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Trump

El ladrón de secretos de Estado

Comparado con Biden, Trump es un payaso respetable y hasta diría muy respetable. Incluso porque su vocación de atesorar secretos de Estado debajo de la cama es digna del Guasón.

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No es novedad que todos los gobiernos nos escuchan todo. Para eso compraron Pegasus (software de vigilancia cibernética) entre otros chiches a esos efectos, anteriores y posteriores. Los gobiernos coleccionan secretos y las selladas de las figuritas del álbum de los secretos son los de Estado. Lo interesante es que Donald Trump, cuando dejó el gobierno de EEUU se los llevó para la casa entre las cajas de los camiones de la mudanza.

Todo está guardado en la memoria, dice la canción de León Gieco. Es verdad. Además, está todo guardado en las computadoras de la NSA yanqui, de la FSB rusa, del MI6 británico, del Mossad israelí, del MSS chino y en las cajas del garaje de la casa de Donald Trump. Pero de todo lo que está guardado en las computadoras interesa un 0,00000001 por ciento, con suerte. Guardan todo porque no saben qué, de todo, puede llegar a interesarles mañana. En cambio, de lo que se afanó Trump el porcentaje de lo interesante seguro que no tiene ceros a la izquierda.

Supongamos que usted hoy cometió una pequeña infamia, nada grave, pueril, de esas que, si uno no se obstina en cubrir con otras, terminan olvidadas por uno y también por cualquiera afectado por ella, pero existen en el mundo registros que no la olvidan. Si mañana usted es el presidente de un país, no importa de cuál, no hace falta identificarlo, aquella pequeña infamia puede ser insumo de lawfare y, si estamos a un año y medio de una elección presidencial, es mejor que ese registro lo tenga en el sótano o en el garaje de su casa. Más aún si el infame es su contendiente en esa elección.

Ni que decir si son fotos, porque a Biden le gusta pintarse la cara con betún a lo Aldo Rico o a lo Seineldín; pero para ir demasiado, demasiado lejos. En cambio, Trump se pintaba de payaso. Ahora, payaso, lo que se dice payaso, está precisando la presidencia de EEUU, aunque ayer fue arrestado en Miami y puede estar preso cuando lo elijan presidente e indultarse a sí mismo (¡si Cristina pudiera!).

Ahora usa peluca blanca. Cuando usaba peluquín anaranjado, con tres tuits resolvía el circo. No necesitaba mandar uranio empobrecido a Ucrania ni poner destructores y cazas en el Báltico, portaaviones en el mar de la China meridional, cercos criminales de un gasto de la putísima madre y, lo que es más costoso, subir el techo de deuda a más de 32 trillones arreglando con el partido alternante.

Trump tuiteaba: “Voy a convertir a Corea en una bola de fuego y furia”. Listo. A los efectos del “Titanes en el ring” que son las corporaciones mediáticas, no hacía falta mandar portaaviones. No quería dejarnos sin planeta. Después el gran Augusto (el payaso que entra a la pista triunfante, enseguida del triple salto mortal del número anterior y genera una expectativa de hazaña superior a la del acróbata, para caer de culo alegremente, ganándonos una sonrisa) se hacía un viaje a Pyongyang, comía con Kim Jong-un y acá no pasó nada, pero ahora tienen a un tipo poco serio en la presidencia, un derrochón de riesgos bélicos irreversibles. “La guerra no es cosa seria porque no es cosa de juego”, nos enseñó Platón en sus Leyes. Biden es belicista porque no es payaso.

Comparado con Biden, Trump es un payaso respetable y hasta diría muy respetable. Incluso porque su vocación de atesorar secretos de Estado debajo de la cama es digna del Guasón.

En Uruguay tenemos de presidente a otro payaso respetable, no absolutamente respetable pero respetable. No digo que Luis sea un buen payaso (aunque peor es Zelenski), digo simplemente que es un payaso respetable y con vocación de acróbata haciendo la bandera en un caño de esquina, casi más largo que su nariz.

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