Lula da Silva ganó la primera vuelta, pero no le alcanzó ante Jair Bolsonaro que logró un mejor desempeño del esperado. Quedan ahora semanas de campaña marcadas por tensiones y expectativas ante lo que aparece como la contienda más importante de la historia reciente del gigante latinoamericano.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
“Estamos del lado de Brasil y de la democracia. Quiero volver porque día y noche pienso en conquistar mejores condiciones de vida para el pueblo brasilero. A eso voy a dedicar mis próximos cuatro años de vida. Buenas noches y hasta mañana”, tuiteó Lula da Silva el martes 4 de octubre en la noche, dos días después de los resultados electorales. El vértigo político brasilero no tuvo freno entre la primera vuelta y el inicio de la campaña para la segunda que enfrentará a los dos grandes rivales: Lula y Jair Bolsonaro, la revancha.
Se habían realizado dos estimaciones principales antes de las elecciones. La primera, cargada de un tal vez excesivo optimismo, era que Lula podría ganar en primera vuelta con más de 50% de los votos. Algo que nunca había logrado con anterioridad, la esperanza de un batacazo. La segunda, que la distancia entre ambos sería de diez o más puntos, dando a una amplia ventaja al líder del Partido de los Trabajadores (PT) ante el actual mandatario de cara al balotaje. Ambos escenarios eran los que la anticipaban gran parte de las encuestas, en particular el segundo.
Pero pocos imaginaron el resultado final del domingo en la noche, no el 48,43% de votos para Lula, su segundo mejor resultado en una primera vuelta desde 2006, sino el 43,20% de Bolsonaro, que quedó a cinco puntos de distancia. La reacción anímica fue notoria, con una suerte de desconcierto dentro del búnker y la militancia del PT, mezcla de desilusión por no ganar en primera y ver el resultado de Bolsonaro y, en contraste, un entusiasmo dentro del bolsonarismo. Tal vez ni Bolsonaro y sus aliados habían imaginado lograr un resultado de esa dimensión, no solamente en presidencia, sino también en las gobernaciones y, sobre todo en las dos cámaras del Poder Legislativo.
Un mapa partido
Lula obtuvo más de seis millones de votos más que Bolsonaro: 57.259.504 contra 51.072.345. Comparado con 2018, cuando estaba preso en Curitiba y Fernando Haddad era candidato del PT, logró 26 millones de votos más. El resultado del expresidente brasileño para volver al Planalto fue muy bueno, en particular si se toma en cuenta la persecución mediática, judicial, política, la avalancha que debió enfrentar, y de la cual tuvo que reponerse con ahora 76 años.
Bolsonaro obtuvo por su parte dos millones de votos suplementarios comparado con su primera vuelta de 2018. Demostró no solamente la existencia de una base social consolidada que mantiene su apuesta por él luego de sus cuatro años de mandato, sino la capacidad de crecimiento, de romper un techo que muchos intuían más bajo. Se mostró competitivo en la carrera presidencial y evidenció que la derecha brasileña se encuentra hoy bajo liderazgo de la extrema derecha.
El resultado en las gobernaciones mostró por su parte un mapa partido en dos: el PT y sus partidos aliados lograron encabezar en 14 de los 27 estados en juego, ganando en 5 en primera vuelta. Bolsonaro y sus aliados lograron imponerse en 9 de ellos el pasado domingo. La segunda vuelta será también entre 13 candidatos a gobernadores en una distribución geográfica clara: el norte, nordeste y parte de la costa centro se encuentran bajo mayoría del petismo y aliados; mientras que el sur, como San Pablo, Río de Janeiro, los estados del agronegocio, la deforestación y la minería ilegal del occidente están bajo dominio del bolsonarismo. Un mapa similar al de 2018.
El Legislativo mostró, en cambio, un resultado más favorable al bolsonarismo que a las fuerzas progresistas. El Partido Liberal (PL), bajo el cual se presentó Bolsonaro, obtuvo 99 de los 513 escaños en Diputados, siendo el mejor resultado de un partido desde 1998 y, junto a sus aliados, alcanzó un 53% de las bancas, dejando al PT y aliados con 80 bancas. En el Senado llegó a 43% contra 17% del PT y aliados y 30% del centro. Un saldo con mayorías bolsonaristas y la siempre presencia del denominado “centrão” que, por tradición, suele acercarse y realizar acuerdos con quien se encuentra en la presidencia.
El arraigo bolsonarista
Bolsonaro realizó demostraciones de fuerza durante su campaña. El sábado antes de las elecciones, por ejemplo, llevó adelante una movilización con motorizados en San Pablo horas antes de la que efectuó Lula partiendo de la conocida avenida Paulista. Una fotografía de ambas acciones callejeras evidenció cierta paridad de fuerzas entre ambos aspirantes a la presidencia. Lula tiene capacidad encabezar acciones masivas, Bolsonaro también.
El resultado del domingo obligó a profundizar los análisis acerca de quiénes siguen al actual mandatario luego de sus cuatro años de una mala gestión de la pandemia con 686.000 muertos y su creación crónica de crisis político-institucionales. ¿Quiénes conforman ese 44% del electorado que mantiene su apuesta para que siga cuatro años más dirigiendo los destinos del país? Existe un sector marcado por ideas conservadoras, reaccionarias, neoliberales, atravesado a su vez por un sentimiento anti-PT que puede deberse a diferencias ideológicas o por pensar que los gobiernos de Lula y el mismo expresidente fueron corruptos. Esos votantes pueden encontrarse en capas medias, populares o altas.
El daño generado a partir de la persecución y encarcelamiento contra Lula no terminó con su salida de la cárcel luego de 580 días preso, y la anulación de sus causas decidida por el Supremo Tribunal de Justicia en 2021. Quedó un sedimento en la opinión pública, cierto sentido común acerca de que efectivamente Lula fue culpable de corrupción. “Lula es un corrupto necesario en la situación actual”, decía un conductor de Uber paulista el domingo, uno de los pocos que afirmó votar por Lula en lugar de por Bolsonaro.
El actual presidente tiene otro elemento más: el apoyo del sector evangélico. “Los evangélicos son el verdadero partido de Bolsonaro”, afirmó luego de la elección un íntimo de la política de Lula. El peso de las iglesias evangélicas, con sus canales de televisión, estructuras territoriales y muchas veces acaudalados recursos, constituyó en 2018 así como ahora una base para conectar con los sectores populares. A eso debe sumarse la acción de las Milicias en Río de Janeiro con su control territorial y alianza con Bolsonaro, así como políticas de asistencia social: su primera acción de campaña el día lunes fue adelantar el pago del bono Auxilio Brasil para hacerlo coincidir con el cronograma electoral.
La odisea Lula
“En esta segunda vuelta voto por una historia de lucha por la democracia y la inclusión social. Voto por Luis Inácio Lula da Silva”, escribió el miércoles en la mañana el expresidente Fernando Henrique Cardoso. Su apoyo vino luego de que el martes se conociera el respaldo del cuarto en las elecciones del domingo, Ciro Gomes, que obtuvo 3,04% con 3.599.287 votos. Se espera que en los próximos días haga lo mismo quien salió tercera, Simone Tebet, que alcanzó 4,16% con 4.915.423 votos. Bolsonaro, por su parte, ya recibió el apoyo de cuatro gobernadores y del exjuez Sérgio Moro, quien resultó electo senador.
Los apoyos que comenzaron a manifestarse están marcados por lo que efectivamente es una lucha por la democracia contra un proyecto autoritario, a la vez que por cálculos pragmáticos sobre quién será electo. Las encuestas, que, si bien se equivocaron respecto al total de votos de Bolsonaro en primera vuelta, no marcaron la posibilidad de que este gane en segunda, y se espera que Lula finalmente alcance la victoria el próximo 30 de octubre. ¿Con qué diferencia? ¿Qué hará Bolsonaro ante una posible derrota por corta distancia? El presidente ha manifestado en varias oportunidades su cuestionamiento al sistema de votación, al Tribunal Superior Electoral, y podría dar lugar a una crisis con paralelismos con la efectuada por Donald Trump ante su ida de la Casa Blanca.
Lula está ante las próximas semanas tal vez más importantes de su vida política. El progresismo, la izquierda y el PT demostraron la necesidad de que sea el mismo Lula quien encabece la contienda contra Bolsonaro. La dependencia hacia el liderazgo histórico es visible en un partido que perdió el manejo del Estado nacional, cuenta con poca organización popular y viene de años de persecución política a varios de sus dirigentes. Lula es en gran parte el PT, su posibilidad de volver al Planalto acompañado de una amplia coalición que va desde fuerzas políticas que fueron parte del impeachment contra Dilma Rousseff en 2016, hasta quienes estuvieron acampando frente a la cárcel de Curitiba cuando estaba preso, como el Movimiento de Trabajadores sin Tierra.
Esas alianzas, así como las que ocurrirán en estas semanas de campaña, marcarán seguramente los horizontes del gobierno que encabece Lula a partir de enero de 2023. Pero aún faltan tres meses para esa probabilidad, en un país que se encuentra ante días históricos, con una elevada tensión, de cara a una elección que determinará el curso del gigante latinoamericano para los próximos cuatro años.