“El presidente chino y secretario general del Partido Comunista, Xi Jinping, llamó esta semana a sus tropas a intensificar su preparación para la guerra, informaron los medios estatales el 19 de octubre”.
Según el artículo, Xi hizo estos comentarios durante una visita a una brigada de la Fuerza de Cohetes del Ejército Popular de Liberación que tiene a su cargo misiles —tanto de los sistemas convencionales como de los nucleares— de China, y el pasado 25 de septiembre efectuó el primer lanzamiento en aguas del Pacífico con el propósito de "probar la eficacia del armamento y del entrenamiento militar", dos objetivos que se alcanzaron, de acuerdo con el Ministerio chino de Defensa.
El artículo en cuestión terminaba subrayando que “la extrema opacidad del programa nuclear chino ha suscitado críticas de países como Estados Unidos, que estima que China cuenta con más de 500 cabezas nucleares operativas y podría duplicar esta cifra para 2030”, y “olvidaba” recordar que el arsenal nuclear del Pentágono es 10 veces mayor.
Dado que ese llamado a “prepararse para la guerra” no es parte del lenguaje de la diplomacia China, busqué en todos los “medios estatales” que leo habitualmente (Xinhua, Global Times, China Daily, People Daily, Shanghai Daily, entre otros) y, como presumía, no encontré nunca la palabra guerra en el desarrollo de la noticias, y mucho menos en los títulos.
Todos los medios estatales hacían referencia al llamamiento de Xi, en su condición de presidente de la Comisión Militar Central (la máxima autoridad del Ejército chino, el Ejército Popular de Liberación), a las tropas de misiles estratégicos del país a “fortalecer sus capacidades de disuasión y combate y a cumplir resueltamente las tareas encomendadas por el Partido y el pueblo”.
Según la prensa china, el presidente pidió a sus oficiales y soldados hacer esfuerzos “para intensificar el entrenamiento de las tropas y mejorar la preparación para el combate en todos los ámbitos, a fin de salvaguardar eficazmente la seguridad estratégica y los intereses fundamentales del país”. Como lo hace habitualmente cualquier ministro de defensa o comandante en jefe de cualquier ejercito del mundo.
El supuesto “grito de guerra” de Xi coincidió con la lectura del más que recomendable libro “China, Amenaza o Esperanza” del periodista español Javier García, que fuera jefe de las oficinas de la agencia EFE en países de Asia, Medio Oriente, África, Latinoamérica y Europa, en el que dedica el primer capítulo a la batalla (des)informativa emprendida desde hace años por gran parte de la prensa occidental (especialmente la anglosajona) para demonizar a la República Popular.
Desde hace años, Washington no renuncia a ningún frente en su batalla por contener a China.
Primero fue Trump quien, cuando asumió la presidencia en 2017, desató la guerra comercial más virulenta que se recuerde. Luego fue Biden, que desde que ocupó la Casa Blanca en 2021 no solo mantuvo la política anti China de su antecesor, sino que empeoró notoriamente las relaciones entre ambos países, agregando sanciones a las principales empresas tecnológicas chinas, restringiendo y en algunos casos prohibiendo las relaciones comerciales y de cooperación entre sus empresas y las chinas. También estimuló el desacoplamiento de ambas economías, alentó como nunca antes los propósitos secesionistas de los gobernantes de Taiwán y fomentó una extraordinaria campaña mediática para desprestigiar a la República Popular.
El objetivo es claro: crear un estado de opinión sobre China donde se exacerban los aspectos más negativos y sus defectos, y se ocultan los positivos y sus virtudes; ensuciar la imagen de su Gobierno, su gente, sus empresas y su historia.
Estados Unidos y sus corporaciones mediáticas consideran a China, y es comprensible, la mayor amenaza a su hegemonía mundial. Y a medida que su relevancia internacional aumenta, el poder de fuego informativo se concentra en todos aquellos temas que ayuden a demonizarla con estereotipos, lugares comunes, medias verdades y en muchos casos puras mentiras. Cuesta encontrar en la gran prensa occidental una cobertura periodística sobre China, no importa el tema, donde no aparezcan términos como “régimen”, “autocracia”, “propaganda”, “purga”, “represión”, “confisca”, “trampa de la deuda”.
Un ejemplo de desinformación, que debería ser estudiado en cualquier escuela de Periodismo y Comunicación Social, es el tratamiento reservado por la prensa occidental al covid-19 que azotó al mundo.
Cuando el virus aún no se había extendido más allá de las fronteras chinas, la BBC lo atribuyó a un fracaso del sistema y tituló: “Un desastre político épico”.
El confinamiento de Wuhan fue calificado como “una flagrante violación de los derechos humanos”. En cambio, cuando los países occidentales se vieron obligados a iguales medidas, éstas fueron consideradas “una necesaria política de salud pública”. Cuando las medidas restrictivas chinas empezaron dar resultado y se recuperaba paulatinamente la normalidad y su economía, se le acusó de plagiar el número de contagiados y de muertos (menos de 5.000), la mitad de la tan glorificada “libertad responsable” de Uruguay y con una población 500 veces mayor. Estados Unidos, cuyos muertos superaron el millón, aseguró tener pruebas (nunca confirmadas) de que el virus había salido de un laboratorio de Wuhan.
Según comenta García en su libro, para los medios anglosajones la política del cero covid no se hizo para salvar vidas, sino por “una obsesión dogmática” de las autoridades para no ceder en sus políticas y aferrarse al poder.
Una vez que China fabricó sus propias vacunas, una ola informativa sin fundamento científico, promovida por las grandes empresas farmacéuticas, alertó al mundo sobre la dudosa eficacia del antídoto chino. Sin embargo, poco y nada se dijo cuando la OMS aprobó la vacuna china Sinopharm.
Las exportaciones o donaciones de vacunas chinas no fue atribuida a la necesidad de que los países más pobres las recibieran —a precios mucho más baratos que las occidentales y sin necesidad de refrigeración especial— para luchar contra la pandemia, sino que fue calificada como “la diplomacia de las vacunas”, atribuyéndole ocultas intenciones políticas para reforzar la dependencia de los países receptores. También silenciaron que uno de cada dos habitantes de América Latina recibió la vacuna china (245 millones de dosis), mientras que Estados Unidos y Europa solo aportaron 45 millones para un continente de más de 500 millones de personas.
La desinformación de que es objeto Beijing es la expresión de todos aquellos que han decidido pasar por alto los beneficios que China aporta para mejorar las condiciones de la humanidad y se dedican a enfatizar que el aumento de su influencia atenta contra el orden mundial y puede convertirse en un ejemplo a seguir por otros países.
La guerra informativa contra China es el intento periodístico obsesivo de presentarla como una “amenaza”. Sin embargo, nada se dice de que el supuesto “amenazador” es el único país miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que nunca participó en una guerra fuera de sus fronteras (solo en los últimos 35 años, Washington llevó a cabo más de 100 intervenciones militares), ni ha promovido cambios de régimen en ningún país, ni conspirado contra ningún gobierno, ni ha obligado a los países a aplicar devaluaciones, privatizaciones, recortes presupuestales, ni discriminado por modelos de gobierno, como sí lo hizo desde siempre Estados Unidos, cuyas políticas son las realmente “amenazadas” por la República Popular.