Érase una vez un paisito en que se vendía un riquísimo café de industria uruguaya, creo que con materia prima brasileña: El Chaná. Se comercializaba en paquetes de 250 y 500 gramos y de un kilo. En comercios especializados se vendían unos latones de 500 gramos donde el café se manejaba y conservaba mejor a domicilio que en las bolsas que se traían de almacenes y supermercados. Cuando se pasaba el café de las bolsas para los latones había que tener mucho cuidado para que no se volcara café porque la lata llevaba casi exactamente los 500 gramos que tenían las bolsas.
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Pasaron los años y, repentinamente, empecé a notar que no era ya necesario cuidar tanto el volcado de la bolsa en la lata; había claramente menos en la bolsa de lo que cabía en la lata, algo que nunca había pasado. Bien, pensé que era un accidente, o que había volcado sin notarlo café fuera de la lata, o que accidentalmente en la fábrica habían puesto menos café en las bolsas de 500 g.
Pero siguió sobrando lata para el café; y hasta me pareció que cada vez había menos café en las bolsas de 500 g, aunque solo con una microbalanza lo habría podido verificar con precisión. Pero no la tenía y no quería molestar en ninguna ‘boca’ para esa minucia; podían estar en pleno pico de venta, o pagando las coimas usuales para sobrevivir; no valía la pena, claramente.
¡Ah! Multinacional Nestlé compra nacional el chaná
Pregunté si pasaba algo y me dijeron que no sabían, pero que la multinacional de alimentos Nestlé había comprado la fábrica uruguaya El Chaná, y que seguía vendiendo el café. ¡Malditas multinacionales!, mascullé. Como siempre, más voraces, rapaces y ladronas que las empresas nacionales, reflexioné para mí mismo. Lo pensé, pero no se lo conté a muchos, ni menos lo elegí como tema para la columna semanal de Caras y Caretas.
¿Por qué cambié ahora de idea, lo convierto en material de columna y lo cuento abiertamente? Verá.
Porque el otro día, buscando mi tradicional bolsa de El Chaná de 500, me encuentro con unas bolsas de oferta que anunciaban 600 gramos por el precio de 500; entonces, aunque había de las de 500 tradicionales, obviamente elegí una de las bolsas en las que estaba escrito que me daban 600 g por el precio de 500. Le confieso que ya esperaba gato encerrado: concretamente, esperaba que no hubiera 600 gramos en la bolsa que decía contenerlos, así como ya hacía mucho que no había 500 gramos en las que decían tenerlos. Llegué a casa sin grandes esperanzas de haber comprado 600 gramos, así como ya no esperaba desde hacía mucho encontrar 500 en las bolsas que eso decían; pese a lo cual las seguía comprando, dada mi fidelidad a la marca por la calidad de su sabor, que creo que Nestlé, sabiamente, al menos mantuvo, a diferencia de sus cantidades.
Tristemente, mis temores se confirmaron plenamente. La bolsa de 600 entró justito, perfectamente, en la lata ¡de 500! Entonces, la posible estafa ya común con los 500 se convertiría ahora en una triple estafa: 1, los anunciados 600 en generosa oferta apenas llegarían a ser 500; 2, por lo tanto, no habrían tampoco añadido altruistamente 100 a los usuales 500; 3, los 500 básicos seguramente tampoco lo serían, como sucedería ya desde hace unos años. Las bolsas de 500 seguirían teniendo menos que eso, las nuevas de 600 tendrían apenas 500, no se les habría agregado 100 a 500; y esos 600 no provendrían de un samaritano plus de 100 sobre 500. Bullshit, entonces. Simplemente, se le querría hacer creer a los ya estafados compradores de El Chaná que la empresa era tan generosa que le vendía aun más café por bolsa que la que ya graciosamente les daban con las bolsas de 500. Estafa que ocultaría con otra a la anterior, y que intentaría darle prestigio de generosidad a quienes, por el contrario, lo estarían defraudando. En la lata para 500 gramos sobran los contenidos de las bolsas anunciadas como de 500, y entran en ella exactamente los contenidos de las bolsas que anuncian generosos 600.
Si antes me había comido el fastidio por la sistemática reducción de la cantidad de café en las bolsas de 500, -porque para reclamar judicialmente o ante agencias de consumidores no tendría volumen suficiente de daño -, ahora ya no podía tolerar que me siguieran suponiendo un crédulo idiota indefinidamente estafable. Porque aunque el daño agregado que yo sufría no llegaba a unos cientos de pesos mensuales, lo que ni me fundía ni totalizaba un monto que asegurara la apertura de causas civiles o penales -además de la difícil y engorrosa prueba retrospectiva necesaria-, imagine usted cuánto habría embolsado la multinacional con ese déficit de café en las bolsas de 500 y ahora en las de 600 (probablemente repetida en las de 250 y un kilo, además); y no solo conmigo, sino con los miles de consumidores ocasionales o fieles adeptos. No sé si habrá algún colectivo que encuentre merecida y factible la organización de reclamos sobre lo dicho hasta acá; seguramente sabiendo que los elencos jurídico-contables de las multinacionales son huesos duros de roer, y que habría que gastar mucho y esperar más para una incierta resolución judicial favorable, además el conflicto podría dirimirse en terreno extranacional porque es el caso de un producto de una multinacional, aunque se vendiera en un territorio nacional. En todo caso, y suponiendo que tal denuncia no valdría la pena por engorrosa, cara, demorada y de incierto resultado, al menos esta columna y lo que podrían ser sus secuelas en el ‘boca a boca’ y en las redes sociales podrían conseguir algún nivel de justicia en el tema; y evacuar aflicciones y humillaciones provocadas por las posibles estafas y el cinismo de sus autores.
S.O.S., lector/a
¿Y por qué le pedimos, no solo atención a la historia, sino su ayuda, lector?
Uno. Porque yo puedo haber ‘ligado’ mal con las bolsas que me tocaron. Dos. Porque no pesé con precisión cada una de las bolsas, sino que solamente comparé lo que entraba en una lata de contenido fijo, con los contenidos de lo que entraba en ella desde las bolsas, de 500, y en la nueva de 600. Para más seguridad en las afirmaciones sería bueno que otros adictos al café El Chaná repitieran mis maniobras y vieran, mejor, cuánto pesan, o que, al menos como yo hice, compararan cuánto entra, de las bolsas de 500 y de 600, latas hechas para exactamente un máximo de 500.
Le agrego, lector, que no soy ningún maniático chequeador, en mis compras cotidianas, de la correspondencia de los contenidos anunciados contra los contenidos efectivos proporcionados; la posibilidad de la estafa se me apareció naturalmente cuando ya no necesité cuidar el vertido de las bolsas en la lata, porque ya no eran 500, sino menos, los gramos en la bolsa que requerían cuidado para no volcarse al ser vertidos en una lata para exactamente 500. Y tampoco lo hago habitualmente, porque no soy meticuloso en cuestiones materiales prácticas (sí en disquisiciones teóricas, en cambio), y porque quizás me agarraría frecuentes, inútiles y poco conducentes calenturas si chequeara lo que las balanzas de almacenes, puestos esquineros y supermercados me venden.
La del estribo. Mire que no soy ningún publicista de alguna marca de café alternativa en el mercado, que busca desprestigiar, mediante algún recurso que ataque, por razones diferentes de las de su calidad y sabor, a El Chaná y/o a Nestlé. Tampoco soy un sutil propagandista de El Chaná que, como modo de vender más, sugiere pruebas para evidenciar o no fraudes, lo que indirectamente incitaría a comprar más (por ejemplo, bolsas de 500 y de 600 teóricas) y no solo para tomar ese café. Pero si a usted le interesa chequear mis experiencias cafeteras, o calibrar la honestidad de las multinacionales (sin duda perjudicadas en su prestigio por la macabra macromaniobra de Pfizer con la vacuna covid), o verificar la medida en que está recibiendo lo que le dicen que le están vendiendo los comercios, reitere intencionalmente lo que me sucedió a mí inadvertidamente hasta que me hice consciente de lo que podía estar pasando.
Bueno, al menos fue una columna diferente, ¿no?
Déjeme agregarle que siempre he sostenido -y así se lo he manifestado inútilmente a militantes políticos- que para convencer a personas comunes de la maldad palpable del sistema, y para movilizarlo en consecuencia, el único modo eficaz sería el de mostrarle cómo su cotidiano personal y grupal está acumuladamente afectado por las maniobras de empresas multinacionales, nacionales y públicas; porque el mero recitado de exquisiteces teóricas, o de jaculatorias radicales, o bien podrían no ser entendidas a plenitud, o bien no conducirían a una concientización suficiente acerca de los daños y perjuicios que esos actores cometerían, solo comprensibles a través de esos esquemas conceptuales cuando fueran urticantemente sentidos por la vivencia de esos ataques a la cotidianidad en todos los aquí y ahora concretamente experimentables por las personas.