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Columna destacada | vida | recuerdo |

Recuerdo

Mariano Arana: vivir no es necesario, navegar es necesario

Se nos ha ido el querido y el querible Mariano Arana. Hablar de su vida y de su trayectoria, tan rica y tan vasta, constituye una empresa difícil.

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Diría, para empezar, que Mariano Arana constituye un vivo ejemplo de aquello que Arturo Ardao denominó la inteligencia americana; una capacidad creadora fundante. No abundaré aquí en los datos de su riquísima biografía, en su altísima formación académica, en su legado como docente y como político. Prefiero detenerme en dos o tres pinceladas existenciales que lo hacen especial y por qué no irreemplazable, y por las cuales ya ha pasado a integrar el alto podio de la memoria colectiva. Me llamó una tarde de agosto, el año pasado. Para conversar, para intercambiar sensaciones, para echar afuera esas angustias y anhelos humanos que él sabía identificar como pocos. Atesoro ese diálogo como un invaluable recuerdo.

Mariano supo desarrollar una peculiar comprensión del mundo, porque se atrevió a mirarlo y a vivirlo, a marchar a pie firme por su senda, y lo hizo siempre en una comunión de almas, en compañía de los demás, y en permanente estado de alegría, teñida eso sí de la santa indignación de quienes conocen el bien y el mal y no se resignan a la injusticia, ni se quedan en su casa soportándola con una pasividad cómplice, sino que salen a la calle a combatirla. Ese es un rasgo que no abunda y que lo convierte en un auténtico sembrador.

Mariano era un hombre bueno y, como tal, un hombre generoso. Desarrolló, desde su profesión y su amor a las artes, ideas, iniciativas y proyectos plenamente insertados en la ética, la circunstancia y la realidad de su espacio y de su tiempo, y por lo mismo, dotados de universalidad. Uno de tantos ejemplos es su contribución a la fundación de la editorial Banda Oriental, la más prolífica, la más prestigiosa, la más ocupada y preocupada en sumar a la conformación de la “inteligencia” nacional. Otro es, por supuesto, su importante acción política, que no deseó, que no buscó, que no ambicionó, pero que de todos modos asumió y cumplió a cabalidad, como un deber social y cívico. Plasmó su carácter altruista, afable y apasionado en todas las cosas que llevó a cabo: desde la arquitectura a la cultura en sentido general, entendida no como un lujo reservado a una elite, sino como un derecho humano integral, y lo hizo siempre en referencia a la comunidad, al pueblo, a esa entidad de carne y de sangre, de dolores y de esperanzas renovadas, a la que amó y de la que formó parte. Mariano no provenía de la izquierda, pero fundó en más de un sentido la izquierda, en todo lo que esta significa en materia de lucha por los ideales de libertad, igualdad y justicia, y por una causa común.

Su vida no solo ha sido larga, sino plena en logros de los que permanecen, pues suman a la trabajosa construcción de aquello que nuestros grandes pensadores denominaron el bien público. Iba a empezar estas palabras diciendo que la arquitectura fue su gran pasión, pero temo equivocarme. Habida cuenta de sus enormes y múltiples dimensiones humanas, yo creo que esa pasión se cifra más que nada en el alma y en el destino humano, y también en un cabal sentido de compasión, que significa padecer con otros, compartir una aflicción y una pasión, hacer de la empatía una segunda piel.

Eso es Mariano Ariana. Un compañero íntegro. Un ser que se hizo y que marchó con otros, en cuadro apretado, “como la plata en la raíz de los Andes”, al decir de José Martí, para que no pase el gigante de las siete leguas que nos puede poner la bota encima. Ese gigante era para Mariano todo lo que conspira contra la pública felicidad, venga de donde venga y se disfrace del bicho que se disfrace. Uno de los privilegios de una vida larga y noble como la suya, es la de haber podido erigirse en sujeto de transformación, y haber acumulado experiencia histórica, ese saber auroral del que nos habla el tucumano Arturo Andrés Roig, por el cual somos capaces de ponernos como valiosos para nosotros mismos. A Mariano lo visitó más de una vez esa sabiduría, encarnada en el búho de Minerva, hasta que decidió irse con él a recorrer edades ciegas. Supo hacer suya esa frase atribuida al romano Pompeyo, que recoge el poeta Fernando Pessoa en unos versos, y que formó parte del emblema del semanario Marcha, entre nosotros: “Vivir no es necesario, navegar es necesario”. Porque navegar es crear, tomar riesgos, marcar caminos, pasar antorchas, señalar horizontes. Por eso Mariano se queda y permanece, porque los buenos, los que se van de cara al sol, siguen a nuestro lado, para darnos ejemplo y aliento en esta empinada cuesta de la vida, en la que al fin de cuentas, lo único importante y lo único verdaderamente urgente es ayudar a bien vivir a los otros.

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