«Enriquecerse es glorioso” fue la aún hoy recordada afirmación de Deng Xiaoping en febrero de 1992, en el marco de lo que la historiografía oficial del Partido Comunista de China (PCCh) recuerda como el “Viaje al Sur”, una gira emprendida por el Pequeño Timonel por Shenzhen (una de las primeras zonas de China donde se experimentó la economía de mercado dirigida por Xi Zhongxun, el padre del actual presidente), Cantón y Zhuhai, para apoyar la apertura económica y el proceso de reformas y modernización que abriría el camino al desarrollo y crecimiento extraordinario que desde entonces ha experimentado China.
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La frase acuñada por Deng -quien a pesar de estar formalmente retirado de la política aún conservaba una influencia decisiva-, además de ahuyentar las dudas y reafirmar la viabilidad del pragmatismo que sustentaban el proceso de reformas y apertura al exterior de la economía de la República Popular, significó una verdadera ruptura epistemológica (para algunos una herejía) en la ideología marxista leninista que había justificado el por entonces fracasado socialismo real de la Unión Soviética y los países del este de Europa.
Ya a mediados de los 80, describiendo el camino a recorrer en la construcción de lo que él llamo “socialismo con características chinas”, el líder comunista exhortó a no alarmarse y dejar que “algunas regiones y algunas personas se enriquezcan primero” para luego “liderar y ayudar a otras regiones y personas (a enriquecerse)” sin olvidar que la realización de la “prosperidad común” sería siempre el requisito esencial e irrenunciable del socialismo y la aspiración universal del pueblo.
Según el histórico dirigente, enriquecerse no era un delito y el permitir que algunas personas y zonas se adelanten a otras en cuanto al mejoramiento de sus condiciones ayudaría a “alcanzar con mayor rapidez el enriquecimiento común”.
La primera parte de hoja de ruta de la fórmula “denguista” funcionó y “la economía socialista de mercado” registró un crecimiento en cantidad, calidad y tiempo sin precedentes en la historia del hombre. En solo cuatro décadas sacó de la pobreza a más de 800 millones de personas y en términos de Producto Interno Bruto (PIB) se convirtió en la segunda economía del mundo después de Estados Unidos, aunque si se mide en términos de paridad del poder adquisitivo, China es la nación más rica del planeta, según los datos de 2021 del Fondo Monetario Internacional.
No obstante, la brecha entre ricos y pobres, entre la ciudad y el campo, las desigualdades entre el hiperdesarrollo de las ciudades de la costa este y los centros urbanos del interior oeste del país han ido aumentado a medida que avanzaba la liberalización de la economía china.
Según la World Inequality Database, el 10% de las personas más ricas de China tiene un ingreso del 41,7% del PIB de China, y de acuerdo al estudio anual de Credit Suisse, el 1% más rico de los chinos posee el 30,6% de la riqueza nacional frente al 21% de hace dos décadas.
Para la revista Forbes, en abril de 2021 eran 626 los chinos con fortunas personales por encima de los US$ 1.000 millones y el Instituto de Investigación Hurun de China anunció que en la Lista Global Rich 2021, los multimillonarios en China duplican los estadounidenses.
Evidentemente el “enriquecimiento común” es una promesa aún incumplida y el gran debe de la política del gobierno y del Partido Comunista del gigante asiático.
El coeficiente de Gini de China, que mide el grado de desigualdad en un rango de 0 a 1, en el que 0 representa la igualdad completa y más de 0,4 representa la desigualdad, alcanzó 0,711 en 2015, retrocedió a 0,697 en 2019 y volvió a subir el año pasado a 0,704. Días atrás el primer ministro Li Keqiang señaló que hay 600 millones de personas y más del 40% de la población tiene un ingreso mensual de solo 1.000 yuanes (165 dólares).
Para los comunistas chinos llegó la hora de implementar el compromiso asumido desde el XII congreso del PCCh de 1982: “Nuestra política consiste en mantener la sociedad a salvo de la polarización, es decir, no dejar que los ricos se hagan más ricos y los pobres más pobres”. Fue precisamente ese congreso que definió la construcción económica como la principal prioridad y se fijó el objetivo de cuadruplicar en el año 2000 el PIB de 1980 para alcanzar “un nivel modestamente acomodado” de toda la población.
El 17 de agosto el mantra de la “prosperidad común” volvió por sus fueros en una reunión del Comité Central de Asuntos Económicos y Financieros del PCCh. “La prosperidad común es un requisito esencial del socialismo y un componente clave de la modernización con características chinas”, recordó el presidente Xi Jinping, según el comunicado oficial del encuentro.
A medida que China avanza hacia su segundo objetivo centenario, el enfoque de promover el bienestar del pueblo debe centrarse en impulsar la prosperidad común con el fin de fortalecer los cimientos de la gobernación de largo plazo del Partido, agregó el mandatario.
El cumplimiento del primer objetivo centenario -“construir una sociedad moderadamente próspera”- fue anunciado el 1º de julio con los festejos de los 100 años de vida del PCCH. El segundo objetivo centenario es convertir a China en “un gran país socialista moderno en todos los aspectos” y debería ser alcanzado en 2049 cuando se cumpla un siglo de la fundación de la República Popular.
El renovado paradigma de la riqueza compartida se propone “ampliar la proporción de grupos de ingresos medios, aumentar los ingresos de los grupos de ingresos bajos y ajustar racionalmente los grupos de altos ingresos […] Dos extremos de la estructura de distribución en forma de olivo”.
El nuevo enfoque de la redistribución está relacionado con los objetivos más amplios del gobierno para la economía y su puesta en práctica obligará a las autoridades a una revisión de su Estado de bienestar (salud, educación, seguridad social priorizando las provincias menos desarrolladas) y a una reforma del sistema fiscal aún embrionario y en algunos aspectos regresivo, que penaliza los ingresos más bajos y exonera a la propiedad inmobiliaria y las transmisiones patrimoniales hereditarias.
El objetivo declarado es “limpiar y ajustar los ingresos excesivamente altos y rectificar la distribución del ingreso”. “La prosperidad común es la prosperidad de todo el pueblo, no la prosperidad de unos pocos”, subrayó Xi al cónclave del principal grupo de trabajo económico financiero del Partido Comunista.
La grave desigualdad, además de ser insostenible e inaceptable moral e ideológicamente, es una seria amenaza para el orden y la estabilidad social que sostienen y legitiman la autoridad política del gobierno del Partido Comunista.
Para combatir la concentración de riqueza, poder y datos en manos de un pequeño grupo de empresas y empresarios, Beijing ya ha desatado una ofensiva sin precedentes en los sectores de la tecnología y las finanzas para limitar el riesgo financiero, erradicar los monopolios, proteger la economía y acabar con la corrupción. Entre las primeras “víctimas” de la industria digital -que durante la pandemia ha acumulado ganancias sin precedentes- se cuentan al gigante del comercio electrónico Alibaba, del multimillonario chino Jack Ma, que recibió una multa de 2.800 millones de dólares por abusos de su posición dominante en el mercado.
La reacción de los supermillonarios tecnológicos a la nueva política de “enriquecimiento compartido” fue inmediata. El día después de la reunión del Comité Central de Finanzas y Economía, Pony Ma, fundador y director ejecutivo de Tencent, el gigante de internet (WeChat, el equivalente chino de WhatsApp cuenta con más de mill millones de usuarios) anunció el lanzamiento del “Proyecto especial para la prosperidad común”, con una inversión de 7.800 millones de dólares en cuatro meses, para aumentar los ingresos de los sectores más vulnerables, mejorar la atención médica y la educación básica y fomentar el desarrollo económico de las zonas rurales.