Meter en una misma bolsa a John Lennon y Robert Silva, a Salman Rusdhie y Graciela Bianchi o a Jair Bolsonaro con Orlando Pettinatti no parece algo lógico y racional; pero, justamente, de lo que escribiremos es de conductas ilógicas a irracionales.
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El punto es que nuestra mente tiende a creer lo que le conviene. Todo hecho admite, por lo menos, dos interpretaciones. Al no haber pruebas contundentes que avalen una u otra, solemos adoptar la que conviene a nuestro sistema de creencias y deseos, rechazando a priori todo argumento que fortaleza la teoría que nos incomoda. Muchas veces, esa persistencia de aferrarnos a una idea basada en un deseo nos lleva a incoherencias supremas.
Cuando alguien acusa a un político de ser corrupto, sus seguidores salen de inmediato a decir que es una operación en su contra armada por sus adversarios, mientras que a quienes militan en filas opuestas les basta un titular o un mero rumor para aceptar la acusación y repetirla con placer, cometiendo impúdicamente los delitos de difamación e injurias. Sin embargo, en incontables ocasiones ambas posturas acertarán; es decir, muchas personas realmente son víctimas de calumnias o procesos judiciales amañados a la vez que otras sí son culpables de todo lo que se les acusa.
Cuando se atenta, con o sin éxito, contra una persona pública, nuestros prejuicios obran en contra de un análisis sensato, serio y objetivo a la hora de calificar el hecho. Suele suceder que, tras un atentado fallido, la popularidad de la víctima aumenta. Así sucedió con Jair Bolsonaro. El 6 de setiembre de 2018 el entonces candidato presidencial estaba sobre los hombros de un militante saludando a sus fanáticos en Juiz de Fora, estado de Minas Gerais. Su discurso radical no ocultaba ni oculta su odio contra los socialistas, comunistas, sindicalistas, defensores de los derechos humanos, negros, judíos y, sobre todo, homosexuales. Entre la multitud estaba Adélio Bispo de Oliveira, de 40 años, quien logró abrirse paso hasta llegar al candidato para apuñalarlo en el abdomen.
El atentado fue real y la lesión más grave de lo que parecía en principio. Los médicos dijeron que le salvaron la vida en la sala de operaciones y tuvo que pasar por el quirófano tres veces más para solucionar problemas derivados de la herida. Sin dudas, el atentado convirtió al victimario de Brasil en víctima y le allanó el camino hacia el triunfo en las urnas. En cuanto al agresor, obró en solitario porque Dios le había ordenado que lo hiciera.
El 8 de diciembre de 1980, John Lennon y Yoko Ono se encontraban en Nueva York, en la entrada del edifico donde tenían su apartamento, cuando Mark David Chapman le disparó cinco veces por la espalda al ex Beatle. La teoría del complot no tardó en germinar y al día de hoy, mientras Chapman continúa preso, mucha gente cree que la CIA organizó el atentado para quitarse de en medio a Lennon, que le incomodaba con su mensaje hippie-socialista-liberal-pacifista. Sin embargo, el asesino solo era otro demente buscando fama sin importar lo que había que hacer para alcanzarla.
El 30 de marzo del año siguiente, John Hinckley Jr. hirió al presidente Ronald Reagan, de 70 años, y a otras tres personas con un arma de fuego. ¿El motivo? Ningún complot. Tal como anunciaba en una carta dirigida a Jodie Foster, lo que buscaría sería llamar la atención de la famosa actriz.
En el reciente atentado contra el autor de Los Versos Satánicos, Salman Rushdie, aún queda por saber si el autor buscaba fama, dinero o es otro demente que oye voces de su dios.
Un verdadero complot fue realizado para asesinar al presidente John Kennedy el 23 de noviembre de 1963; pero, aún hoy, se desconoce la verdad de la intrincada trama.
Nada de esto implica que un intento de atentado no se pueda “fabricar”; pero cuando quien opina es una persona pública, debe ser cuidadosa con sus opiniones.
En noviembre de 2011, María Corina Machado era precandidata presidencial de la MUD, en Venezuela. Un día llamó a su madre, sin saber que la estaban grabando, y le advirtió que iba a salir una noticia de que habían atentado contra ella en la parroquia 23 de febrero; pero que se quedara tranquila, que estaba todo armado por su equipo. La madre, más sensata, le recriminó: “Bueno, okey; pero, pero... pero ¡¿cómo pueden inventar eso, coño?!” La precandidata cerró la charla abruptamente: “Chao, quédate tranquila”.
En el caso de quien apuntó un arma a pocos centímetros de la sien de la vicepresidenta Cristina Fernández, tanto la derecha argentina como uruguaya están haciendo lo imposible para instalar la idea de que se trató de un teatro armado por la propia víctima y su equipo. No importa lo que se llegue a descubrir; la derecha necesita que Cristina sea culpable de todo lo que se le acusa, que vaya presa por lo que le queda de vida y que haya contratado al brasileño.
La diputada Amalia Granata publicó en su cuenta de Twitter una foto de CFK rodeada de jóvenes que le apoyan. Delante de ella hay un muchacho realizando el símbolo de la victoria con dos dedos y su cabeza está señalada por un óvalo rojo. Granata dio a entender que ese era quien intentó “asesinarla” y sería un kirchnerista. Previamente había pedido la libertad del detenido Fernando André Sabag Montiel, diciendo: “¡Suelten al perejil!”.
Hablamos de una diputada. ¿Cómo se puede ser tan irresponsable?
El hecho es que el joven de la foto no tenía nada que ver con el nazi brasileño. Ignacio Barbieri, al que Granata señaló como el sicario (y con ese término) se ha visto afectado y el 4 de setiembre escribió: “Tengo más de 3.400 notificaciones porque algunos trolls de @mauriciomacri, @PatoBullrich, @horaciorlarreta y compañía están usando imágenes mías para decir que soy el brasilero. No solo son gorilas, sino que no usan ni media neurona y no tengo ni un parecido...”.
La diputada opositora no solo expuso la vida de este joven; ni siquiera le pidió disculpas, por lo que Barbieri le envió un mensaje: “Nos vemos en la Justicia, Granata, te vas a comer una denuncia”.
Sin embargo, y aunque Granata cometió un delito al difamarlo, no pasará nada, ya que, en nuestros países, por tener fueros o poder mediático se puede pisotear impunemente a las personas. En Uruguay, la senadora Graciela Bianchi, Orlando Petinatti y Fernando Marguery hacen uso y abuso de ese poder.
El ultraderechista de Esta boca es mía ha publicado en su cuenta de Twitter la foto de una diputada kirchnerista con el texto “La mayoría de nuestras importaciones provienen de otros países”. La intención al publicar esto es descalificarla; pero con tan poca creatividad que usa una frase utilizada en infinidad de ocasiones para mostrar como estúpidas a las personas que, supuestamente, la dijeron. Estas expresiones ya fueron adjudicadas a George W. Bush, Nicolás Maduro y Mauricio Macri, entre otros.
Marguery también afirma que el atentado contra Cristina fue un circo armado para favorecerla. Lo mismo hizo Orlando Petinatti, publicando el logo de Netflix modificado a “Inventflix”, lo que le valió una andanada de recriminaciones en las redes sociales. El senador Sebastián Da Silva tildó al intento de magnicidio como “maniobra de victimización”, sin esgrimir ninguna prueba de su grave acusación. Es obvio que el coeficiente intelectual de Da Silva está muy por debajo del promedio; pero en su calidad de senador del Partido Nacional tendría que ser más prudente al hablar de la vicepresidenta de un país vecino.
En cuanto a Graciela Bianchi, de quien todo el país se pregunta sobre su salud mental, en 2020 escribió en Twitter: “Hoy hace cinco años que mataron al Fiscal Nisman (según la Justicia argentina en sentencia ejecutoriada) por acusar a Cristina Kirchner y su gobierno de amparar la impunidad del atentado de la AMIA. La prueba documental: el Memorándum de Entendimiento con Irán”. ¿Pruebas? Bueno, entre sus múltiples delirios hay uno en que la CIA y la Casa Blanca le pasan información que no comparten ni con el gobierno argentino.
A la derecha le conviene instalar la idea de que a Nisman lo mandó a matar Cristina; pero nadie en su sano juicio podría ver en la muerte del fiscal otra cosa que no sea suicidio. Pidió un arma y se mató con esa misma arma. Leí sus acusaciones contra CFK. Estaban escritas por una persona con sus facultades mentales claramente alteradas. La inmensa mayoría de las páginas eran recortes de prensa, reiteraciones y especulaciones delirantes que ningún juez tomó en serio. Solo Bianchi; pero a esta altura ha dado suficientes pruebas de que es inimputable.
Finalmente, por culpa de un par de imbéciles (uno que grafiteó la casa y otro que arrojó un termo contra el vehículo de Rober Silva) hemos tenido que soportar durante semanas enteras que se hablara de atentados contra el presidente del Codicen de la ANEP. Lo voy a decir con todas las letras: tanto el que escribió el grafiti como el que arrojó el termo dañando el vehículo del jerarca son imbéciles que, sin quererlo, operan para la derecha. Robert Silva les está sumamente agradecido. Gracias a ellos ha ocupado todos los espacios posibles en los medios de comunicación. De hecho, en Uruguay, su caso tuvo más repercusión que el de Cristina, pese a que, en Argentina, la cosa no fue un termo, sino un arma de fuego en manos de un psicópata, tan idiota como estos, solo que más peligroso.
Pintar la casa de un jerarca es hacer el juego a la derecha; que usa eso como acto terrorista. Es una torpeza. Este gobierno ataca a la educación de maneras graves y serias; pero tenemos que oponernos de manera inteligente y no haciendo lo que la derecha quiere que hagamos.
Sanguinetti calificó de fascismo a la pintada contra la casa de Robert Silva. A varios días de la pendejada se siguen victimizando. Fascismo, Julio María, fue impedir a Seregni y Wilson ser candidatos en 1984 para que no tuvieras competencia; por eso defiendes tanto a los golpistas.
En cuanto a la causa contra CFK, no puedo decir que sea culpable o inocente; pero lo poco que sé de la acusación fiscal es que tiene varias especulaciones traídas de los pelos, lo que sumado a la tremenda corrupción que ostenta buena parte del Poder Judicial argentino y varias pruebas de connivencia de jueces y fiscales con el poder político opositor, no descartamos que se esté haciendo con ella lo mismo que con Lula en Brasil y Rafael Correa en Ecuador, siguiendo el plan urdido en Atlanta a fines de 2012 y revelado por unos de los presentes, el diputado dominicano Manolo Pichardo.
Pichardo acusó a un presidente sudamericano de presentar un plan para hacer caer a presidentes de izquierda ante la imposibilidad de “ganarles a estos comunistas por la vía electoral”. El primer paso sería una gran campaña de descrédito contra los líderes progresistas, contando para ellos con los principales medios de comunicación. Ese presidente llegó incluso a mencionar algunos de los medios cómplices. El segundo paso sería transformar las campañas mediáticas en procesos judiciales contra esos dirigentes o sus familiares cercanos. A partir de ahí, sobran ejemplos de la puesta en marcha del plan en América Latina.
El legislador publicó y firmó su acusación contra ese presidente creador del “Plan Atlanta”: Luis Alberto Lacalle Herrera.
Quizá esto explique la desesperación de Bianchi, Da Silva, Marguery y Petinatti por declarar culpable a Cristina antes de que lo haga el juez.