Del mismo modo si se retrocede y se pasa un puente este no se debería dejar en pie, mucho menos ofrecerlo al adversario (digo adversario porque enemigo podría sonar demasiado fuerte a la hora de decodificar esta sucesión de metáforas para explicar hechos políticos) más poderoso y sería demencial además dejárselo alfombrado.
También es cierto que a veces existen aliados que no son demasiado tales a la hora de tomar estas decisiones. Sin llegar a situaciones como la del Frente Popular francés en la guerra civil española, porque en cualquier caso tal comparación sería muy ofensiva, aunque los resultados históricos sean altamente ilustrativos. Pero a veces, y déjenme por un momento cambiar la imagen militar a la deportiva, me hace acordar al petiso que al lado del ring le grita a su boxeador que vaya para adelante, que no retroceda, pero sin salir de su cómoda posición del ring side. Es más, de los que si se arma una generala explique su no intervención porque él no era más que un simple espectador con una simpatía ligera por uno de los púgiles.
Pero aclaremos, más allá de las disquisiciones del párrafo inmediatamente anterior, nada justifica una desbandada.
Ahora vayamos a la tan manida frase de que la infantería va atrás de los blindados. Eso está bien si se está avanzando, pero si se está en una disparada es solo dejar a los de a pie a su suerte. Recuerdo alguna organización político militar que había tomado como decisión que su dirección no pasara a una segura retaguardia estratégica sino que fuera la que diera el ejemplo en una situación de derrota. Esto no cambió el resultado del devenir del conflicto pero le permitió cimentar lealtades futuras. No se deja a los más débiles tirados, porque no es correcto en primera instancia pero además para apostar al futuro cuando se vuelva a necesitar.
Si se hiciera todo lo contrario a lo que aquí se sugiere, debería de haber una explicación lógica. Se debe dar si de última no queremos firmar una rendición incondicional en el entendido de aquella máxima de que la única lucha que se pierde es la que se abandona.
Quiero en esta época de balances y proyecciones hacer llegar mi solidaridad con los trabajadores de M24. Y también con las decenas de personas que de una u otra manera, sin ser asalariados de la emisora, permitieron que ese faro brillara en años que siempre fueron difíciles, y que muchas veces casi anónimos hicieron llegar cálidamente unas nuevas bienaventuranzas.
Calculo que los lectores van a entender este paralelismo, de lo contrario, si me invitan un café en cualquier boliche montevideano, no tengo problema en explicarlo.