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Columna destacada | Lula | Bolsonaro |

Brasil

Cuánto puede Lula, qué queda de Bolsonaro

Lula será presidente nuevamente, pero con menor poder real que el que tuvo en anteriores presidencias.

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En la columna anterior de Caras y Caretas apuntamos algunos rasgos poco subrayados en general respecto a la reciente elección brasileña.

Uno de los aspectos que destacamos es la diferencia entre elecciones y gobiernos en un país político-administrativamente ‘unitario’, como Uruguay entre otros, y otro país ‘federal’ como Brasil, entre otros también.

Por un lado, en los países unitarios hay una autonomía política menor de los estados, provincias o departamentos respecto de los gobiernos centrales, federales; y dentro de ellos de los municipios que los componen. También pueden esperarse menores divergencias entre las orientaciones de los partidos en cada municipio o estado respecto de las características de los partidos en cada departamento; y las de cada departamento pueden divergir más de las de los partidos centrales.

Entre nosotros, entonces, es más fácil prever comportamientos político-electorales; y más sencillo armar y entender las alianzas más o menos puntuales-temáticas que hay que considerar o impulsar para conseguir mayorías decisorias en cada momento del espacio-tiempo y respecto de cada tema.

Porque, y repito porque es muy distinto en Uruguay, no existen los mismos partidos en cada ‘departamento’ (en otros países federales, ‘estados’ -como en Brasil o EEUU-, o ‘provincias’ -como en Argentina-) que los que existen y componen el poder ejecutivo-legislativo; y son 27 los estados que elegían gobernador además de la elección del presidente federal; y 27 los senadores a ser elegidos; y 513 los diputados federales; y 1.059 los diputados estaduales; y en unos 4.500 municipios.

Los estados tienen mayor autonomía respecto del gobierno central que los departamentos entre nosotros; y los municipios son también más autónomos dentro de sus estados.

Los diversos estados pueden no tener los mismos partidos en su estructura; y los municipios pueden no tener los mismos que sus estados; o sea que hay una combinatoria inmensa de alianzas necesarias para decidir según temas en los 4.500 municipios, en los 27 estados y en el gobierno federal central, con sus ejecutivos y legislativos (sin contar con la influencia judicial, que crece y ha sido decisiva recientemente).

Por eso, el rompecabezas que hay que entender para concluir sobre las recientes elecciones en Brasil es balcánico, fragmentado y atomizado, de reconstrucción trabajosa, y de mucho más difícil aún gestión concreta en la dinámica cotidiana del poder.

Y, aun manteniéndose dentro de los estrechos límites de la elección presidencial, se puede enfatizar: o bien, a) el hecho de que Lula revirtió la elección de 2018 resurgiendo como ave fénix de sus cenizas, y venciendo a Bolsonaro en las primarias y en el balotaje; o bien b) que Bolsonaro fue acortando distancias continuamente en ambas instancias, y entre ellas, logrando mayorías legislativas que comprometen la gobernanza lulista y que hacen sospechar de la existencia de ‘algo’ ideológicamente pesado, con vínculos a la dictadura y a la izquierda brasileña profunda, pre-dictadura y en su actualización del siglo XXI.

Con este breve trasfondo, veamos qué puede Lula, en su renacimiento presidencial, y qué queda de Bolsonaro, después de la revancha lulista.

Qué puede Lula

Victoria a lo Pirro, si las hay, Esta de Lula 2022. ¿Por qué?

Uno. Porque, respecto al momento en que volvió del ostracismo penitenciario, judicialmente inocentado y políticamente reivindicado, casi indicado como candidato presidencial inmediato (y lo fue, y ganó) la distancia electoral entre la coalición de alianzas que lidera y la coalición de alianzas que comanda Bolsonaro se ha venido reduciendo claramente, llegándose, electoralmente, a una situación de empate, con pequeña ventaja en el Ejecutivo de Lula, versus ventaja en el Legislativo y en las gobernaciones estaduales de Bolsonaro. Lo que, y más allá de lo dicho antes, convierte a Brasil desde 2023 -si no desde ya- en una tupida y opaca maraña de alianzas intentadas, débilmente funcionantes, furtivas, frágiles como libélulas, en manos de infinitas redes de alianzas simultáneas y sucesivas de difícil comprensión, trabajosa construcción y fácil dilución; con multiplicidad de actores de cambiante influencia. Serán gobernabilidades y gobernanzas indomables en su gran mayoría. Lula será presidente nuevamente, pero con menor poder real que el que tuvo en anteriores presidencias.

Dos. Ya no tiene un fuerte partido con arraigo nacional en todas las regiones como lo fue el PT desde mediados de los 90 hasta principios de este siglo (solo un gobernador estadual de los 27). De modo que el apoyo de poder de Lula descansará en las trabajosas y volátiles alianzas que se han tejido en los últimos tiempos, de mucho menor cohesión ideológica que la necesaria para proporcionar un sólido y permanente apoyo político. El oportunismo calculador tendrá un importante papel en la firmeza y avatares del sustento político de Lula, que deberá gastar la mayor parte de su espacio-tiempo de gestión en mantener vínculos, seducir nuevos, evitar deserciones, extorsionar y sobornar simbólicamente (al menos). Hay mayorías mínimas, para evitar impeachments y para aprobar leyes comunes, que no le será fácil mantener.

Tres. La ‘izquierda’ que surja de estas limitaciones será, probablemente, más light, descafeinada, diet, zero y pasteurizada que los valores, principios y proyectos que vocifere para mantener una tradición zurda creíble. En América Latina, si no en el mundo todo, cualquier ‘izquierda’ queda como jamón de sándwich entre: una gerencia globalizante de las multinacionales, los organismos internacionales y un liberalismo belicista, que se ha manifestado en la imposición de la pandemia y en la victimización de Rusia como agresora de pacíficos vecinos. La izquierda se comió limpiamente la pastilla de la pandemia, hasta más realista que el rey a veces; no se la deglutió tanto en el caso de Ucrania. Pero con esta conducta ambigua no sabemos para dónde arrancarán a futuro. A Lula le será difícil escapar a este polo en geopolítica mundial y fomentar instituciones regionales que enfrenten a las consagradas instaladas, y promover el Brics; porque, todas las izquierdas son jamón de sándwich entre dicho polo a y otro polo, b, que es nacionalista, anti-globalista, anti-agenda derecho humanista y geopolíticamente adverso al mundo unipolar vigente; pero que, sin embargo, difiere radicalmente con las premisas, valores, objetivos y conductas históricas de las izquierdas. La agitación ideológica, conformada por debate cada vez más escuetos, ignorantes y erizados, está llevando a que la izquierda esté siendo tan atacada por el polo b que vaya inclinándose hacia el mundo global, unipolar, belicista, más por arrinconamiento que por afinidad.

Qué queda de Bolsonaro

Se creía, al momento de su aparición como candidato, que era un mero momento de coagulación de un antipetismo y antilulismo surgentes, pero que no tendría ulterioridades una vez que mostrara su incapacidad de gestión y la izquierda corrigiera rumbos. Pero no parece que fuera así. Más bien parece que el bolsonarismo sintetiza, por un lado una sólida derecha brasileña que se remonta al siglo XIX y, por otro, la manifestación político-electoral de nuevos intereses políticos, económicos y culturales.

Dentro del espacio posible aquí, digamos que en Brasil siempre hubo ‘derechas’ más radicales que en otros lugares del continente: en su política pos-colonial, tan bélica ella, como en su tardía abolición de la esclavitud y de la discriminación racial, en la abundancia de contingentes filo-fascistas en los años 30, y en una dictadura militar más precoz y más duradera, sin juicios post-dictadura.

Veamos cuál es el complejo ideológico que sustenta al bolsonarismo hoy. A, económicamente, es bien posible pensar que el complejo agroindustrial, que acreditó el 50% del valor total exportado por Brasil en 2021-22, tenga pedigrí y ancestros en los ganaderos y agricultores que mantuvieron producciones con siervos medievales y esclavos. Hay importantes modas y tendencias culturales que simbolizan el dominio que el agronegocio ha ido imponiendo en sustitución de la producción de commodities desde la agricultura y ganadería más tradicionales (el ‘rodeo’ con máxima popularidad como fiesta, la vestimenta vaquera con arma, el forró con teclado electrónico -pisadinha-); al agronegocio no le preocupan ni el medioambiente ni los derechos de los pueblos indígenas.

El segundo componente, B, es el retroconservadurismo del fundamentalismo neopentecostal, que fue políticamente exportado desde EEUU explícitamente para enfrentar a la izquierda cristiana y como alternativa al umbanda, y que condiciona toda la cotidianidad, integrismo del tipo del de los sunitas y de los chiitas islámicos. Parte de su función es contrariar un supuesto ‘marxismo cultural’ hegemónico manifestado en el uso de Gramsci; los think-tanks de derecha, todos, coinciden en esta ‘lucha cultural’ contra las izquierdas; y en ella el fundamentalismo neopentecostal es pieza clave.

El tercero, C, no me canso de decir que son las redes sociales, y el retroceso cultural y civilizacional que arrastran quienes viven de respuestas súbitas o estímulos breves y variados, sin unidad, sin argumentos ni lecturas profundas; un mundo de emoticones en lugar de palabras, de memes, selfies, mascotas y nietitos, donde el texto más largo y conceptual es un tuit; bien apto para que primitivos como Trump y Bolsonaro se comuniquen con su público-objetivo; una sociabilidad indirecta y amputada; sin posibilidad de convencer con discurso ni argumento; el lucro lo lleva el que impresione con la simpleza radical mayor que genere aprobaciones. Mientras el cotidiano esté regido y pautado por los celulares, no puede esperarse nada complejo, inteligente; solo sucesión tecnológica anestésica, paranoica e hipocondríaca.

Lula y los suyos deberán imponer su construcción social por alianzas al bolsonarismo mesiánico y salvífico, con pocas probabilidades de hacerlo. Salvo que pueda imponer un paquete urgente de reformas estructurales que sus alianzas permitan y que no ofendan a quienes se le oponen; porque las izquierdas gobernantes no han confrontado a los grandes intereses económicos, minimizando desigualdades; solo han, cuando hubo viento a favor, impuesto ciertas medidas progresistas, aunque sin tocar la estructura, como habían prometido las izquierdas: hambre cero, que sacó de la pobreza a 20 millones, aumento de 53% del poder de compra del salario mínimo, crecimiento de 3% de la participación del trabajo en el PIB. ¿Se podrá ahora, con esas mayorías legislativas, esas alianzas, esas realidades estaduales y municipales, ese PT escuálido? Dudoso; y los bolsonaristas, de contragolpe, dificultando y jugando a contramano en sus jurisdicciones, más fácil; con los el agronegocio, think-tanks de derecha, los neopentecostales y las redes sociales en su favor. Se verá.

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