menos libertades y derechos”, está claro que es altamente engañosa. Como expresa el Manifiesto de Córdoba de 1918: “No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, no al juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar”. Y en otro párrafo dice: “Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.