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Columna destacada | condenados | política | Uruguay

La onda moderada

¿Condenados a la medianía?

¿Hay espacio para correr los límites de la acción política y ser más ambiciosos en las iniciativas? ¿Estamos condenados a hacer lo “posible” en cada uno de los segmentos conservadores y progresistas?

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“Un día tiré un papel en el piso del living de mi casa. Le escribí día y hora. Pasaron los días y nadie lo levantó. Se había incorporado al paisaje cotidiano. Era normal que estuviera allí”.

(Carlos Salvador Bilardo, médico y técnico de fútbol).

Quizás el antecedente más nítido –y relevante– de la construcción del país tolerante, “consensualista” y vigorosamente significativo del eje liberal humanista esté en los resultados del plebiscito de 1980, donde se derrotó al proyecto autoritario y excluyente de la dictadura de civiles y militares.

Ahí fueron minoritarios los sectores políticos prodictadura. Le siguieron las elecciones internas de los partidos habilitados en 1982. Nuevamente los segmentos autoritarios y antiliberales de los dos partidos fundacionales quedaron expresados en minoría.

En 1984, con la restauración democrática en su fase de salida de la dictadura, pasó exactamente lo mismo, agregándose la izquierda. En esta porción política, los sectores más “radicales” resultaron con menor votación. (Cabe agregar que el eje liberal humanista en construcción tuvo un día clave en la salida: el discurso pacificador de Líber Seregni tras su liberación. Este mismo tono lo expresó Wilson Ferreira Aldunate en su recordado discurso en la explanada de la Intendencia, cuando trazó la línea de la “gobernabilidad”. Cada quien movía las piezas sobre ese eje: el propio Ferreira Aldunate habló del pacto “Co-Co” –colorados, comunistas– tras una reunión del presidente Julio María Sanguinetti con el líder del PCU, Rodney Arismendi. El MLN, que salía de los celdarios de la dictadura, ponía su cuota en torno al eje antes mencionado: su nuevo eslogan era “Habrá patria para todos”, sustituyendo su eslogan insurreccional “Habrá Patria para todos o para nadie”. El radical “o para nadie” desaparecía debajo de los vahos de la restauración democrática. El nuevo “Habrá Patria para todos” agregó “y todas”. La revolución feminista los alcanzó).

LOS VALORES CIUDADANOS

“Las opiniones son las ondas en la superficie del conocimiento del público, superficiales y fácilmente modificables; las actitudes son las corrientes debajo de la superficie, más profundas y más fuertes, y los valores son las mareas profundas del humor político, lentos para cambiar pero poderosos”, dijo Robert Worcester, fundador de la consultora Mori, en Inglaterra.

Si esto es así, no es descabellado señalar que uno de los hijos del “consensualismo” en el “país de la bisectriz” sea el “pragmatismo”. Este sujeto perverso es por momentos una infusión venenosa, dulce y peligrosa, que día a día se bebe para el mejor placer de los uruguayos.

El Uruguay actual –expresados en bloques, progresistas de un lado y conservadores del otro– parece sintonizar con el eje central del Uruguay: los radicalismos o perfiles –que se alejan del eje– no parecen obtener grandes apoyos. En cambio, la región central a ambos lados del eje concita más adhesiones.

En Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, los universos progresistas y conservadores se fueron configurando de distinta manera. Ninguno extremaba sus posturas, a tal punto que las derechas hicieron ingentes esfuerzos para no parecerse a nazis y fascistas, expresiones del radicalismo derechista. Desde el final de la guerra, entonces, los partidos se fueron expresando sin dinamitar los puentes. Sobre los escombros de una Europa abatida por la guerra, decían todos: cuidemos esto, no jodamos. Ese talante fue llamado hace poco, por el politólogo español Juan Carlos Monedero, como de “cartelización de los partidos”. Esa dinámica dejó huecos en las zonas progres y derechistas y en esas regiones crecieron –como se observa desde hace 10 años aproximadamente– opciones más “radicales” a la izquierda (Podemos en España, Francia Insumisa en Francia). Lo mismo pasó en territorios de la derecha (en España creció Vox al costado derecho del Partido Popular y en Francia aumentó Le Pen).

En Uruguay, a la salida de la dictadura se registró un pacto más o menos implícito de cuidar la democracia. Esta dinámica llevó a fortalecer el eje del liberalismo humanista, aunque cada bloque –aún no configurado claramente en el vector de la derecha– definía perfiles y acentos. La forma de la salida de la dictadura configuró un escenario que permitía no tensar o romper pactos de convivencia política y social.

Cuando José Mujica (uno de los máximos dirigentes de aquel MLN) renunció a su banca en el Senado, dijo: “A pesar de las rispideces del sistema político de este país (…) tiene que huir de las grietas y lograr una media de cosa común que se mantenga en el tiempo a lo largo de los años”.

Como lo destaca un libro escrito por las argentinas María Eugenia Estenssoro y Silvia Naishtat, Uruguay “comparte el exclusivo podio entre las poquísimas naciones calificadas como ‘democracias plenas’ en todo el planeta”.

¿NOS QUEDAMOS EN LA “CÓMODA”?

Dibujado este estado de país o de opinión –que se regodea cuando observa en la televisión lo que ocurre en Argentina y otros países–, ¿hay espacio para correr los límites de la acción política y ser más ambiciosos en las iniciativas? ¿Estamos condenados a hacer lo “posible” en cada uno de los segmentos conservadores y progresistas?

Observemos estos dos datos recientes: 1) en abril pasado, en Buenos Aires y frente a un presidente libertario que pretende “dinamitar el Estado”, el presidente Luis Lacalle dijo: “Se necesita un Estado fuerte para gozar de la libertad; es difícil si se vive en un rancho sin acceso a la salud y a la educación”. ¿Lacalle de derecha o de izquierda?; 2) en la primera semana de setiembre, la fórmula de izquierda, Yamandú Orsi y Carolina Cosse, almorzaron con los directivos de la Asociación Rural. Al finalizar el encuentro, Orsi dijo: “Hicimos un planteo general de lo que nosotros pensamos del país y después surgieron las preguntas concretas sobre economía, el Estado, el futuro. Y las coincidencias son más de las que se imaginan”. ¿Orsi de izquierda o de derecha?

Las expresiones de unos y otros parecen girar en torno al eje antes mencionado, dejando las prácticas radicales a un lado del camino, bebiendo de las aguas del “consensualismo”, la moderación y el pragmatismo.

Todo parece encaminado, en estas elecciones próximas, a la gestión de las señales y los símbolos, sin dinamitar climas ni puentes. Un dato a atender en ese escenario comunicacional insinuado desde la izquierda: el jingle del Frente Amplio habla de la “revolución de las cosas simples”. Hay que ver si esa definición –que podría ser tildada de blanda– es llenada por acciones políticas “radicales” desde la gestión de las “cosas simples”. La palabra “revolución” busca generar emociones con su sola enunciación.

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