El mapa político cambió drásticamente desde el 27 de octubre y la derecha no parece comprender los nuevos desafíos de la coyuntura que se viene a partir de 2025, al margen del desenlace del balotaje, que se dirimirá el domingo 24, entre el Frente Amplio encabezado, por Yamandú Orsi, que no es un bloque sino un partido político con policromías y singularidades, y la Coalición Republicana, que sí es una alianza de cuatro partidos que cobija a todo el arco de la derecha, desde la más neoliberal hasta la más visceral y ortodoxa.
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Las urnas hablaron y su dictamen, que es naturalmente inapelable, fue contundente. Incluso lo reconoció la propia senadora nacionalista Graciela Bianchi, que en sus últimas declaraciones lució bastante más moderada y lejos del discurso confrontativo que la caracteriza. Evidentemente, entendió lo que no parecen entender ni sus compañeros del Partido Nacional ni su primer socio, el Partido Colorado, liderado por el futuro senador Andrés Ojeda, un abogado mediático que hace apenas un año no soñaba ni remotamente que estaría invitado a la fiesta. No en vano, por la mejora en la votación de su colectividad, anunció, la misma noche del domingo 27 de octubre, que se venía un cogobierno sólo blanqui-colorado.
Este leguleyo, que frivolizó la política a base de músculos reconfigurados por la inteligencia artificial, de banales apelaciones astrológicas, de mera ramplonería y de un discurso digestivo y pasteurizado, reiteró su reflexión cuando ya se conocían los resultados oficiales que depararon un cambio cualitativo que no debe ser desestimado, a riesgo de que el próximo gobierno padezca la paralización que caracteriza a los carecen de las mayorías indispensables para gestionar.
En cualquier hipótesis, gane Orsi o gane Delgado, porque la consulta electoral del domingo 24 no es entre partidos sino entre candidatos, el Frente Amplio no podrá ser excluido.
Ojeda, quien captó que en una colectividad en decadencia, huérfana de liderazgos y vacía de ideología había oportunidades para alguien de afuera de la estructura, está cegado por la ambición y no comprende que el mandato de las urnas modificó la correlación de fuerzas en el Poder Legislativo. En efecto, en caso de que gane Delgado, situación que está dentro de las posibilidades, la Coalición Republicana ya no dependerá sólo de sí misma para gobernar, porque el Frente Amplio plantó bandera en el Senado y, en la Cámara Baja, pese a ostentar 49 escaños, no alcanza la mayoría requerida.
Álvaro Delgado tampoco parece comprender la situación, porque además de pronosticar que ganará con mayor diferencia que la que logró Luis Lacalle Pou en 2019, anuncia que, en una eventual presidencia suya, gobernarán sólo los integrantes de la CR, más allá de su caudal electoral.
Las eufóricas e injustificadas expresiones triunfalistas de Ojeda son el primer síntoma de conflicto entre los socios más pesados del contubernio derechista, quienes reprobaron sus respectivos exámenes de Aritmética elemental. En efecto, no parecen entender que 16 es más que 14 en el Senado y, en la hipótesis de que el candidato blanco ganara la elección y Valeria Ripoll se transformara en presidenta de la Cámara Alta, la proporción sería de 16 a 15.
Tampoco visualizan que 49 no es 50, que es el medio centenar de escaños necesarios para alcanzar la mayoría en la Cámara de Representantes. Para lograr ese piso, un eventual gobierno encabezado por Delgado deberá negociar con el FA o darse de narices con Gustavo Salle, el líder de la sorprendente Identidad Soberana, que sólo negocia su apoyo, por ejemplo, a cambio de la expulsión de las pasteras y de otras condiciones que para la derecha, obviamente, son inaceptables. Este locuaz abogado, quien pese a sus desplantes y su verba explosiva y presuntamente antisistémica no es un mero “bufón con megáfono”, como lo definió un panelista de un programa televisivo, también apoyó el plebiscito destinado a eliminar a las rapiñeras AFAPs. En este tema está más cerca del Frente Amplio, que en su programa de gobierno prevé la creación de un pilar jubilatorio de ahorro no lucrativo. Es decir, Salle está a años luz de la sensibilidad de la derecha y, salvo un giro sorpresivo, que nunca falta en política cuando se trata de repartir parcelas de poder, será un legislador contestatario.
Aunque nadie ostente el Oráculo de Delfos que en la antigua Grecia solía augurar desastres y calamidades, será muy complejo que IS se entienda con la derecha en un eventual gobierno de Delgado, porque Salle, según afirmó, sólo representa la voluntad de sus votantes, que suman casi 65.000. Aunque el folclórico leguleyo acusó tanto al oficialismo como al FA de ser “asociaciones para delinquir”, es evidente que está más cerca de la izquierda frentista que de la derecha coaligada, que es una mera suma de minorías.
Cualquiera sea el desenlace del 24, lo que nacerá a partir del 1º de marzo será un gobierno forzado por las circunstancias a acordar y radicalmente diferente al de Luis Lacalle Pou, que se caracteriza por gestionar el Estado mediante un estilo presidencialista y bonapartista, por detentar una sólida mayoría en el Parlamento integrada por partidos que se repartieron la suculenta torta de los ministerios y cargos de confianza política.
Esa situación cambiará a partir del 1º de marzo de 2025, porque habrá menos torta para repartir. En todo caso, si gana, Orsi tendrá la porción más grande, por disponer de mayoría en el Senado y la posibilidad de acordar algunos temas con IS y hasta con Cabildo Abierto, que ha votado en más de una oportunidad con el FA, más por estrategia que por afinidad ideológica.
En consecuencia, con casi todas las cartas vistas, menos el as de la manga, la pregunta es: ¿Uruguay está a las puertas de un gobierno de cohabitación política, que ninguna relación tiene con los pactos de coparticipación rubricados entre colorados y blancos entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, para mitigar las voraces ambiciones políticas y evaporar la sangre regada en los campos de batalla por las guerras fratricidas entre divisas?
La cohabitación política, que más allá de otros eventuales antecedentes habría nacido en Francia en la segunda mitad del siglo pasado luego de la creación de la denominada Quinta República, es un gobierno que mixtura un Poder Ejecutivo de un partido con un Parlamento adverso y hasta de otro signo ideológico. Por supuesto, el país galo tiene un sistema político diferente, ya que el poder no sólo es ejercido por el inquilino del Palacio del Elíseo, es decir el presidente, sino también por el primer ministro, cuyo nombramiento debe ser convalidado por la Asamblea Nacional, que es el Poder Legislativo.
Como en Francia las elecciones presidenciales y las legislativas están separadas en el tiempo, esta coyuntura se registró en más de una oportunidad y el esquema de gobernanza funcionó con éxito, tanto con gobiernos encabezados por mandatarios de derecha como de izquierda. Obviamente, es un país con una idiosincrasia muy diferente a la nuestra.
Aunque la suma de la Coalición Republicana superó por 90.196 sufragios al Frente Amplio —que es el partido más votado por demolición—, Orsi está mejor posicionado para gobernar, por su mayoría en el Senado, su cintura política para conciliar acuerdos y su probada experiencia de gestión en un departamento con más de medio millón de habitantes.
El desafío para el FA es pescar en una pecera enorme que incluye 102.285 sufragios de los partidos menores, algunos de los cuales no tendrán representación parlamentaria; a los que sufragaron en blanco o anulado, que suman 85.137; a los 283.742 (10,4 % del padrón electoral) que no concurrieron a las urnas y a los 33.844 ciudadanos que sólo depositaron papeletas en la urna. Todos suman 505.008 votos huérfanos. También se podría captar a votantes coalicionistas que no se sientan representados por Álvaro Delgado y Valeria Ripoll, que valen doble. A no dejarlos escapar.