Nadie duda en Brasil que la elección entre Lula y Bolsonaro el domingo 30 de octubre será reñida. El expresidente encabeza en la mayoría de las encuestas, pero el actual mandatario ha demostrado competitividad electoral. La tensión sube a medida que se acercan las urnas.
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Pocas elecciones suscitan tanta atención como el balotaje que está por suceder en Brasil este domingo 30 de octubre. Las razones son varias: se trata de definir quién quedará al frente del Poder Ejecutivo en el país más grande de América Latina, y las opciones en pugna, Luis Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro, son antagónicas. El resultado definirá no solamente el rumbo que adoptará el país, sino el lugar que tendrá la potencia en la región y, en consecuencia, la misma dinámica regional en un contexto de alta conflictividad geopolítica.
Las encuestas han ido presentando oscilaciones durante los días previos a la elección. Algunas han indicado una ventaja de hasta siete puntos a favor de Lula, como la de la encuestadora IPEC el pasado martes 25, y otras ventajas de hasta casi cinco puntos a favor de Bolsonaro, como la encuestadora Brasmarket el día lunes. El promedio de todas las encuestas arroja una distancia a favor del expresidente sobre el actual mandatario de más de tres puntos, 51,6% a 48,4%.
Nadie duda en Brasil que será una elección reñida. Las expectativas de una victoria arrasadora de Lula quedaron guardadas luego de la primera vuelta del 2 de octubre, cuando Lula logró un buen resultado con 48,43% de los votos, pero Bolsonaro alcanzó 43,20%, un desempeño más elevado del que anticipaban las encuestas y los mismos comandos de campaña. Quedó claro ese domingo que el líder del Partido de los Trabajadores (PT) tenía una gran fuerza electoral, pero que no estaba enfrentado a un presidente en retirada, sino a la principal figura de la derecha brasilera con competitividad político-electoral, como lo demostraron los números presidenciales, en las gobernaciones y en el Poder Legislativo.
Las semanas de campaña entre la primera y la segunda vuelta han sido, como se esperaba, de una fuerte tensión. Las estrategias se desenvolvieron entre las calles y la virtualidad, en una disputa tanto por electorados según franjas sociales, políticas, religiosas o regionales, como por interpretación del presente y de lo que requiere Brasil para su futuro. Porque lo que está en juego no es simplemente un cambio de presidente, sino dos modelos de país en las antípodas.
Democracia o Bolsonaro
“Esta elección no es entre dos partidos políticos, no es entre dos seres humanos, esta elección va a definir si la gente quiere vivir en un régimen democrático o si la gente quiere vivir en la barbarie, en un neofascismo, eso está en juego. Espero que, ganando las elecciones, él -Bolsonaro- tenga un minuto de sensatez y me llame aceptando el resultado”, afirmó Lula durante su campaña. El dos veces expresidente se refirió así a lo que planteó como el clivaje central en la contienda: la elección entre la democracia versus la continuidad de su deterioro o ruptura.
Fue bajo ese parteaguas que Lula concibió la campaña desde la hora cero. Tanto la táctica electoral, como el tipo de adversario contra el cual se iba a enfrentar, lo llevaron a buscar un frente muy amplio desde la hora cero. En lo primero buscó construir una polarización con el presidente y, por lo tanto, impedir la formación de una vía política de centro. Para eso convocó, por ejemplo, como candidato a la vicepresidencia a Gerardo Alckmin, histórico contrincante suyo, durante muchos años del Partido de la Social Democracia Brasilera, luego del Partido Socialista Brasileño. Lula fue no solamente a buscar al centro, sino a ocuparlo, para no permitir la emergencia de un tercero competitivo.
En cuanto al tipo de enfrentamiento Lula armó una gran línea como parteaguas: de un lado, el suyo, la defensa de la democracia, del otro, de Bolsonaro, la amenaza a la democracia. E invitó a todos quienes defendieran la democracia a sumarse a su campaña, en particular cuando llegó la segunda vuelta. Bajo esa demarcación amplia se sumaron a la campaña de Lula tanto la segunda en la elección, Simone Tebet, como el cuarto, Ciro Gomes, aunque este último de manera más reservada.
El resultado de esos apoyos los marcó, por ejemplo, la encuestadora Atlas, que explicó que “uno de los factores que explica el crecimiento de Lula es la transferencia de votos que eran de Simone Tebet en la primera vuelta”. En efecto, de una encuesta a la siguiente el apoyo de los electores de Tebet que declararon su respaldo a Lula pasó de 54,2% a 69,9%, mientras que disminuyó de 29,2% a 18,2% para Bolsonaro. Tebet, durante ese tiempo, pasó a ocupar un lugar de importancia en la campaña por la victoria del líder del PT. En el caso de los apoyos de Gomes se establecieron en 51,3% a favor del expresidente, y 41,6% a favor del actual mandatario, una situación más reñida.
Fake news
Bolsonaro se presenta a sí mismo como el baraje ante la izquierda que encarna Lula y amenaza al Brasil. El presidente construyó su enfrentamiento señalando a Lula por sus alianzas con los progresismos continentales, desde Alberto Fernández, Gabriel Boric, Gustavo Petro, hasta Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel. Su hijo Eduardo Bolsonaro estuvo, por ejemplo, en Argentina durante la campaña para mostrar desde allí los malos resultados económicos de uno de los aliados de Lula y, a su vez, darles apoyo a figuras de la derecha como Javier Milei.
No es el único frente de ataque contra Lula: el principal ha sido el de señalarlo como corrupto. Su aparición junto al exjuez Sérgio Moro luego de un debate con Lula fue parte de la estrategia de querer asociar al líder del PT con la corrupción, en este caso a través de quien lo llevó a la cárcel, aunque luego se haya demostrado su parcialidad y mala actuación. La acusación de Bolsonaro a Lula de haber sido “el gobierno más corrupto de la historia” busca conectar con el sentido común que quedó en una parte de la sociedad luego de la persecución mediática, política y judicial contra Lula, que lo llevó 580 días a la cárcel.
Esa estrategia de campaña fue, sin embargo, increpada el lunes 24 por el Tribunal Supremo Electoral (TSE), que determinó la suspensión de la propaganda de Bolsonaro acusando a Lula de “corrupto”, “ladrón”, “orquestador” del “mayor esquema de corrupción en el país”. La actuación del TSE se dio en el marco de las acciones tomadas para buscar contrarrestar la gran cantidad de fake news difundidas. El tribunal ya había decidido días atrás que Lula tuviera derecho a 116 derechos de réplica de 30 segundos cada una en las piezas publicitarias de Bolsonaro en radio y televisión, reconociendo que fueron difundidos “hechos sabidamente falsos” por la campaña bolsonarista.
Por otro lado, el TSE también resolvió la posibilidad de obligar a sitios y redes a retirar las noticias falsas en un plazo máximo de 2 horas -1 hora en los dos días finales de campaña- so pena de multas que podrían ir hasta 28.000 dólares. ¿Cuánto impacto tendrán esas decisiones en la campaña y la votación del domingo? Algunas noticias falsas, como el hecho de que Lula cerrará templos evangélicos en caso de ser presidente, ya seguramente permearon en una parte de quienes acuden a las numerosas iglesias evangélicas y deben decidir a quién elegir para estar al frente del Palacio de Planalto por los próximos cuatro años.
Un desenlace reñido
Bolsonaro no es un fenómeno pasajero. Su buen resultado en el Poder Legislativo, gobernaciones, su liderazgo al frente de la derecha brasileña, dan cuenta de un arraigo que no terminará luego del 30 de octubre en caso de que efectivamente gane Lula, como marca la mayoría de las encuestas. El espejo en el cual se mira el presidente brasilero es Donald Trump, quien a más de un año de haberse ido de la Casa Blanca aún es la principal figura dentro del Partido Republicano, dentro de la oposición al gobierno de Joe Biden, y piensa en su probable regreso en 2024.
Por el momento el debate es acerca del domingo de balotaje, tanto el resultado como la reacción del mandatario. Bolsonaro ya amenazó en varias oportunidades con cuestionar los números de las urnas, un discurso que ha moderado en las últimas semanas como estrategia de campaña. Los exabruptos o excesos de sinceridad del presidente, así como las manifestaciones de violencia de sus seguidores, han intentado ser controlados de cara a buscar ampliar la base de electores, ir hacia el centro y hacia a los sectores populares, para quienes también abrió mayores ayudas económicas, como el Auxilio Brasil, en búsqueda de sus votos.
El domingo estará marcado por una probable tensión hasta último momento. En primera vuelta, por ejemplo, hubo que esperar varias horas hasta que Lula pasara al primer lugar, al igual que sucedió con Dilma Rousseff en el año 2014. Esa pelea voto a voto, porcentaje a porcentaje, dará lugar a nerviosismos, especulaciones, en el marco de un país que está fracturado políticamente entre dos polos que se conciben mutuamente como amenazas. ¿Qué hará Bolsonaro en caso de una derrota ajustada? ¿Hará como pidió Lula y levantará el teléfono para felicitarlo por su victoria, reconocer su derrota y comenzar a empacar para entregar la banda presidencial en enero? ¿O buscará, al contrario, una salida trumpista? Falta muy poco para saberlo.